Calificación:
«La corte acepta la existencia de Dios
cada vez que un testigo jura decir la verdad.
Creo que es hora de que también acepte
la existencia del diablo».
Ed Warren.
Los expedientes Warren, matrimonio de célebres investigadores de lo paranormal ¿una clarividente y un demonólogo exorcista o dos perpetradores de patrañas? han alimentado un distintivo universo cinematográfico de terror que se expande a través de los spin-off de la muñequita Annabelle, La Monja y La Llorona, además, claro, de la franquicia principal de El Conjuro, cuya tercera entrega llegó a las pantallas mexicanas a partir del pasado 2 de junio.
Bajo la dirección del estadounidense Michael Chaves, con las actuaciones estelares deVera Farmiga (Lorraine) y Patrick Wilson (Ed) sin contar la significativa dosis de hype en los fanáticos de la saga, El Conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo se estrenó a nivel nacional en las dos cadenas cinematográficas principales de México Cinépolis y Cinemex y, de manera simultánea, en autocinemas como Coyote o Drive Cinema, un par de días antes de su lanzamiento oficial en Estados Unidos tanto en cadenas de cine como en HBO Max.
Para los cinéfilos seguidores de los Warren, sin duda, el terror era quedarse sin verla.
Respetabilidad
La expectativa por esta nueva historia basada en los escalofriantes archivos reales de los Warren no sólo se explica por el limitado número de estrenos cinematográficos en meses recientes debido a la pandemia lo cual convirtió este en uno de los más atractivos, sino, en buena medida, por el gran impulso que la saga de El Conjuro adquirió desde su primer episodio dirigido en 2013 por el cineasta malayo James Wan.
Su respetabilidad para dar miedo a los amantes del jump scare no se ganó de manera gratuita, sino a través de personajes carismáticos incluidas las personificaciones del mal, una historia aterradora y bien expuesta, así como un pulso firme para crear atmósferas misteriosas, desazón y un vínculo con lo incomprensible del más allá.
No obstante, los diversos títulos posteriores que integran este universo fílmico han sido motivo de queja por parte de los fans del género del terror en años recientes y, de hecho, esos señalamientos han deslavado su prestigiosa etiqueta aterradora justo por ya no ser tan espeluznantes ni capaces de poner la piel de gallina.
Algunas de esas críticas, si bien comprensibles desde quienes sólo buscan saltos en sus butacas, gritos soterrados en el regazo de sus parejas o risitas nerviosas en la oscuridad de la sala, en casos como El Conjuro 2 o Annabelle 2 podrían resultar injustas desde un ángulo más profundo, de construcción técnico o narrativo, pues despreciables no son.
Ya si a estos u otros títulos del catálogo se les adjudica y no sólo a esta franquicia una irrefrenable ansia comercial que en ciertas coordenadas puede descuidar las reglas internas con las que se cuenta su historia, es otro cantar.
De infarto
En El Conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo, a pesar de los 142 millones recaudados en taquilla hasta el momento, otros aires de decepción pueden llegar desde el año 1981 en el que se ubica la historia.
En principio, porque James Wan no dirige, si bien se mantiene junto a Peter Safran en la producción. Michael Chaves es quien toma el encargo, luego de que su labor en La maldición de La Llorona no fuera precisamente elogiada por su inspiración para adaptar el espectral folclor mexicano al estadounidense.
El escalofrío que logró Wan en la atmósfera de las primeras entregas se percibía en los detalles en la humedad de las paredes, en la naturalidad de las sombras que acechan a los protagonistas, en la textura de las puertas y sus marcos, en el aroma a embrujo que desprendían los escenarios y su mobiliario y se echa de menos en la dirección de Chaves, quien recurre sin pudor al efectismo para resolver el vago suspenso que construye.
Otro aspecto a considerar es que la publicidad de la película refiere un terrorífico caso de posesión demoniaca: el del niño David Glatzel (Julian Hilliard) y su respectivo exorcismo a manos de Ed Warren. En ese punto, el hype es correspondiente a lo que ocurre en la cinta, sólo que es apenas el principio. Una parte muy pequeña de la cinta.
Luego de algunos minutos intensos en los que las fuerzas demoníacas despliegan su poder a través de un cuerpo poseído y contorsionista a lo Regan MacNeil capaz incluso de infartar al más alfa de los exorcistas, la película se apega más al género detectivesco donde la investigación es más importante que el hecho que da pie a ella.
La recolección de pistas para armar el rompecabezas traerá a los Warren de aquí para allá de Brookfield, Connecticut, a Danvers, Massachusetts y de regreso y de paso la pareja contribuye con la policía local para resolver mediante las visiones de Lorraine un homicidio relacionado con una secta satánica y la trama central de la película.
Los filtros, los automóviles (el Chevrolet Chevelle SS de Ed que hoy luce como todo un clásico de los muscle car), el vestuario y algunos otros elementos visuales ayudan al espectador a situarse con precisión al inicio de la década de los 80s. Aunque claramente el camino por el que transita esta entrega se separa de las dos primeras, en las que las casas, sus interiores y habitantes, así como la presencia y posesión demoniaca es lo medular.
Para gusto y disgusto de los devotos de la franquicia, El Conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo es distinta de sus predecesoras. Refresca y se renueva al tiempo que se vuelve más policiaca y por ello humana, que paranormal, inexplicable o diabólica.
Por lo demás, el argumento, en general, tiene congruencia y es entretenido, pero desperdicia la oportunidad de ahondar en premisas que alumbra sin fuerza. Por ejemplo, la problemática de exponer un caso de posesión satánica ante un tribunal de justicia constitucional el primero en los Estados Unidos con ese tipo de defensa jurídica, sin que los Warren o cualquier otro que lo intente queden como locos o charlatanes fanáticos de la ficción.
¿Cuáles son los síntomas a considerar, para decirlo en palabras del padre Gabriele Amorth, practicante de más de 80 mil exorcismos reales, en un ser poseído? ¿La presencia demoniaca en un cuerpo puede probarse como en un expediente psiquiátrico que afecta la conducta humana al grado del asesinato? ¿Quiénes son los profesionales capacitados para elaborar un dictamen de semejante naturaleza?
El origen y fin de la maldad lo que también permitiría escudriñar justo en lo opuesto: el bien y sus practicantes es otra de las reflexiones que quedan en el ambiente sin discutirse demasiado o al menos en lo esencial, sobre todo a partir de que se plantea que la posesión de David Glatzel y después la de Arne Johnson (Ruairi OConnor), novio de su hermana Debbie (Sarah Catherine Hook), han sido provocadas a través de una maldición de culto satanista, con tótem y ocultismo de por medio, con evidente afán de causar daño a otros seres humanos.
Aunque es claro que los realizadores están conscientes de que algunas de esas vetas son abordadas de manera superficial en la cinta y lo disimulan con disertaciones como esa de que el mal no necesita justificación y en ello radican su real enigma y poder: El por qué es irrelevante. El por qué va en contra de todo lo que creen los satanistas. Su objetivo es causar caos, su meta es la desesperanza, asegura el retirado padre Kastner (John Noble) a los Warren.
Y tiene razón, sin duda.
Pero, al mismo tiempo, un argumento así suena a salida demasiado fácil.
Pareja
Más allá del proceso de la investigación detectivesca, de las conexiones astrales de una o dos vías y de la sustancia aterradora, satanista o religiosa que proyecta en la pantalla El Conjuro 3: El diablo me obligó a hacerlo, esta cinta, que cuenta con guion de David Leslie Johnson-McGoldrick sobre una historia de James Wan y música de Joseph Bishara, podría ser entendida en otra dimensión.
Una incluso más poderosa, enigmática y paranormal, llegado el caso, que evade cualquier obviedad de lectura: el amor de los Warren.
En buena parte de los 112 minutos de metraje de esta película, el cariño entre Ed y Lorraine Warren aparece como un vínculo que los ilumina. Desde los flashbacks de años juveniles y candorosos en los que se comprometen y afianzan su amistad, hasta las experiencias aterradoras que han compartido a lo largo de su vida y que condicionan sus inquietudes y deseos profesionales. Que en ellos son, de alguna forma, también los más íntimos.
Ese sentimiento de pareja es un tipo de unión que les genera un conocimiento mutuo, bien de sus estados anímicos, de sus voces, de sus miradas, de sus risas, tanto como del riesgo al que se exponen. A cuadro, y no sin evocar una canción romántica del rey Elvis Presley, se aprecia la admiración que se profesan, al tiempo que florece una genuina y emotiva preocupación del uno por el otro.
Y no es para menos, a juzgar por las vitrinas de su museo del ocultismo, donde resguardan a manera de souvenires objetos malditos de los casos en los que han intervenido.
Ese amor entre Ed y Lorraine Warren no sólo los vincula para mantenerse unidos. Los alimenta, los salva y, en todos los sentidos, los mantiene vivos.
Eso, en sí, funciona y atrae para ver la película. Y es que, al final, el fan de este universo cinematográfico, complacido o no, siempre podrá parafrasear el subtítulo de esta cinta y esgrimir un argumento auténtico y, sin duda, irrebatible: el amor me obligó a verla.
Ficha Técnica
Título original: ‘The Conjuring: The Devil Made Me Do It‘.
Año: 2021.
Duración: 112 min.
País: Estados Unidos.
Dirección: Michael Chaves.
Guion: David Johnson.
Reparto: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O’Connor, Sarah Catherine Hook, Julian Hilliard y John Noble.