Home CINE “Saturday Night”: TIFF estrena el origen de la broma más larga

“Saturday Night”: TIFF estrena el origen de la broma más larga

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Todo comenzó con un reloj. Tic, tac. Faltan minutos para las 11:30 p. m. y todo en esa redacción parece a punto de desmoronarse. Una mesa sin terminar, un sketch que no funciona, un actor con dudas, una mujer corriendo con un cable mal conectado. Y sin embargo, algo en esa vorágine tiene el pulso de lo que está vivo. Así arranca Saturday Night, la nueva película de Jason Reitman, que tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Toronto y dejó en claro que a veces los milagros nacen del caos.

La película reconstruye, casi en tiempo real, lo que ocurrió en los días previos al debut del primer episodio de Saturday Night Live, aquel 11 de octubre de 1975. Pero no se trata de un drama histórico ni de una biopic solemne. Es, más bien, una carta de amor a la urgencia, a la juventud, a las ganas de hacer reír cuando no hay tiempo para pensarlo demasiado.

Gabriel LaBelle, en un papel lleno de matices, interpreta a un joven Lorne Michaels con una mezcla perfecta de obsesión silenciosa y pánico controlado. Él no grita, no se quiebra, pero cada mirada dice que carga el peso de algo enorme: el nacimiento de una revolución televisiva. A su alrededor, desfilan los nombres que hoy suenan míticos —Chevy Chase, Gilda Radner, Dan Aykroyd— pero aquí no son leyendas: son apenas jóvenes inseguros, llenos de ideas, de inseguridades y de talento en bruto.

La puesta en escena es vibrante, con una cámara que se desliza como si persiguiera la comedia entre bastidores. Los pasillos de la NBC, filmados en 16 mm, respiran nervios, humo de cigarro y electricidad. La música de Jon Batiste le da ritmo al vértigo, convirtiendo cada segundo en una carrera contra el tiempo. Todo está en su sitio y, al mismo tiempo, todo podría fallar.

Una de las escenas más emocionantes no tiene nada que ver con una broma. Es apenas un momento de pausa: Gilda (interpretada con ternura por Ella Hunt) se detiene frente a un espejo. Suspira. Se sonríe a sí misma, como quien sabe que está a punto de hacer historia pero aún no se lo cree del todo. Es ahí donde la película encuentra su alma: en esos segundos entre el miedo y la risa.

Reitman, hijo de otro grande de la comedia (Ghostbusters, Kindergarten Cop), filma con la devoción de quien entiende que lo que parece improvisado muchas veces está sostenido por noches sin dormir y corazones al borde del colapso. Hay algo profundamente humano en cómo muestra el nacimiento del programa: no como un golpe de genialidad, sino como un acto de fe colectiva.

¿Es perfecta? No. Hay momentos en que se nota el homenaje, se siente el deseo de abarcar demasiado. Y algunos críticos han apuntado que la película puede sentirse como un capricho nostálgico. Pero incluso en sus titubeos, Saturday Night late con autenticidad.

Porque no se trata sólo de SNL. Se trata de eso que pasa cuando un grupo de personas cree, aunque sea por una noche, que algo increíble puede surgir. Aunque nadie esté listo. Aunque todo esté por derrumbarse.

Cuando llega la cuenta regresiva —diez, nueve, ocho— y el show está a punto de comenzar, el corazón se acelera. El espectador ya sabe qué va a pasar, pero igual se agarra a la butaca como si fuera la primera vez. Porque en el fondo, todos hemos estado allí: intentando que algo funcione antes de que se nos acabe el tiempo.

Y cuando por fin suena la frase mágica: “Live from New York, it’s Saturday Night!”, la sala de cine, como aquel estudio de televisión, estalla en aplausos.


Saturday Night no solo recrea una noche que cambió la comedia estadounidense. Nos recuerda que detrás de cada momento icónico hubo antes un grupo de jóvenes agotados, asustados, soñadores. Y que a veces, sólo a veces, el caos se alinea para que algo inmortal suceda.

Una película sobre reír en serio. Sobre fracasar con estilo. Sobre arriesgarlo todo por un chiste que tal vez funcione.

Y qué más se puede pedir de una noche de sábado.

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