La breve aunque valiosa versión online del Festival de Cine de Berlín llega a su fin y no deja de llamar la atención que contra el viento y la marea de una pandemia que se resiste a morir, aún haya tantas películas que respiren riesgo y originalidad. Se podrá decir que muchas fueron realizadas antes del inicio de la inesperada visita del coronavirus, pero por lo menos dos de las mejores están filmadas en pleno confinamiento. Una de ellas, rumana ‘Bad Luck Banging or Loony Porn’, ganó el Oso de Oro, el premio mayor de la Berlinale.
Muchos pensábamos que el filme de Radu Jude (1977) tenía pocas posibilidades de triunfar en el encuentro. Es demasiado explosivo, discontinuo y maldito. Sin embargo, también es tradición que las predicciones de los críticos y periodistas no tienen nada que ver con las decisiones de los jurados.
La película nos muestra una serie de viñetas desinhibidas e inclementes en la vida de una profesora con noble currículum y mucha mala suerte. Ella es Emi (Katia Pascariu), una mujer de treinta y tantos años que es grabada por su propio esposo en su celular mientras ambos mantienen una voraz jornada de sexo.
El encuentro es gráfico y explícito y también lo es su posterior e inexplicable filtración a internet. Probablemente se produjo cuando el marido de Emi envió el teléfono a una reparación, pero las razones no sirven de nada cuando los apoderados del colegio en que ella hace clases se enteran de que la maestra modelo se ha convertido en una súbita estrella porno.
La historia mantiene un tono distante, ácido y muchas veces jocoso, cuestión que acá funciona a la perfección pues varios de los personajes de la realidad rumana tienen la tolerancia de un santo inquisidor y la empatía de una hipoteca. El clima anímico que Emi encuentra en las calles de Bucarest es un caso de psiquiatría colectiva: se compone de insultos de automovilistas, infundados comentarios nacionalistas del ciudadano promedio y, de fondo, una escenografía de avenidas, tiendas y fachadas en mal estado o en eterno arreglo. En realidad esta Rumania se parece mucho a Chile y al decir esto no sólo me refiero al cuadro general, sino que incluso aspecto de sus habitantes.
La primera parte de la película (que puede traducirse como ‘Golpe de Mala Suerte o Porno Lunático‘) registra antes que nada, las infinitas caminatas de Emi por la ciudad, siempre atribulada por la filtración de su aventura sexual en las redes, paranoica y sospechosa de que todos puedan reconocerla. La cinta fue filmada en plena pandemia y todo el mundo usa mascarilla, aunque cada cual se la pone a su gusto y también están los que no se la encajan y la guardan en el bolsillo.
La segunda parte de ‘Bad Luck Banging or Loony Porn‘ es una especie de videoarte, una galería experimental con imágenes de grandes tragedias y desaciertos en la historia rumana y universal, sostenidas por frases de filósofos, escritores, artistas y otros prohombres.
El tercer segmento y conclusión es el juicio público. O mejor dicho, la reunión de apoderados con Katia y la directora del colegio, todos dispuestos a aportar su grano de justicia en una gigantesca playa de despropósitos, opiniones inconducentes, prejuicios medievles, delirios fascistas, invocaciones a la iglesia, clasismo rampante, machismo desnudo y antisemitismo al por mayor. Katia se defiende como puede y uno termina estando de su lado. Este es el gran caldo de la miseria humana, cocido y sazonado a gusto del cliente más abyecto, capaz de indigestar al mismo diablo.
La cinta tiene a veces la ética y la estética de un disparate y eso es ya marca de fábrica en Radu Jude, uno de los más incisivos realizadores de la inextinguible cantera de cine rumano, ganador del Oso de Plata en Berlín con ‘Aferim!‘ (2015) y de quien el año pasado acá se estrenó ‘Mayúscula Imprenta’ (2020), una desaforada recreación de la persecución y la propaganda en tiempos del dictador comunista Nicolae Ceausescu (disponible ahora en la plataforma Mubi). Radu Jude nos ofrece tres finales posibles, las tres caras de un país que parece una farsa, una mala broma o, en este caso, una gran cantera de historias.
Los fantasmas de las infancias pasadas
‘Petite Maman‘ es la sexta película de la francesa Céline Sciamma (1978), conocida por sus largometrajes ‘Tomboy‘ (2011), ‘Girlhood‘ (2014) y, sobre todo, ‘Retrato de Una Mujer en Llamas’ (2018). Sciamma escribe sus propios guiones, es una feminista siempre en acción y la identidad sexual es uno de sus temas recurrentes. Tampoco le presta demasiada atención a los hombres, pero aquello no es tema desde el momento en que el talento no tiene sexo y que ni Eastwood ni Hitchcock ni Ford se transformaron en maestros por sus inquietudes de inclusión.
Céline Sciamma hace lo que mejor sabe y lo refina en cada nueva película. La historia de amor de dos mujeres en la Francia del siglo XVIII de ‘Retrato de Una Mujer en Llamas‘ ya fue un golpe hace tres años y muchos nos deslumbramos por aquella relación imposible en un húmedo y frío entorno costero del Atlántico. La película era capaz de mimetizarse con su propio título en la medida que su encanto se parecía al de un cuadro que todo lo abarca y perdura en nosotros durante varios días.
Pues bien, ‘Petite Maman‘ seguramente costó la mitad o un cuarto de ‘Retrato de Una Mujer en Llamas’ y básicamente remueve por otra relación de mujeres, aunque en el formato de una historia familiar con fantasmas de las infancias pasadas. Todo comienza tras la muerte de la abuela de Nelly (Joséphine Sanz), una niña de ocho años que parte con su madre y padre a una vieja casa cerca de un bosque al norte de París. Es la morada dónde la propia madre de Nelly vivió de pequeña con su progenitora, pero ahora que ella ya no está, ha llegado la hora de ordenar y hacerse cargo del inmueble.
Marion (Nina Meurisse), la madre de Nelly, no soporta seguir en un lugar infectado de tantos recuerdos y una mañana se va sin previo aviso. Quedan solo el padre y la pequeña Nelly. La chica es inquieta y en una de sus salidas al bosque conoce a una niña exactamente igual a ella (Gabrielle Sanz, gemela de Joséphine). Se presenta como Marion, el mismo nombre de su madre. La lleva a una casa idéntica a la de su abuela aunque no totalmente decorada y ahí los atiende una mujer de modales afectuosos y que se desplaza con un bastón similar al de la abuela de Nelly. Podría ser su versión más joven.
Película de espejos contrapuestos o de viajes en el tiempo, ‘Petite Maman’ es antes que nada el retrato de las relaciones trizadas, de los abrazos rotos. Lo que mejor pinta es lo que más cuesta: la distancia entre una niña que comienza a entender la vida y una madre cegada por la muerte.