Imagina por un momento que miras al cielo nocturno chileno y, en lugar de la Vía Láctea, ves algo parecido a Coruscant en Star Wars: un firmamento cruzado por miles de luces artificiales, rutas de naves y satélites, un brillo permanente que nunca permite ver realmente la noche. Puede sonar futurista y entretenido, pero para la astronomía y para nuestra calidad de vida sería una pérdida enorme.
Por Dana Davis

Ese cielo oscuro es un lujo. Lo que hoy podemos ver aún en muchos rincones de Chile no es sólo poesía ni paisaje: es un activo económico real. Tiene valor en turismo, en ciencia, en innovación tecnológica y en la imagen del país. Y ese valor está amenazado por dos procesos acelerados: la contaminación lumínica y las megaconstelaciones de satélites que empiezan a llenar la órbita baja de la Tierra.
En lenguaje simple: si dejamos que el cielo chileno se convierta en un tablero de luces como el tráfico espacial de Star Wars (que sería increíble de ser realidad), perdemos mucho más que unas cuantas estrellas. Perdemos dinero, oportunidades y capital científico.
EL CIELO OSCURO COMO SERVICIO AMBIENTAL
En economía ambiental se habla de servicios ecosistémicos: beneficios que el medio ambiente nos entrega gratis. Un bosque purifica el aire, un humedal reduce inundaciones, un río limpio da agua y recreación. El cielo oscuro es también un servicio: nos permite observar el universo, desarrollar ciencia de frontera, hacer turismo astronómico y disfrutar de la belleza que no se reemplaza con pantallas. Metodológicamente se puede valorar, con el fin de tener claridad de por qué proteger, desde el conocimiento, nuestros bienes naturales.
El destacado investigador chileno, y Doctor en Economía, especializado en economía ambiental y de los recursos naturales, Arcadio Certa Urrutia explica:

“Los ecosistemas naturales nos regalan una enorme variedad de bienes y servicios que sostienen nuestra vida cotidiana, aunque muchas veces no somos plenamente conscientes de ello. Este capital natural, que solemos percibir como algo dado y permanente, sigue siendo poco comprendido y escasamente valorado, incluso cuando enfrenta presiones de degradación que avanzan con una velocidad inquietante y alteran profundamente el equilibrio de la naturaleza”.
Y en este sentido, se hace vital reflexionar sobre el valor del capital natural:
“Decidir cómo usar y cuidar los recursos naturales requiere, antes que nada, detenernos a reflexionar sobre qué entendemos por ‘valor’, porque toda decisión colectiva necesita un criterio que nos permita escoger aquello que realmente beneficie a la comunidad y al entorno que nos sostiene. La economía ofrece diversas herramientas para aproximarnos a ese valor, a través de imputar, revelar o expresar valores de parte de las personas. Por ejemplo; algunas se basan en los precios del mercado, en la productividad, en los costos asociados a vivir en lugares más limpios o seguros, o incluso en cuánto gastamos para viajar y disfrutar un paisaje, incluido el costo del tiempo (método del costo del viaje). Otras, en cambio, buscan entender cuánto estaría dispuesta a pagar una persona por conservar algo que quizá nunca utilice directamente, pero que considera valioso que continúe existiendo. Así, cuando intentamos cuantificar no sólo lo que usamos, sino también aquello más profundo e intangible —como la posibilidad misma de contemplar las estrellas en el silencio del desierto— podemos recurrir tanto a encuestas (valoración contingente o modelo de elección). Estos métodos nos ayudan a aproximarnos al valor de la naturaleza, pero siempre deben ir acompañados de miradas ecológicas, éticas y sociales, porque lo que está en juego no se reduce a un número: es el bienestar de las personas y la integridad del mundo que compartimos”.

Pensando en el cielo oscuro, y usando la propuesta de cómo valorar los bienes naturales propuesta por el Doctor Cerda, podemos considerar varias dimensiones de valor:
Valor de uso directo: personas que viajan a San Pedro de Atacama, al Valle del Elqui u otros destinos para ver el cielo, visitar observatorios, fotografiar la Vía Láctea. Pagan transporte, alojamiento, tours, alimentación. Todo eso es actividad económica asociada al cielo nocturno.
Valor de uso indirecto: el cielo de calidad es una razón clave para que grandes telescopios internacionales se instalen en Chile. Eso atrae inversión, empleo, formación de capital humano y transferencia tecnológica. Aunque no vayamos nunca a un observatorio profesional, nos beneficiamos del conocimiento y de la economía que genera.
Valor de opción: mantener el cielo oscuro hoy nos asegura que podremos usarlo en el futuro para tecnologías que aún no imaginamos, para nuevas formas de turismo, o para programas educativos que acercan ciencia a niños y niñas.
Valor de existencia y de legado: incluso quien nunca viaja al norte puede valorar simplemente que ese cielo exista y que se conserve para las próximas generaciones. Es el “no quiero que mis hijos vivan en un mundo sin estrellas”.
Nada de esto aparece en una boleta. No hay una línea que diga “servicio cielo oscuro”. Justamente por eso la economía ambiental ha desarrollado métodos para estimar cuánto estamos dispuestos a pagar, como sociedad, por conservar ese tipo de bienes.
CÓMO SE PUEDE MEDIR ESE VALOR
Entonces, varias formas de aproximarse al valor económico del cielo nocturno. No se trata de ponerle precio a las estrellas, sino de entender cuánto perderíamos, en términos concretos, si las dejáramos desaparecer.

Una forma es mirar el turismo. Si una parte importante de los viajes a ciertas zonas del país se motiva por la posibilidad de ver un cielo limpio, entonces una fracción del gasto total de esos turistas puede entenderse como “valor revelado” del cielo oscuro. Pasajes, noches de hotel, tours, comidas, equipos fotográficos: todo eso suma.
Otra forma es a través de encuestas de disposición a pagar: se presentan escenarios hipotéticos, por ejemplo, un programa nacional de recambio de luminarias por tecnologías de bajo impacto en el cielo; se explica el beneficio ambiental y se pregunta cuánto estaría dispuesta a pagar cada persona, en forma de recargo anual en la cuenta de electricidad o de impuesto específico. Con el cuidado estadístico adecuado, esos estudios permiten estimar un valor promedio por persona y luego escalarlo a la población.
También es posible mirar cómo cambia el valor de propiedades o alojamientos en zonas con certificaciones de cielo oscuro frente a zonas similares, pero con fuerte contaminación lumínica. Si hay una diferencia sistemática en los precios, parte de esa diferencia puede asociarse al valor que la gente asigna al paisaje nocturno de calidad.
Todos estos métodos tienen limitaciones, márgenes de error y supuestos, pero comparten un mensaje central: la pérdida de cielo oscuro no es sólo una nostalgia romántica, es una pérdida medible en bienestar y en actividad económica.
QUÉ AMENAZA HOY AL CIELO CHILENO
La primera amenaza es conocida: la contaminación lumínica. Luminarias mal diseñadas, que iluminan hacia arriba; publicidad excesiva; fachadas encendidas toda la noche; barrios que usan potencia muy superior a la necesaria por seguridad. Cada watt mal dirigido se convierte en brillo que se dispersa en la atmósfera y borra las estrellas.

En Chile existe normativa y esfuerzos regionales para controlar este problema, pero la expansión urbana, los polos industriales y la falta de fiscalización efectiva siguen siendo un riesgo. El resultado, en términos simples, es que cada año hay menos lugares donde se puede ver el cielo como lo veían nuestros abuelos, y como lo vemos en las mejores escenas nocturnas de Tatooine o de Yavin 4 en Star Wars.
La segunda amenaza viene desde arriba: las megaconstelaciones de satélites. Proyectos que ponen miles de satélites en órbita baja para servicios de internet y comunicaciones generan trazas brillantes que cruzan el cielo de forma constante. Para el ojo humano en la ciudad quizá no cambie mucho (ya casi no vemos estrellas), pero para telescopios profesionales y para la fotografía astronómica el impacto puede ser enorme.
Cuando multiplicamos satélites por miles, el riesgo es que el cielo nocturno pase de ser un lienzo relativamente limpio, salpicado de estrellas, a un tráfico permanente de puntos luminosos. Algo así como una mezcla entre el cielo de Coruscant y las rutas de naves de una batalla espacial, pero sin la banda sonora de John Williams.
CUÁNTO PODRÍAMOS PERDER
Si pensamos sólo en turismo astronómico, la pérdida de calidad del cielo se traduce en menor atractivo del destino, menos visitas y menor gasto local. Hoteles, restaurantes, operadores de tours, transporte, comercio, todos se ven afectados. Incluso quienes no trabajan directamente en turismo pueden notar el efecto por la menor actividad global de la zona.
En ciencia, el costo es doble. Por un lado, se encarecen las observaciones: se requieren más tiempo de telescopio, más software de corrección, más complejidad técnica para descontaminar las imágenes. Por otro, algunos proyectos futuros podrían elegir otros países si consideran que el cielo chileno ya no ofrece la calidad que lo hacía único. Eso es menos inversión, menos empleos altamente calificados y menos oportunidades de formación avanzada.
En términos de imagen país, perder el liderazgo en astronomía es renunciar a una de las pocas áreas donde Chile es reconocido como “potencia mundial” en el mundo científico. Eso tiene implicancias en colaboración internacional, en atracción de talento y, en general, en cómo se nos percibe cuando hablamos de ciencia y tecnología.
Ninguna de estas pérdidas será inmediata ni absoluta. No hay un día en que de pronto se “apaga” el cielo oscuro. Es un proceso gradual, silencioso, donde un destino pierde un poco de encanto, una observación se hace un poco más difícil, un proyecto se va a otro lugar. Precisamente por eso es importante medir, discutir y decidir antes de que la suma de pequeños deterioros se vuelva irreversible.
DECISIONES PÚBLICAS Y PRIVADAS
El análisis científico- económico no reemplaza argumentos éticos, culturales o científicos, pero sí ayuda a poner cifras comparables sobre la mesa. Si sabemos que proteger el cielo oscuro genera beneficios turísticos, científicos y de bienestar que superan el costo de instalar luminarias adecuadas, de regular la altura y potencia de la publicidad, o de negociar parámetros con operadores satelitales, entonces la decisión de política pública se fortalece.

A nivel local, los municipios pueden incorporar el cielo nocturno como activo en su planificación: definir zonas de protección, vincularlo con estrategias de turismo y educación, y utilizar programas de recambio de luminarias que reduzcan el consumo energético y la contaminación lumínica al mismo tiempo.
En el sector privado, empresas de turismo, energía, inmobiliarias y tecnología pueden ver oportunidades: alojamientos que ofrecen “experiencia de cielo oscuro garantizado”, empresas de iluminación con soluciones dirigidas sólo hacia el suelo, tecnologías para monitorear en tiempo real la calidad del cielo y apoyar la vigilancia del cumplimiento normativo.
UN CIELO ENTRE TATOOINE Y CORUSCANT
Una parte del encanto de Star Wars está en sus cielos: el doble atardecer de Tatooine, las batallas espaciales sobre Endor, las rutas de naves saliendo al hiperespacio. Si llevamos esas imágenes a nuestra realidad, el riesgo es quedarnos atrapados sólo en la parte de Coruscant: una ciudad-planeta donde nunca existe la verdadera noche, donde el firmamento es un techo luminoso permanente.
El desafío para Chile es encontrar un equilibrio distinto. Aprovechar la tecnología de comunicaciones satelitales, la iluminación inteligente y el desarrollo urbano, pero sin matar aquello que nos hace únicos: la posibilidad de mirar hacia arriba y ver un cielo que, en muchos lugares del mundo, ya es sólo un recuerdo.
En términos económicos, eso implica reconocer que el cielo oscuro es capital natural: si lo consumimos sin control, reducimos nuestro patrimonio. Si lo cuidamos, puede seguir generando turismo, ciencia, innovación y orgullo por décadas.
La próxima vez que estés en una ciudad del norte o en un campo lejos de las luces, y veas la Vía Láctea cruzando de lado a lado el firmamento, piensa en todo lo que hay detrás: datos, modelos, decisiones de política, inversiones, empleos. Y piensa también en la pregunta clave de la valoración económica ambiental: cuánto estaríamos dispuestos a pagar, como sociedad, para que ese cielo siga ahí, mucho después de que el último sable de luz se apague en la pantalla.

