Desde antes de que terminara la octava temporada de Juego de Tronos (‘Game of Thrones’), en el público, en las redes sociales, así como en los medios masivos, se planteaba la gran interrogante sobre cuál serie sería capaz de llenar aquel vacío que dejaría la adaptación televisiva de la obra hasta hoy inconclusa de George R.R. Martin. Y no sólo por su eventual salida del aire y el síndrome de abstinencia que acarrearía, sino por el pésimo desarrollo de los arcos narrativos que capítulo a capítulo tuvieron que presenciar los fans, luego de temporadas iniciales memorables.
Se habló de Westworld, el western cibernético protagonizado por la fantástica Evan Rachel Woods y creada por Jonathan, el menos conocido de los Nolan; también se pensó en Watchmen, la exitosa adaptación-secuela del cómic creado por Alan Moore y dibujado por Dave Gibbons, pues la brújula seguía apuntando a HBO, cuyo halo está asociado a historias, producciones y elencos notables.
Sin embargo, Amazon Prime levantó la mano y se unió a la apuesta para resolver este enigma de críticos y fanáticos, desarrollando proyectos muy en la línea de George R.R. Martin y sus personajes adaptados a la televisión; historias épicas de alto presupuesto la mayoría basada en novelas, que requieren maestros de la adaptación para que la audiencia, muchas veces apasionada de sus ídolos, no exijan la ejecución de sus creadores; un ejemplo de ello podría ser, por supuesto, la serie de El Señor de los Anillos.
Pero no sólo de libros vive el cine como diría nuestra colega de NerdNews, Javiera Catalán; también suele apostarse por historias originales aunque no lo parezca.
A principios de agosto del año 2019, Prime Video lanzó una serie de teasers y tráilers de su nuevo producto, lo que desde entonces dejó en claro que podría coronarse como digna sucesora de ‘Game of Thrones’, al menos en presupuesto, en la metáfora fantástica, así como en el diseño de vestuario y en el reparto, ambos apartados más que lucidores: Carnival Row, una historia steampunk, protagonizada por la subestimada actriz modelo y escritora Cara Delevingne, acompañada de el mismísimo príncipe de los elfos Legolas, Orlando Bloom.
Carnival Row, creada por René Echevarria (‘Los 4400‘) y basada en el guion de la película llamada The Killing at Carnival Row del escritor de Pacific Rim, Travis Beacham, es la historia del Burgue, capital de una República que intenta colonizar y extraer las riquezas de Tirnanoc: un continente poblado por especies fantásticas que sólo se encontrarían en las novelas de fantasías o las películas de Guillermo del Toro: faunos, hadas, centauros, hombres lobo, duendes Kobolds, entre otros. En esta campaña de invasión, los soldados del Burgue se enfrentan con otra República: El Pacto, que no sólo intenta la conquista de estas tierras, sino que también comienza la erradicación étnica de la zona.
Carnival Row es una metáfora, nada sutil, de esta realidad. El Burgue, aun con las hadas de aliadas, pierde la guerra y en compensación deja que estos seres despojados con violencia de sus tierras, cultura y seres queridos migren a la ciudad para sobrevivir y encontrar mejores oportunidades.
En este punto, aparece en escena, la valiente y osada Vignette Stonemoss (Cara Delvingne), una coyote traficante de migrantes con los que intenta pagar su pasaje al Burgue, para las hadas que buscan huir de los restos de Tirnanoc que fueron devastados por la guerra, así sea para convertirse en sirvientas o prostitutas, lo que mal que mal es mejor que morir, aunque tampoco esa opción sea garantía de caer asesinadas.
A su llegada, las criaturas o cretch como suelen ser llamadas por los racistas de este mundo, son desterradas al gueto (Carnival row) donde son tratadas como cucarachas inútiles, discriminadas, relegadas a trabajos forzados o esclavas sexuales; un lugar donde la justicia vigilante es su única opción; Rycroft Philostrate (Orlando Bloom), es su única opción. Philo, es un exsoldado e inspector de la policía del Burgue, que mantiene a raya a los abusadores y anda tras la pista de un supremacista que golpea brutalmente a las criaturas femeninas hasta matarlas.
Resulta imposible pasar por alto los múltiples paralelismos con la vida real. El parlamento, presidido por el canciller Absalom Breakspear del partido de los comunes (interpretado por Jared Harris ’Chernobyl’, cuyas cualidades actorales en esta oportunidad parecen desaprovechadas), está en guerra. Los más conservadores quieren endurecer las leyes migratorias con cero argumentos pero sí mucho discurso panfletero, demagogia y propaganda; frases como las criaturas nos quitan el trabajo, traen enfermedades, son criaturas obscenas, su cultura mancha la nuestra. No son como nosotros, hacen eco en la sala de legisladores, mientras Absalon intenta dialogar y hacerles entender que las criaturas llegaron a la ciudad por culpa de la República y de su intento de colonización; mientras a sus espaldas se confabula un plan, que terminará por destronarlo de su cargo.
Carnival Row no es una serie perfecta, desde luego, pero es apreciable por su dedicación a los detalles, el estudio humano frente a sus temores, el racismo, la opresión, el colonialismo y la construcción de mundos tan meticulosamente atractivos. Todos estos elementos hacen de esta historia una fantasía muy bien pensada, que sólo se ve mermada por el ritmo, por su dificultad para entrar en la trama y una escritura tan desigual como lo son también las actuaciones. Los personajes femeninos están menos desarrollados en esta temporada, por ejemplo, que los masculinos y eso es para lamentarse por el papel sociopolítico que el género no sólo el sexo juega en la trama. El acto sexual con una hada voladora que puede revolotear sobre la cama puede ser excitante, exótico y trastornador para los que solicitan ese servicio, pero la opresión a la mujer no llega sólo a través de los trabajos forzados o vistos en menos, sino que de igual forma, una muchacha de alcurnia o de clase social acomodada puede ser sometida a presiones familiares, raciales y financieras.
No obstante, el espectador se pone frente a una historia densa y oscura, sorprendentemente emocional: presenta escenas como las de un documental del holocausto con los nazis arriando al pueblo judío hacia los guetos; o sin ir más lejos, como las vistas en los noticiarios de Chile, en donde los migrantes, en plena pandemia, levantaron campamentos en las puertas de sus respectivas embajadas; o las de la criminalización de los mapuches en el sur, fanatismo político que, sin ningún pudor, declara que los migrantes le hacen mal al país; o las religiosas sectarias, que segregan en nombre de Dios.
En rigor, ninguna serie sustituye el vacío o la nostalgia que se crea cuando una historia y sus personajes cierran su ciclo. Así que Carnival Row no viene a ocupar el lugar de nadie. Su narrativa saca a la luz detalles intrigantes de las conexiones humanas en su sociedad, mientras construye un mundo complejo y acaso fantásticos tal como lo hizo George R.R. Martin en sus libros, pero el punto es que Carnival Row no está basada en libros; sus metáforas con la realidad no son forzadas ni rebuscadas, sino que fluyen de maneras que nos atan a la cotidianidad, a lo cercano. Es una serie consciente de sí misma y que tiene sus propias hadas y faunos, por lo que tal vez nos hace olvidar los tronos y dragones. Pero sus propias criaturas lo que sí nos recuerdan, igual que Martin en su saga, es la verdadera naturaleza humana.