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Crítica de cine: Si no lloras con “La Ballena” no tienes corazón

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“La ballena” es una película intensa, un viaje que no pierde tiempo en hacer olas innecesarias.

Por Ernesto Garratt

Así es, si no lloras con “La ballena”, no tienes corazón. La espectacular película de Brendan Fraser se estrenó este 2 de marzo en salas de Chile después de un exitoso preestreno. Y es verdad, si no te emocionas, si no entras en catarsis con la historia de este profesor con un peligroso sobrepeso que lo va a dejar, literalmente, al borde de la muerte, entonces, es verdad, no tienes corazón.

Suena exagerado, pero todo en esta película es así, subrayado al extremo. Remarcado, casi maniqueo, pero como suele ocurrir en las películas de Darren Aronofsky “(Requiem por un sueño”, “Mother”). Esto es una especie de representación de la realidad, no la realidad misma, intensa y oscura, las sombras moviéndose y flameando con furia en el cielo recortado del tormento.

“La ballena” es así las cosas, una versión de “Black Swan” pero en vez de bailarinas de baller, de personas con peso mórbido. Y eso no es discriminatorio, sino que, todo lo contrario, porque expande en clave de terror la idea del temible encierro. En distintas capas y con diversas maneras de interpretación.

Por ejemplo, en “La ballena” se habla de la idea del encierro como tortura, en un momento cuando venimos saliendo de una pandemia que nos tuvo enclaustrados durante años. Brendan Fraser, en una primera capa está encerrado en un cuerpo que ya no responde como antes, encerrado en un organismo enfermo que es en una cárcel de carne y hueso y que le restringe movilidad, respiración, vida normal a fin de cuentas.

En una siguiente capa, lo vemos que está enclaustrado en su casa. Toda la acción de esta película -basada en una obra de teatro- transcurre en un solo gran escenario, que es el departamento y residencia del protagonista. Lúgubre. Desaseado y desordenado lugar que resulta una proyección de su atormentada alma y agónica existencia.

Además, la cuota de encierro, la cuota de claustro se cierra y se corona con la magistral fotografía y la magistral puesta en escena de Darren Aronofsky, un director enfocado en los estados alterados, en las alucinaciones que nos perturban y convierten nuestros sueños en las peores pesadillas.

Recomiendo mucho ver esta película y disfrutarla como un viaje al corazón de la desesperación humana. Se trata de una producción que puede molestar a los críticos más puristas al tacharla de manipuladora. Sin embargo, se trata más bien de una historia  abierta y humana acerca de las posibilidades de perderse y extraviarse cuando menos uno lo espera. Y sin duda su punto máximo reside en la idea de redención y de cómo se puede asir la luz en el momento más oscuro.

“La ballena” es una película intensa, un viaje que no pierde tiempo en hacer olas innecesarias. Aquí todos nos ahogamos en lágrimas, nos ahogamos en emociones sobrecargadas y, sobre todo, nos oxigenamos de un cine intenso, muy necesario para hacer una catarsis que quizás no hemos hecho de después de la pandemia y después de la interrumpida vida que nos quitó el COVID-19.

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