El director canadiense muestra en formato Imax su superproducción de ciencia ficción en Toronto. En un conversatorio con las audiencias que vieron su película, Denis Villeneuve confirma que espera completar una trilogía con el libro de rank Herbert. POR ERNESTO GARRATT VIÑES

El Festival de cine de Toronto no es solo el circuito donde podemos lo mejor de los mejores festivales del mundo, como Sundance, Berlín, Cannes y Venecia. También es un homenaje constante a los propios talentos y emprendedores canadienses que han contribuido y contribuyen a la historia del cine. De hecho, los canadienses se enorgullecen, por ejemplo, de ser los artífices del concepto cineplex o las multisalas en el mundo y también muestran orgullo con otro desarrollo: las pantallas IMAX, nacidas y desarrolladas en Canadá.
Y en la sala IMAX de Toronto, donde debutó en TIFF la superproducción Dune, del canadiense y dueño de casa Denis Villeneuve (Arrival, Blade Runner 2049), los organizadores del certamen hinchan el pecho para recibir en este gigantesco teatro a quien es quizás el director canadiense más reconocido a nivel global: Denis Villeneuve.
Así es: Toronto vivió una de sus jornadas más extensas —y ambiciosas— en la edición 2024 del Festival Internacional de Cine (TIFF). No fue una premiere. No fue una gala. Fue un acto de fe cinematográfica: 400 minutos dedicados a la visión monumental de Denis Villeneuve sobre Duna, el clásico de Frank Herbert. La actividad, que prometía ser una “experiencia inmersiva en IMAX”, se convirtió en algo más que una simple maratón de proyecciones. Fue, en partes iguales, rito colectivo, exhibición de poder autoral y confesión estética.
El evento comenzó con una breve introducción del propio Villeneuve, que apareció ante la audiencia con el aplomo de quien sabe que ha sobrevivido a una epopeya creativa. Habló con tono calmo, casi clínico, sobre su necesidad de dividir la novela original en dos partes, sobre el vértigo de filmar en escenarios naturales imposibles, y sobre el equilibrio entre la fidelidad al texto y la libertad del cine. Lo que no dijo —aunque flotaba en el aire— fue que Dune ha sido, quizás, su proyecto más personal y más expuesto al escrutinio público.
La primera proyección, Dune: Part One, reafirmó lo que ya se sabía: una obra de ciencia ficción tratada con la gravedad del cine épico clásico, deudora más de Lawrence de Arabia que de cualquier aventura intergaláctica reciente. Villeneuve apostó desde el inicio por la solemnidad y el ritmo pausado, alejándose de la espectacularidad vacía y entregándose a la construcción paciente de atmósferas. Para algunos, esa apuesta aún resulta cerebral, casi fría; para otros, es el signo de una obra que se toma en serio a sí misma.
Tras el intermedio de 40 minutos —recibido como un oasis literal—, Dune: Part Two trajo más acción, más tensión política, más mística, pero también más riesgo de grandilocuencia. La escala de lo representado amenazaba a ratos con devorarse el relato íntimo. Sin embargo, el trabajo actoral —especialmente de Timothée Chalamet y Zendaya— logró devolver humanidad a una historia cargada de símbolos y profecías.
La velada cerró con una conversación entre Villeneuve y Cameron Bailey, director del TIFF. Allí, el director reflexionó sobre el arte de la adaptación, sobre su obsesión con el control visual y sobre el desafío de filmar emociones en medio del polvo y el viento. Hubo momentos de lucidez y otros de complacencia. La audiencia —mayoritariamente entusiasta— ovacionó el conjunto, aunque no faltaron las preguntas incómodas: ¿Es Duna una obra visionaria o simplemente una hazaña técnica? ¿Dónde termina la ambición artística y comienza la vanidad?
En una época donde el blockbuster parece condenado al ruido sin alma, lo que logró Villeneuve fue, al menos, una excepción inquietante: un cine de presupuesto descomunal con vocación autoral. Pero también una prueba de que incluso las epopeyas necesitan respiración. Al salir del cine, muchos espectadores comentaban en voz baja lo que quizás no se animarían a decir en público: que el viaje había sido admirable… pero agotador.