Debo ser de los escasos seres vivos que defienden la adaptación de “Dune” filmada por David Lynch. Más que con la trama geopolítica y las complejas luchas de poder que cruzan la novela de Frank Herbert, lo acertado de la cortada versión que pudimos ver hace poco más de 30 años en cines, se condice y relaciona muy bien con el propio mundo fílmico de Lynch: un cosmos onírico, el mundo de los sueños y sobre todo, de las pesadillas, enraizadas en una puesta escena enchufada sin ápices de razonamiento cartesianos claros en los rincones del inconsciente.
“El durmiente debe despertar”, frase e idea leitmotiv del libro “Dune” en referencia al joven Paul Atreides, la última esperanza de una casta, los Atreides. Condenada a la traición y maldita debido a las maquinaciones de emperadores y aliados cínicos en un futuro distante en miles de años y con tecnología de punta que convive con maneras y usos medievales de juegos de poder. Es decir, una mezcla explosiva.
En ese contexto, David Lynch se focaliza en su actor fetiche, Kyle MacLachlan, que a lo largo de sus películas ha representado la misma idea que hay en su interesante “Dune”: el durmiente que “despierta” y debe integrar de una manera peculiar el mundo soñado/idealizado con el mundo pesadillado/real en el que le toca moverse por la fuerza y motor del drama.
En “Dune”, la fundacional colaboración entre Kyle MacLachlan y David Lynch, el actor personifica quizás no tanto a Paul Atreides, este joven Duque y héroe, como sí a la idea del héroe o más bien del anti héroe lynchiano: a good kid, un chico bueno y casi en la esfera de la bondad sin grises, quien es extraído y colocado en una realidad oscura y adversa. Porque Paul Atreides, en una nueva realidad “Arrakis”, bajo el sol y el desierto y las dunas, debe hacerse un hombre y para eso debe vencer sus pesadillas y miedo: el mal ulterior y final que es el gran tema de David Lynch en su peculiar filmografía.
En 1984, con “Dune“, Lynch sienta las bases de su trabajo con Kyle MacLachlan y dos años tarde debutan con “Terciopelo azul”: donde el personaje de Paul Atreides, claro, en otro registro, contexto y realidad, se reencarna en Jeffrey Beaumont: un good kid de la América real y profunda, de los años 80, atento a los valores del sueño americano y quien, en una trama sórdida y compleja, atraviesa el espejo y “despierta” en la pesadilla del sueño americano.
El mérito de “Dune”, como pasa en “Terciopelo azul”, es que Lynch usa y trasviste el género del melodrama o de la space opera y les da, a cada cual, unas interpretaciones audiovisuales superiores y casi místicas desde el punto de la imagen. Su versión de “Dune”, desde el punto estricto de la historia, a secas, claro, puede ser confusa y limitada respecto del texto original, pero desde el punto de vista de la construcción pictórica y de imagen, resulta un viaje material al mundo de las pesadillas. Hay varias escenas: los sueños de Paul Atreides, la búsqueda formal de Lynch por plasmar en imágenes y fundidos esas pulsiones subconscientes, junto con otras formas más materiales como las espectaculares escenografías, naves o la música invaluable de Toto, un tema en sí mismo, cimientan el camino no para un cine tradicional, sino que para un tipo de puente que traduce esas sensaciones y sueños e imágenes que tenemos cuando estamos dormidos.
En “Terciopelo azul” pasa lo mismo, quizás con mejores resultados, porque Lynch filma a Jeffrey Beaumont o sea, su Paul Atreides 2.0, en momentos mágicos e irreales como cuando encara al rostro de la locura a cargo del fallecido Dennis Hopper.
“Dune” de David Lynch, es imperfecta, claro, pero es el germen y raíz para que el propio David Lynch pudiera ser aquel durmiente que debe despertar para realizar una de las carreras más brillantes y lúcidas de los últimos 30 años en cine y TV.
Recordemos que Kyle MacLachlan fue, de nuevo su rostro “hace 40 años”, como el agente Dale Cooper, un investigador que escuchaba con mayor atención el mundo de los sueños y de lo no tangible que el de lo real y lo concreto para dar con el asesino de Laura Palmer. Surrealismo en estado puro, la serie “Twin Peaks” y la película de 1992: “Twin Peaks: Fuego camina con comigo“, fueron el cierre de un ciclo lynchiano junto a Kyle MacLachlan donde es imposible no considerar el aporte de “Dune“: germinal, iniciática, compleja e inabarcable. Una odisea en el espacio, una sinopsis de lo que pudo ser una grandeza de película, un sueño fabuloso que apenas se pudo recordar por los cortes, por las presiones de los productores, por todo lo real y humano.
Pero está lo soñado. Un camino que Lynch ya sabe cómo mostrarnos y que aprendió con la peor pesadilla que un director puede tener: una película errática, paquidérmica y mutilada.
Un gran y hermoso yerro humano.