Por Daniela Bersöh
“La sustancia” es para muchos la mejor película hasta ahora estrenada en los cines chilenos. No por nada su directora Coralie Fargeat ha cosechado múltiples nominaciones y premios, entre ellos el premio a Mejor Guion en Cannes y el premio del público en el Festival de Toronto.
Pero más allá de su valor cinematográfico, los premios o el morbo que generan las películas con contenido gore e inscritas en el sub-género body horror, “La sustancia” nos entrega una visión (aunque sea fantasiosa, exagerada, grotesca y morbosa) que sin duda resulta un reflejo de las exigencias estéticas y también sociales que la sociedad patriarcal nos ha impuesto a las mujeres.
La película nos ejemplifica magistralmente la lucha y la ansiedad femenina por validarse en un mundo donde, desde el momento de nacer, nos enseñan que nuestro principal valor es y será la belleza física. “Virtud” que inevitablemente está ligada a la juventud.
En “La sustancia”, Elisabeth Sparkle (Demi Moore) una solitaria animadora de un programa de TV sobre acondicionamiento físico y otrora actriz exitosa, cumple 50 años, desencadenando la pérdida su valor como mujer en el espectáculo y en consecuencia a sentir que pierde su valor como persona ante toda la sociedad. Esto la lleva a recurrir a una extraña sustancia para sacar literalmente una mejor versión de ella. Es decir, una mujer más joven y más bella llamada Sue (Margaret Qualley). Y esta acción de procreación la llevará a un camino sin retorno y de autodestrucción.
Elisabeth no tiene hijos, no tiene pareja y parece tampoco tener amigos. Solo se tiene a sí misma y la admiración del público. Soberbiamente podríamos decir que tenerse a sí misma después de una carrera de éxitos debería bastar, pero lamentablemente para ella eso es imposible. ¿y cómo no? Si la valoración social hacia las mujeres (sobre todo en los medios de comunicación) no pasa por el éxito laboral o económico y mucho menos por sus sentimientos o talentos. No importan las glorias del pasado, no importa si tienes dinero, si eres buena persona o si tu mensaje es potente y necesario, lo único que te da real valor es ser joven, bella… y bueno, también ser madre.
“La sustancia” habla principalmente del vacío emocional, soledad y traumas que genera la cosificación de las mujeres por parte de la sociedad. Y esto queda establecido en los grandes espacios y con pocos objetos en los que habita la protagonista: un reflejo del vacío existencial de Elisabeth, el mismo vacío que enarbola sobre la principal pared del departamento una imagen enmarcada de ella misma, donde posa en mallas deportivas en un pasado y mejor momento.
Se nos hace evidente que la película no funcionaría si ella tuviera una familia, pero ¿Por qué no tiene una familia? la cinta no lo cuenta explícitamente. Sin embargo, se puede suponer que es debido a priorizar su carrera profesional. Una elección que postergó o truncó su vida personal. Es decir, su mundo es y siempre ha sido su carrera, y como su carrera es su imagen, entonces su mundo es solo una imagen.
Caer en la adicción de la sustancia entonces parece inevitable para Elisabeth. Ella solía habitar un mundo al que le entregó todo lo que le pidió, pero que hoy la castiga por atreverse a seguir el camino de los hombres y preocuparte más por el “negocio” de ser bella que por su deber de ser madre.
Por algo la desvalorización comienza a los 50, no es solo verse bella y joven, ya que a los ojos de cualquiera Demi Moore está impresionantemente hermosa y jovial al principio de la película. Pero ese día, el día en el que arranca la película, el personaje cumple 50 y con eso basta. Es obvio que las exigencias estéticas y de juventud hacia las mujeres se relacionan con la fertilidad y el sexo, mientras que casi ninguna mujer puede ser fértil a los 50, los hombres son fértiles para siempre.
Ser bella y joven es ser fértil, y por lo tanto es ser deseada por los hombres para tener sexo, reproducirse y criar a sus hijos. Y es precisamente esta situación la que configura la cosificación y sometimiento de la mujer a lo largo de la historia. Es decir, ser vista simplemente como un objeto de placer y reproducción para los hombres. Por eso Sue sale del cuerpo de Elisabeth, como una metáfora del acto de parir y del origen de todo.
Sue es también una metáfora de los deseos del hombre y el concepto que origina la sociedad patriarcal. Es decir la mujer vista como propiedad, y obligada (o convencida) a cumplir los deseos masculinos. Para el patriarcado la existencia de las mujeres es instrumental y en función de los deseos del hombre. Por esto Elisabeth, aunque biológicamente ya no está capacitada para cumplir los deseos del patriarcado, con la sustancia puede entregarle al mundo lo que tanto le pidió y que ella no quiso o no pudo entregar, o sea: procrear-se, tener descendencia y, en este caso, una “hija” literalmente salida de sus entrañas.
La idea de Sue como “hija” se ve reforzada en que Sue es procreada por Elizabeth gracias a una sustancia recomendada por un jóven, y enviada por una voz masculina al teléfono. La sustancia es entonces también una metáfora del semen. Sue es la “hija” que Elizabeth nunca tuvo, y si vemos a Sue como su descendencia, significa que la película también entrega el mensaje de que la autodestrucción de la identidad de la mujer puede suceder por el deseo de vivir a través de otra (o otro) que nació de nosotras, pero que realmente es otro individuo.
En resumen y de la forma más burda posible, podríamos decir que “La sustancia” nos recuerda a algunas y les advierte a otras, que las mujeres no necesitamos una sustancia, es decir, no necesitamos el semen. O dicho menos burdamente: Las mujeres no necesitamos cumplir con paradigmas y exigencias establecidas en función de los deseos de los hombres para encontrar el valor y el amor propio.
¿Y dónde queda el mensaje para los hombres? “La sustancia” también les dice a los hombres que si no quieren ser una simple “sustancia” para nosotras, entonces deben dejar de vernos como meros objetos de placer y procreación. La película también nos quiere decir que la sociedad patriarcal le quita valor a los hombres, y por eso los personajes masculinos son tan desagradables. La valoración del individuo desde lo femenino es el concepto cumbre de la cinta, por eso al final todos, hombres y mujeres, quedan bañados en una sustancia que no es ajena a nadie y de la que dependemos durante todas nuestras vidas, esta vez la sustancia es la sangre, ¡mucha sangre!.