Lo que van a leer es un profundo texto escrito por el novelista Marcelo Simonetti sobre otro escritor: Aldo Berríos y su nueva novela “Oráculo de la fortuna”. Pasen y disfruten.
Por Marcelo Simonetti
Alberto Bruna es un escritor en silla de ruedas que se gana la vida escribiendo galletas de la fortuna. Su ser encierra en sí mismo una paradoja, es una suerte de oxímoron, como la dulce amargura o un ruidoso silencio. Las galletas de la fortuna o mejor dicho el mensaje que traen consigo le ofrecen al destinatario de turno un fragmento del futuro, una revelación insospechada de lo que el destino le depara.
Pero por más que Alberto Bruna sea el encargado de esa tarea, la de escribir futuros posibles algunos de ellos esperanzadores, otros sencillamente delirantes, su propia vida pareciera no atisbar esperanzas de un futuro, sumido en una suerte de abulia respecto del día a día. Las palabras tienen recovecos que aún desconozco. Tratas de armar una historia, predecir cómo irá ese día, porque efectivamente eres escritor, pero en la vida no tienes ningún poder, y eso duele. Una vez escuché por ahí que la depresión nace como una forma de adaptarse a metas inalcanzables, poco realistas.
Pero qué saben ellos. ¿Será que algunos estamos hechos de ficción? Quizás por eso nos conmueve tanto el arte, porque necesitamos poner algo entre nosotros y la realidad. Nunca fuimos mejores de lo que creímos, ese es el tema, escribe Bruna. Es este personaje al que seguiremos a lo largo de El oráculo de la fortuna, y seremos testigos de su transformación en un hombre que, probablemente, no terminará siendo radicalmente distinto, pero que si ofrecerá la esperanza hacia una vida nueva. En ese tránsito lo acompañarán tres mujeres con sus bemoles, virtudes y vicios. Y el acercamiento a cada una de ellas nos irá revelando el carácter y la sicología de este escritor que lucha por terminar una novela mientras escribe galletas de la fortuna que se distancian de lo que habitualmente encontramos en ellas:
No pidas respuestas a una galleta, escoria humana, No puedo creer que te hayas comido mi casa, La amabilidad es contagiosa, igual que la gorda de tu vecina, son algunos de los mensajes que Bruna escribe al amparo de una botella de vodka, un paquete de cigarrillos y la televisión encendida.
El libro es un viaje a los claroscuros de su protagonista, pero por encima de todo es un viaje a la soledad misma. De una u otra manera, todos los personajes de El oráculo de la fortuna están intensamente solos, llevan en sus venas el virus de esa enfermedad, y aunque por ahí a alguno de ellos esa condición, la del solitario o solitaria, pareciera calzarles a la perfección, sabemos que hay algo que les falta, que están incompletos, como si en el camino hubieran perdido una pierna, un brazo, las orejas, varias costillas, como si sobrellevaran una condena y la soledad fuera una especie de ciénaga en las que se empantanan al punto de hacerla el territorio que habitan.
Con todo, el libro termina siendo luminoso, porque sobre el último tercio de la historia, Aldo Berríos deja entrar la luz. Aldo Berríos ha escrito una novela engañosa, que se lee con fluidez y de una sentada, pero que no por eso deja de ser compleja. Dentro de la novela hay otros textos, una carta y fragmentos de otra novela que funcionan como esas muñequitas rusas a las que se alude en la historia, y que eran los regalos que el padre de Bruna les enviaba desde Moscú. Es, además, una historia cruda, de amor y desamor, con la que no pocos lectores terminarán empatizando.
Si al fin y al cabo la vida es una galleta de la fortuna, que muchas veces debemos quebrar para poder encontrar en esa fractura el sentido a la vida.