A propósito del estreno de ‘Un Príncipe en Nueva York 2’, con Eddie Murphy, contamos la historia de John Landis, el autor de la primera e insuperable ‘Un Príncipe en Nueva York’. Precoz y algo maldito, el director realizó una obra maestra como ‘Los Hermanos Caradura’, fundó el subgénero de la comedia universitaria en ‘Colegio de Animales’ y comprendió que el humor va de la mano del terror a través de ‘Un Hombre Lobo Americano en Londres’ y de ‘Thriller’, el mejor video de la historia.
La mayoría de los directores que habían transformado Hollywood en su improbable reino en los años 70 ya estaban jugando los tiempos de descuento a mediados de la década siguiente. Algunos estaban en la Unidad de Cuidados Intensivos como Michael Cimino, quien nunca se recuperó tras el desastre económico de ‘Las Puertas del Cielo’ en 1980. Otros sólo vivían de las ganancias (George Lucas por ‘Star Wars’) y no faltaron los que se acicalaron el pelo y se recortaron la barba para hacer eficaces producciones de acuerdo a los memos de la compañía (Brian De Palma con ‘Los Intocables’).
Dentro de este pelotón con talento y autosuficiencia, uno de los más jóvenes era John Landis, un realizador nacido en Chicago en 1950 y cuyo aspecto físico era una mezcla de George Lucas y Francis Ford Coppola. Físicamente, al menos, reunía las condiciones para ser parte de la fabulosa generación de los movie brats. Usaba lentes de gran aumento como ambos, se dejaba una barba tupida como Coppola y era tan delgado como Lucas antes de que se hiciera millonario. Probablemente no tenía las ambiciones autorales de ninguno de ellos, pero había visto más películas que cualquiera. O, considerando que Martin Scorsese es imbatible al respecto, había al menos visto más cine B que todos.
John Landis, nacido en un hogar de familia judía y con un pésimo currículum escolar, nunca salió totalmente de la subcultura barata, directa y honesta de este tipo de cine y hasta sus propuestas más costosas (Los Hermanos Caradura o Un Hombre Lobo Americano en Londres) respiran el estilo de una buena vieja película de acción en el horario de matiné. Es decir, en el horario que antiguamente (o hasta los años 70), daban las producciones que servían de aperitivo a los filmes de gran presupuesto, grandes actores, grandes ganancias y grandes egos.
La semana pasada, los abonados a Prime Video tuvieron un pequeño viaje en el tiempo hacia el cine de los años 80 con el estreno de Un Príncipe en Nueva York 2, segunda parte de Un Príncipe en Nueva York, dirigida por John Landis en 1988. No es que esta discreta secuela transcurra en aquella época, sino que esencialmente descansa en algunos chistes y ambientaciones propios del período. Ese es el túnel del tiempo al que me refiero y, para ser honestos, es lo más rescatable.
Un Príncipe en Nueva York fue la última auténtica gran película que hizo Landis antes de tropezar demasiado joven y sucumbir en un pantano de fracasos y desgracias de la más diversa índole. La película era una fábula ingeniosa sobre un príncipe africano decidido a encontrar a su futura esposa en el barrio neoyorquino de Queens. La cinta terminó de consagrar a Eddie Murphy, a quien el director le había dado uno de sus primeros roles importantes en De Mendigo a Millonario (1983), y acá intervino el gran maquillador Rick Baker, amigo de Landis desde su primer trabajo Schlock (1973).
A Baker pertenecen las prótesis de los cuatro personajes que Murphy interpreta simultáneamente en una barbería y de él también son los trabajos de maquillaje en los exitosos filmes que el comediante afroamericano hizo en los 90 e inicios de los 2000, desde El profesor chiflado 1 y 2 hasta Norbit.
El Cineasta Caradura
Pero hablábamos de John Landis, caso poco común de precocidad fulminante y posterior implosión a temprana edad. Algo así como un Arthur Rimbaud o un Felix Mendelssohn pero en la cultura pop, por citar a un escritor y a un compositor clásico que brillaron demasiado jóvenes y luego desaparecieron de su entorno. Con sólo 31 años en 1981, Landis ya albergaba el siguiente récord de hitos: las cintas de culto Schmuck y The Kentucky Fried Movie (1977) y luego las referenciales Colegio de Animales (1978), Los Hermanos Caradura (1980) y Un Hombre Lobo Americano en Londres (1981).
Ni Steven Spielberg, otro cineasta de hogar judío nacido en el Medio Oeste (en Cincinnati), había logrado tal cantidad de fama a tan corta edad. Pero a veces el éxito nubla la vista y el vértigo hace perder el equilibrio. Más o menos eso le pudo haber sucedido a Landis después de Un Hombre Lobo Americano en Londres, película que según él era más seria que la comedia de horror que todos digerieron en la sala de cine.
Digamos que el realizador que partió vestido como un hilarante gorila ancestral en Schlock, donde era director, actor y guionista, quiso ir más allá del mero fantasista y recreador de películas B. Con el paso de los años reveló que se arrepintió de eliminar una serie de escenas que le daban un tono más oscuro a Un Hombre Lobo Americano en Londres: incluían sexo entre el protagonista y su pareja y un ataque del hombre lobo a un grupo de vagabundos a orillas del Támesis.
En realidad no era necesario que John Landis intentara estropear su impecable manejo de la comedia de horror. En sus películas acostumbraba a dar en el clavo con esa mezcla de humor y pánico.
Donde todo se fue al carajo fue en su propia vida, invadida en cierto momento de escalofríos y tragedia. Eso fue lo que ocurrió a las 2 de la mañana del 23 de julio de 1982, cuando el actor Vic Morrow y dos niños actores fueron decapitados por las hélices desprendidas de un helicóptero mientras filmaban una escena para uno de los cuatro episodos de la cinta Twilight Zone: The Movie (1983).
Aunque tras seis años de juicio John Landis y su productor George Folsey Jr. fueron absueltos de los cargos de homicidio involuntario, su reputación y sus finanzas estaban estaban por el suelo. El director debió pagar dos millones de dólares en acuerdo extra judicial con los familiares de las víctimas (entre ellos la actriz Jennifer Jason Leigh, hija de Vic Morrow) y además sufrió el rechazo explícito o implícito de varios miembros de la industria.
Steven Spielberg, productor y realizador de uno de los episodios de Twilight Zone: The Movie, censuró que Landis trabajara con niños fuera de los horarios de trabajo permitidos a menores. Peor aún: el carismático rey de la taquilla Eddie Murphy, que ya habia hecho Un Policía Suelto en Hollywood (1984), no quiso comparecer como testigo a favor de John Landis. Un manto de mala fortuna comenzó a gravitar como una nube negra sobre el realizador, pero aún así llama la atención que inmediatamente después de este episodio, haya logrado rodar la magnífica De Mendigo a Millonario.
Tras ese filme, el año 1985 trajo a Landis de vuelta con dos obras olvidables (Into the Night y Spies Like Us), y un año después llegaría Three Amigos!, ejemplo perfecto de una gran idea no muy bien ejecutada: Steve Martin, Chevy Chase y Martin Short interpretan a tres actores desempleados de la época del cine mudo que llegan a un pueblo mexicano sólo para darse cuenta que están ahí por equivocadas y peligrosas razones.
Fue después de Three Amigos! que Eddie Murphy rescató a John Landis de las mazmorras del oprobio y lo hizo dirigir Un Príncipe en Nueva York, película producida por Murphy a partir de una idea propia. Sólo basta saber esos dos detalles para intuir que el rodaje fue un infierno y que el director de Colegio de Animales debió someterse a los gustos de Murphy, tan talentoso como ufano de su éxito.
Las anécdotas de los rodajes de John Landis son miles y es entendible que más temprano que tarde se transformara en un paria de la industria: alguien que, contra las advertencias del equipo de rodaje, insiste en rodar fuera de horario escenas de riesgo con menores edad, tiene pocas posibilidades de redención. Si además hay tres muertes, la expiación no existe. Desde ese punto de vista, John Landis seguramente arde en el infierno de los cineastas desde aquel lejano 1988 de Un Príncipe en Nueva York.
Dan, Michael y John
Las siete películas que el director hizo desde ese momento hasta hoy pueden perfectamente guardarse como material clasificado. Incluyen una lamentable secuela de Los Hermanos Caradura y no hace falta volver a ver ninguna. En algún momento el propio John Landis entendió que había perdido el control de la nave y dejó de dirigir: su último largometraje Burke and Hare, con Simon Pegg y Andy Serkis, es del 2010. Era otra comedia de horror, término que Landis desprecia, y se ambientaba en la Escocia victoriana del siglo XIX.
Los dos ladrones de tumbas que la protagonizan son granujas de medio pelo y no pueden competir con los grandes dúos que habitaron De Mendigo a Millonario, Un Hombre Lobo Americano en Londres u, otra vez, Los Hermanos Caradura. Para muchos, la historia de los hermanos Jake (John Belushi) y Elwood Blues (Dan Aykroyd) es lo mejor de John Landis.
Es probable. La película tiene todo: química infalible entre Belushi y Aykroyd, acción y persecusiones automovilísticas antológicas, humor cínico y explosivo, referencias políticas anti-establishment y una pléyade de grandes titanes de la música afroamericana en roles pequeños, incluyendo a Aretha Franklin, Ray Charles, James Brown, Cab Calloway y John Lee Hooker. Hasta Spielberg hace un cameo.
Los Hermanos Caradura, también respiraba el espíritu insurrecto de Colegio de Animales, que John Landis había dirigido en 1978 y donde le había otorgado a John Belushi el rol de Bluto Blutarsky, un brillante patán y ejemplo conspicuo de la fraternidad Delta, la entidad con perdedores y estudiantes más inútiles de la Universidad Faber. Este pulso insano y punk es el mismo que John Landis ya tenía en sus primeras Schlock y The Kentucky Fried Movie.
Lo había desarrollado desde niño, cuando quiso hacerse cineasta y le preguntó a su madre quien había hecho la película Simbad de los Siete Mares (1958), con efectos especiales de Ray Harryhausen. Ese pulso lo acompañó con John Belushi hasta que el talentoso comediante murió de sobredosis en 1982, el mismo maldito año del accidente mortal de Vic Morrow. Y también estuvo con él cuando le tocó trabajar con su amigo Dan Aykroyd, actor en siete de sus películas y autor de la historia original de Los Hermanos Caradura.
Es el pulso de un autor enamorado del cine y que afirmó que el clásico B con efectos de Harryhausen había sido la primera película que activó en él eso que llaman suspensión de la incredulidad. Es el mecanismo que nos hace creer que los vampiros, los zombies y los hombres lobos realmente existen. Si vamos demasiado lejos tal vez pensemos que los monstruos pueden aparecer detrás de la puerta de nuestro dormitorio en mitad de la noche.
Los niños, por ejemplo, tienen demasiada suspension de la incredulidad y los adolescentes la poseen, pero acostumbran a reír y aterrorizarse al mismo tiempo. A ellos apelaba en principio John Landis al dirigir Thriller (1983), el mejor video de la historia. Durante 11 minutos asistimos a una triple pesadilla donde Michael Jackson se convierte en hombre lobo, luego es un tipo normal, después es un zombie y finalmente ya no mira a su novia sino que rompe la cuarta pared y dirige su mirada directamente a nosotros. Son los ojos inyectados y diabólicos de un demonio que nos ha hecho suspender la incredulidad a los mayores de 21 años. De fondo se escucha la risa de Vincent Price, el único que de verdad ríe, seguramente de nosotros.