A medio siglo del estreno de El Padrino, analizamos los factores de la inmortalidad de esta película que habla de caer en la tentación del poder versus mantenerse intacto. El director Francis Ford Coppola intentó él mismo mantenerse intacto y fuera del poder de los grandes estudios, pero este clásico lo cambió todo.
Por: Ernesto Garratt publicado originalmente en https://www.lared.cl/2022/cultura/ser-o-no-ser-gangster-50-anos-del-estreno-de-el-padrino
La vigencia de El Padrino como una de las vitales obras artísticas del siglo XX se explica por la misma razón que nos sigue gustando el viaje de Michael Corleone hacia su deterioro moral.
Ser o no ser . Gángster.
He ahí el dilema.
Para cuando Michael abraza la corrupción y elige ser un Corleone, un mafioso, en vez de ser Michael, el decente héroe de guerra, se abre ante él y el espectador un mundo de ambigüedades morales y de una rica complejidad social y cultural.
En vez de juzgar y lanzar juicios moralizantes, lo que hace tanto el excelente best seller de Mario Puzo como la excepcional trilogía de Francis Ford Coppola, es usar la apabullante y compleja realidad del Estados Unidos de mitad del siglo pasado para retratar, en clave Shakespeare para las masas, el ascenso de un Don en la mafia ítaloamericana: un reverso polémico del sueño americano cultivado por la industria más efectiva en justamente expandir el sueño americano por el mundo: el cine.
La historia de un rey que debe administrar su reino con sus tres hijos (varones, ojo es la visión heteronormada de la época de la cinta, no mi visión) se traslada en la cinta de Coppola a un aterrizaje concreto al suelo estadounidense y la historia de su historia oficial (cómo se abren los senderos en ese sentido con El Padrino 2 mostrando el Nueva York del siglo XIX).
Uno de los factores por lo que nos sigue fascinando a medio siglo este relato de reyes y príncipes mafiosos es por su lucidez a la hora de leer los tiempos y correr el velo del prejuicio para poner las cosas en su lugar. La élite de los gángsters, sus líderes, son como monarcas y las clase media, los soldados y los que quedan abajo son harina de otro costal: del costal de Martin Scorsese y sus Goodfellas, por ejemplo, se encarga de retratar a soldados rasos que quieren desesperadamente subir en la empinada pirámide social gansteril.
Pero lo sabemos: eso casi nunca va a pasar.
Francis Ford Coppola se fijó en los matices de su propia familia ítalo americana para dotar a la película y al texto de Mario Puzo de la riqueza y vida que exuda en cada fotograma. Quien debe aceptar el reto de liderar a la familia Corleone en la película es el menor del clan, el que está más lejos del negocio familiar, el más gringo y menos italiano: Michael Corleone, interpretado por Al Pacino.
Francis Ford Coppola era el menos indicado de los Coppola para cumplir la profecía familiar de un genio en la familia. Su padre, el compositor Carmine Coppola, había tratado de abrazar el éxito durante décadas sin mayores resultados y su hijo mayor, August Coppola, estaba llamado a hacer cumplir esa promesa de un genio en la familia.
August, alto, talentoso, el regalón, tenía todas las aptitudes para concretar el sueño paterno. Francis Ford, por otro lado, el varón menor, más robusto, menos admirado por las chicas del barrio, tuvo el infortunio de sufrir polio y quedó magullado físicamente durante su adolescencia. La hermana menor, Talia Coppola, más tarde conocida como Talia Shire, era la guagua de la casa además de la niña. No había presiones de ese tipo sobre ella.
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Al momento de dirigir El Padrino, ya Francis Ford Coppola llevaba realizadas ocho películas y seguía bajo la sombra de su hermano August Coppola, por lo demás el padre del futuro actor conocido como Nicolas Cage. Nada parecía indicar justamente que él iba a ser el indicado para ser el genio de la familia. Coppola había fundado American Zoetrope, una compañía de cine junto a George Lucas para hacer cine de verdad. Artístico. Con mucho premio, pero poca taquilla.
Pero las cuentas, las deudas le obligaron a pensar en una oferta que no pudo rechazar.
Dirigir la adaptación de una novela de Mario Puzo, El Padrino, para los grandes estudios.
Coppola no quería traicionarse a sí mismo, como Michael no quería traicionarse a sí mismo. Coppola no quería venderse al sistema como Michael no quería rendirse a la tentación de la mafia.
Pero la oferta era buena.
Muy buena.
De alguna manera, el viaje de Michael Corleone hacia un mundo que rechazaba pero al que estaba predestinado, retrata con una intensidad dramática admirable el propio viaje del director ítaloamericano al corazón de una industria que criticó con recelo, pero de la que luego fue parte vital como uno de sus padrinos.
Bien es sabido que Coppola debía defender en cada toma hecha a las estrellas de su película. Marlon Brando era rechazado por los ejecutivos por sus constantes y pasadas excentricidades y Al Pacino, un joven y desconocido actor, también tenía sus días contados porque era muy morenito y no parecía el típico y rubio americano promedio. Robert Redford era el favorito de los ejecutivos para ser Michael Corleone y en pleno rodaje aún había tiempo y presupuesto para filmar todo de nuevo. Eso es algo que pasa en Hollywood. Si alguien no les gusta a los encargados, pues es reemplazado y se filma todo de nuevo. ¿Ejemplos? Se me viene a la cabeza Volver al futuro, casi completamente rodada con Eric Stolz como Marty McFly. Pero al final su rol dramático le cargó a los encargados, fue despedido y fue borrado de la historia y se le reemplazó por Michael J. Fox.
Ese parecía ser el destino del desconocido Al Pacino. Ser borrado.
Hasta que llegó la toma del asesinato de Sollozzo y McCluskey en el restaurante de comida italiana Louise. Michael Corleone acuerda reunirse en ese lugar neutral para negociar por la vida de su padre, Vito. Allí el mafioso y rival Sollozzo y su perro guardián, el oficial corrupto McCluskey, lo invitan a rendirse.
Pero cuando los ejecutivos vieron como Al Pacino se fundía y desaparecía en las facciones y cuerpo de Michael Corleone en ese baño, sacando el arma escondida en el WC, luego empuñándola y disparando sin piedad contra los que trataron de matar a su amado padre, coincidieron en lo mismo: El Padrino en verdad podría convertirse en un éxito.
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Y lo fue. Hace 50 años El Padrino se transformó en un clásico instantáneo y en un game-changer, como dicen los gringos cuando se trata de un producto original, en el Hollywood de los años 70. Con su estilo realista y tomas naturalistas, merced la música de Nino Rota, la fotografía del maestro Gordon Willis y la guía de un best seller magnífico como el de Mario Puzo, quien además adaptó su propia novela al cine, todo su armatoste se abalanzó desde el otro lado de la pantalla hacia nuestra realidad y nos demostró que, al fin, la vida podía ser recreada tal como la experimentamos en el artilugio del cine.
Y es tan perfecta la sintonía que logra la película desde su primer visionado que uno se pregunta cómo lo logra. Y las claves están en sus escenas iniciales: siempre un carrete o un matrimonio o un bautizo o un festejo con el ruido y la música de la vida saliéndose de pantalla y desbordando nuestros propios recuerdos familiares en casorios o bautizos o cumpleaños o carretes. No se trata de glorificar el crimen. De hecho, el gran dilema de Michael Corleone es también el gran dilema Luke Skywalker en Star Wars: no ceder al lado oscuro. Y lo menciono porque aunque son registros distintos, ambas piezas, Star Wars y El Padrino, dialogan porque sus autores, George Lucas y F.F. Coppola, son amigos, fueron empleado y jefe (en American Zoetrope) y junto a otros directores, fueron protagonistas del Nuevo Hollywood de los años 70s.
Como decía, no se trata de glorificar el crimen. Pero existe esa alerta Pepe Grillesca de que esto no es placement ni progaganda para la mafia. Pero fluye tan natural y orgánica esa tentación al lado oscuro porque, claro, es parte del paisaje familiar. Los familiares, los parientes, los amigos, todos, son parte de un clan criminal y cuando se juntan, en festejos, en celebraciones, los vemos como nos vemos a nosotros mismos en la vida en tales situaciones: felices, desafectados, siendo dichosos.
Los habitantes de las películas de El Padrino, en esos pináculos de El álbum familiar de los Corleone, están abrazando en el sueño americano que les prometieron cuando llegaron a América con la Estatua de la Libertad de fondo.
Y había qué elegir entonces.
Ser o no ser Gángster.
Vito escogió.
Michael escogió.
Y los cinéfilos, después de 50 años, seguimos eligiendo ver en la pantalla de cine cómo ellos eligen por todos nosotros.