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El cómic chileno del futuro

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Ejercicios de anticipación.

¿Pandemia? ¿Crisis medioambiental? ¿Colapso económico? ¿Ultraderecha en alza? No, no es una buena época para hablar del futuro. Nunca lo ha sido tal vez, pero hoy, menos que nunca. En tiempos de incertidumbre, afortunado aquel que puede predecir lo que pasará en las próximas horas.

Hablar del futuro de la historieta chilena tampoco es fácil. Si esta pregunta se la hubieran hecho a Coke en los años cuarenta, cuando su exitosa revista ‘Topaze’ contaba con algunos de los mejores dibujantes de la época y la industria editorial nacional era una potencia en el concierto latinoamericano, seguro habría dado brillantes pronósticos. Algo parecido hubiera dicho Elisa Serrana, jefa del departamento de historietas de Zig-Zag, quien a mediados de los años 60 publicaba más de 25 títulos, de enorme tiraje, en lo que hoy llamamos la Edad de Oro del cómic chileno. Por el contrario, un dibujante como Mario Igor que vivió aquella época gloriosa y también su ocaso, que vio la destrucción de Quimantú, sufrió el fin de ‘El Peneca’ y ‘Mampato’, las dos mejores revistas para niños hechas en Chile, sobrevivió a los oscuros ’80 entre el suplemento de Historietas de La Tercera y el surgimiento contracultural de fines de esa década, jamás, pero jamás, hubiera soñado con el interés que produce hoy su obra y la gran diversidad de sellos, autores y publicaciones que conviven actualmente en Chile.

El pasado lleno de altibajos de la historieta chilena no ayuda a dibujar su futuro. Su porvenir está atado a intrincadas redes cuyos hilos se tejen entre las políticas públicas en áreas tan diversas como cultura, educación y comercio exterior, las tendencias del mercado, los cambiantes gustos de los públicos, así en plural, y tendencias globales imposibles de anticipar.

Sin embargo, pensar el futuro no debería ser más, ni menos, que un ejercicio mental: proyectar el presente agregándole una dosis de deseos propios, mucha imaginación y otro tanto de buena fe, a no ser, claro está, que quieras terminar soñando con ‘Mad Max’.

Así que tomando en cuenta el estado actual de las cosas, y a riesgo de que estas palabras envejezcan mal y que estas predicciones sean leídas en 20 años más como los efectos de cuatro meses de enclaustramiento, puedo decir que espero jubilar (sin AFP, claro está) en un país donde la lectura de historietas sea transversal, y que existan títulos para distintas edades, intereses y gustos; donde se escriban y dibujen historias locales y universales, pero también algunas universales con mirada local y otras locales con vocación universal; donde el cómic sea leído no como un medio para otras lecturas sino como un lenguaje complejo y rico, que puede ser una fuente inagotable de experiencias, tanto educativas, como estéticas y placenteras; donde exista espacio para grandes, medianas y pequeñas editoriales, para los títulos masivos y los experimentales, para las historias de aventuras, terror y superhéroes, pero también para relatos íntimos, poéticos e intrigantes, para los libros de tapa dura, para los lomos con corchetes y los fanzines; donde tengamos crítica, críticos y críticas apasionados, asertivos y comprometidos con la historieta, un gran festival internacional y decenas de festivales locales, exposiciones en bares, galerías y centros culturales, una cadena de libro fuerte con editores, agentes y libreros con olfato y visión; donde los autores y autoras sean reconocidos por sus aciertos pero también por sus exploraciones; donde conozcamos y nos sintamos orgullosos del pasado de la historieta chilena a través de reediciones, compilados y, en pedir no hay engaño, un Museo nacional en el que podamos rendir homenaje a nuestros artistas, conservar e investigar sus obras.

¿Mucho?

Es verdad, no es buena época para hablar del futuro. Pero es bueno hacerlo. Porque tal vez, por primera vez en mucho tiempo, pese a las dificultades existe la posibilidad que estos, y todos los sueños y esperanzas que tenemos para Chile, se cumplan. Porque nuestra historia, y nuestra historieta, continuará.

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