Cómo brillaron Kali Uchis, Lils Nas X, Gordon City, Rise Agaist, Billie Eilish durante el primer día de Lollapalooza.
Esta es, como se dice en cine, “la hora mágica” en Parque Cerrillos. Acá está desarrollándose la primera jornada de Lollapalooza 2023 y el sol del atardecer atraviesa el smog capitalino para caer en clave de luz de comercial -esa es la “hora mágica”- sobre una horda de jóvenes y no tanto que corren excitados sobre la alfombra verde sintética que une los escenarios Banco de Chile y Constanera Center.
En este último armatoste está empezando el show de Kali Uchis, una ídola latina-estadounidense cuya figura aparece tanto sobre el escenario como en las pantallas gigantes detrás de un abanico de plumas gigantes sostenidos por sus bailarines.
Cuando las plumas caen y se rinden ante ella, la multitud aplaude y grita.
Al lado del show, bajo unas carpas blancas está la sala de prensa. Allí Felipe Avello trabaja con esmero en su notebook y Julio César Rodríguez cruza el plano mientras veintenas de reporteros intentan de registrar cada momento en video, radio, textos, pero la verdad es imposible. Y no solo porque falla internet sino porque Lollapalooza es inasible.
Kali Uchis debuta en Chile gracias a Lollapalooza tras un frustrado 2020 cuando la pandemia nos canceló todo, la vida, los trabajos, la cultura, los viajes, los recitales, todo. Su hit “Telepatía” es una manera maravillosa de abrir los fuegos. Quién lo diría. Que se podía hacer el amor por telepatía. Su coro es la banda sonora perfecta para los miles de chiquilles que aplauden y flamean en la misma dirección frente a la sólida propuesta de esta gran intérprete, Kali Uchis. Mezcla su show con la presentación de su nuevo disco “Red Moon in Venus” y hasta temas de Don Omar.
Cuando oscure, ahora la horda de chiquilles corre desde el escenario del Costanera Center al del Banco de Chile a admirar y bailar el show del exótico e inclasificable Lis Nas X: rapero, cantante de R&B e incluso de country music que seduce con sus hits como “Old Town Road” arriba de caballo gigante. Su presentación es una bofetada sensorial. Es un divo y el escenario está hecho a medida de su “divez”: funciona como un faraón, como monarca de un pequeño reino ya que todo en la escenografía es muy péplum, como esas películas de romanos del siglo pasado, pero en vez de romanos, el tema decorativo parece ser el Antiguo Egipto.
El magnetismo de Lis Nas X es enorme pero no alcanza para retener a las hordas que ahora corren hacia el escenario Costanera Center. Falta poco para el debut en Chile de Billie Eilish y los chiquilles corren feroces hacia el show de cierre. Un domador de audiencias delante de un micrófono le habla a esta multitud y pide que se alejen, que no se aplasten, que cuidado con esa persona que se acaba de desmayar y que ojo que hay una menor extraviada y que a la una, a las dos y a las tres, todos para atrás. Eso, eso. A la una, a las dos y a las tres. Eso. Para atrás.
Estoy lo más lejos del escenario, a un lado de un gigantesco gato dorado de la suerte china, y una niña aparece en cuadro preguntándome dónde está la salida que da hacia una comisaría. El show de Billie está por empezar pero… yo conozco a esta niña… Es la hija de una antigua amiga de infancia. La niña se siente un poco abrumada y se quiere ir y sus padres la vienen a buscar. Al reconocerla llamo a su madre, mi amiga y alguien a quien no veo hace años, y le explico que el destino me puso a su hijita delante y que se la voy a ir a dejar a la salida.
Mientras me voy en mi nueva misión de babysitter, toca mi hombro una antigua estudiante de la universidad y me alegro de verla. Ella, su amiga, su pololo, todos son un grupo con el que siempre tuve increíbles conversaciones. Y están todos ahí mismo. Ahora. Realmente ver amigos en un ambiente que puede parecer Marte para un reportero vejete como este servidor es un alivio. Pero el deber llama y le digo si a ver si nos vemos después, pero que debo guiar a esta niña con sus padres.
Cruzamos el Parque Cerrillos en modo Lolla y cuando pasamos frente al recital de Rise Against debo reconocer que para mí fue lo mejor de la noche. Mi “buena acción” me premió con la exposición involuntaria a esta banda de Chicago de hardcore melódico o, lo que para mí, es igual a la música de los 90s. Y es algo que amo. Muy buenos, el momento alto de la noche, sin duda, con sus letras llenas de compromiso social y de una construcción melódica que balancean perfecto esa condición oreja con la sana protesta anti fascista. Perfectos.
Debo decir que el modo disco electrónica de Gordon City, que también pude ver mi paseo, me parece bacanísimo, aunque no es lo mío, pero una vez entregada la cría a sus padres, corro a ver el show de Billie con esa banda sonora de fiesta electrónica en mi cabeza. Afortunadamente la cantante sigue ahí y también mis amigos: Millenials que me hacen el mejor regalo posible. Se ríen de mis bromas incorrectas y funables sin juzgarlas.
“Somos incorrectos, estás en zona segura”, me dicen. Y lanzo un par de bromas de la vieja escuela. Nada grave. Por supuesto, no repetiré ninguna porque esto es para hablar de música y no para crear polémicas innecesarias. Gran velada.