El director canadiense Denis Villeneuve ha instalado en sus filmes, especialmente de ciencia ficción Arrival y Blade Runner 2049, la idea del halo celestial soplando a favor del milagro. Dune, su última creación y el relato de cómo se hace un Mesías, no es la excepción. Villeneuve excava y estudia en las raíces de la fe al igual que directores explícitamente de mirada mística y/o cristiana, como Martin Scorsese y Andréi Tarkovski. Para Villeneuve, la cámara debe mostrar tanto lo que pasa en la Tierra como en el Cielo.
Viendo en retrospectiva los filmes del director canadiense Denis Villeneuve, especialmente su último par de títulos de ciencia ficción Arrival (2016) y Blade Runner 2049 (2017) antes de Dune (2021), resultaba hasta premonitorio que su siguiente paso debía ser la adaptación de la épica saga literaria que Frank Herbert publicó a partir de 1965.
Por qué, se preguntarán ustedes, podría ser este paso algo evidente. Pues porque Dune, Arrival y Blade Runner 2049 contienen en común un mismo eje dramático, un mismo motor narrativo:
La revelación de un milagro.
Y un milagro en la definición religiosa del término:
Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino.
Dune, llevada a la pantalla con formidable talento audiovisual por Denis Villeneuve, es la historia de cómo un joven de 16 años, Paul Atreides (Timothée Chalamet) debe comenzar a asumir que su papel en la vida es el de un Mesías. Es decir, el de un salvador enviado ¿por la divinidad? para sacar a los Fremen o los habitantes del planeta Arrakis de su estado de sumisión y opresión.
Las cerca de dos horas y media de metraje de Dune de Denis Villeneuve no solo son una fiel adaptación de la obra literaria de Herbert (Dune es la saga de ciencia ficción más exitosa y vendida de la historia de la literatura y la más premiada), sino que también se trata de la construcción paso a paso del milagro que espera un pueblo oprimido.
La madre de Paul Atreides, Lady Jessica (una extraordinaria Rebecca Ferguson), es la bruja Bene Gesserit que ha moldeado en secreto a su retoño para que sea ese elegido que la historia requiere para generar paz en el imperio. A ella se le ordenó solo engendrar hijas para su consorte, el duque Leto Atreides. Pero ella desobedeció y el primer milagro fue darle un hijo varón: Paul Atreides.
Estamos en el año 10191, el universo conocido se ordena bajo la forma de un Imperio galáctico de reminiscencias y usos medievales. La casa Atreides, que rige el planeta Caladan, ha sido comandada por el Emperador para que se traslade y se haga cargo del desértico e inhóspito planeta Arrakis, conocido como Dune: este es el único lugar del universo donde se produce la especia: una melange que prolonga la vida y permite los viajes interestelares. Es decir, Dune podría leerse como una lectura del Medio Oriente terrestre actual y desde donde se extrae el petróleo, la especia que ha movido nuestra economía y realidad por décadas. Entonces Dune, la película, lo que propone es una mirada crítica al colonialismo, al extractivismo y sobre todo mensajes urgentes de conservación ecológica.
El duque Leto Atreides (Oscar Isaac) acepta su misión y en una conversación de padre a hijo, en las sepulturas de sus antepasados y en especial cerca de la tumba de Paulus Atreides, el padre de Leto, encara las dudas de su heredero sobre asumir su legado y el nuevo paso que viene: gobernar Arrakis.
En la conversación se desliza el fin que corrió el viejo Duque: muerto por la cornada de un toro cuya cabeza colgada en la pared será una constante imagen en la película. ¿Y qué significa esa cabeza de toro? Pues algo establecido en la misma charla en torno a la tauromaquia del abuelo: uno debe elegir su destino y aceptar las consecuencias de éste, aunque sea un destino trágico, como lo fue en el caso del Abuelo. Y, como pronto lo sabremos, lo será en el caso del propio Leto Atreides.
Paul Atreides irá asumiendo de esta manera su propio destino en este primer acto que cuenta la primera mitad del libro Dune (ya está confirmado el rodaje de la segunda parte) Una de las constantes del viaje del héroe, la clásica estructura argumental que define una historia es que dicho héroe se niegue en un inicio a aceptar su destino. Y es el caso de Paul Atreides, más preocupado de sus sueños premonitorios sobre una chica desconocida en Arrakis que del mundo que se le abrirá ante sus ojos. Y ante los nuestros, por lo demás.
La primera prueba a la que se somete formalmente Paul Atreides en su camino hacia el mesianismo, Denis Villeneuve la resuelve mejor de lo esperado: en una librería de Caladan el protagonista es sometido al Gom Jabbar: una prueba de fe y obediencia por parte de una Madre Superiora Bene Gesserit . El director ha dicho que eligió mostrar un escenario repleto de libros ya que en el mundo de Dune las Inteligencias Artificiales no existen porque esta civilización es el triunfo del espíritu humano:
¡DEL ESPÍRITU!
En la biblioteca, la Beni Gesserit le ordena a Paul introducir la mano derecha en una discreta caja so pena de morir por una aguja envenenada que ella ha apostado amenazante sobre el cuello del joven Atreides.
Y la respuesta que encuentra Paul al preguntar qué hay adentro de la caja lo deja pasmado:
Dolor.
En un montaje paralelo de sumo eficiente, Lady Jessica (Rebecca Ferguson), afuera de la biblioteca, reza angustiada como si fuera su mantra personal una de las líneas más representativas de la novela mientras espera para saber si su hijo saldrá vivo de este test:
I must not fear. Fear is the mind-killer. Fear is the little-death that brings total obliteration. I will face my fear. I will permit it to pass over me and through me. And when it has gone past I will turn the inner eye to see its path. Where the fear has gone there will be nothing. Only I will remain (No debo temer. El miedo es el asesino de la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Me enfrentaré a mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré el ojo interior para ver su camino. Donde el miedo se ha ido no habrá nada. Solo yo quedaré).
Este es el mantra de una fe interior. Este es el mantra de un director que ha tocado desde sus primeras películas aspectos religiosos y/o meta físicos disimulados por las etiquetas de director sicológico o director de thrillers. Villeneuve excava y estudia en las raíces de la fe como experiencia fenomenológica como lo han hecho otros directores explícitamente de mirada mística y/o cristiana. Me refiero a Martin Scorsese, Paul Schrader, Andréi Tarkovski o Robert Zemeckis.
INFIERNO
Denis Villeneuve filma en Dune desde la grandiosidad de los planos abiertos y generales a los detalles de los primeros planos. No hay punto medio. Se trata de mostrar desde lo divino y omnipresente a lo insignificante y humano. Desde el Cielo y su vastedad, cruzado por siluetas de cruceros estelares, hasta lo ínfimo y fútil que hay bajo de él.
La acertada combinación entre efectos especiales y planos reales, desde Arrival que lo viene haciendo, para qué decir Blade Runner 2049, donde le confiere al registro de este mundo, una verosimilitud absoluta.
En este planeta llamado Dune, palpable, árido, seco, cuya percepción parece estar diseñado para la inmersión sensorial completa en la sala IMAX 2D, quizás no crezca nada verde, pero sin duda que florece la vida cinematográfica con fuerza e intención.
¿Buscamos el milagro en Dune? Sin duda y en esta representación hiperrealista podemos decir que el milagro está presente en cada esquina, pues lo que parece un mundo lejano e improbable agarra cuerpo en tres dimensiones en una historia lejos del camp y kitsch voluntario de la versión de Dune de 1984 dirigida por David Lynch.
El referente más claro que tenía David Villeneuve para filmar el desierto y el choque culturas entre un occidental en terreno enemigo del Medio Oriente fue justamente una película que le movió el piso siendo un mozalbete. Se trata de Lawrence de Arabia (1962), la obra maestra del director David Lean y que narra la historia real de T. E. Lawrence (interpretado por Peter OToole), el oficial inglés que consiguió unir y liderar a varias tribus árabes, a menudo beligerantes, durante la Primera Guerra Mundial para luchar contra los turcos.
Es una de las películas que más me ha influenciado en mi vida. Recuerdo que la vi solo en un teatro inmenso de Montreal, sentado sin nadie más. Era una copia en 70 milímetros y la vi asombrado durante cuatro horas, decía Villeneuve en la presentación de Dune en el Festival de cine de Toronto el pasado septiembre. Lawrence de Arabia es una película muy importante para mí. De hecho, hice mi tesis sobre el lenguaje cinematográfico sobre ella, sobre el paisaje, el impacto de los lentes en el paisaje y los personajes, y la manera que usaba la profundidad de campo. Y como una coincidencia Frank Herbert fue muy influenciado por el libro Los Siete Pilares de la Sabiduría escrito por T.E. Lawrence. Y Lawrence de Arabia fue filmada donde la real historia pasó, en Jordania. Y aunque no es la razón principal, sí fue una de las razones que tuve para pensar que podría ser interesante volver a Jordania a rodar Dune: la familiaridad del paisaje y porque hay un montón de links entre la historia de Lawrence y la historia de Paul. Ambos son personajes que están yendo hacia una cultura que no es la suya, se enamoran de esa otra cultura, quieren traer algo bueno a esa otra cultura, pero ambos parecer ser sólo instrumentos del colonialismo, lo que es trágico. Pienso que ambos personajes tienen una similar trayectoria.
Dune es un planeta que arde, un infierno en la Tierra que clama por su salvación. Espera la llegada del Muad’dib, del Kwisatz Haderach, del Salvador. En las profecías de los Fremen inspiradas en su forma y fondo por la cultura islámica por parte de Frank Herbert anhelan convertir el desierto en un paraíso. En una bella secuencia filmada durante el arribo de los Atreides, Paul Atreides sale al exterior, a pleno sol, y conversa con un sirviente que con paciencia de santo riega las hileras de palmeras que decoran el nuevo hogar de los Atreides.
No sabía que palmeras datileras podían encontrarse acá, comenta Paul Atreides.
No. Estas no son autóctonas. No podrían sobrevivir sin mí, responde el sirviente.
Cada una de ellas bebe al día el equivalente a cinco hombres. Veinte palmeras. Las palmeras de esta manera son sagradas y con toda el agua que absorben al día se sacrifican las vidas de cien hombres por jornada con tal de soñar con la promesa del Edén. Un esperado sueño que contrasta con el averno que nos rodea en la pantalla.
CIELO
En el thriller Sicario (2015) de Denis Villeneuve, Ciudad Juárez tomada por los narcos también es un infierno en la Tierra para la agente del FBI Kate Marcer (Emily Blunt), eficiente y proba funcionaria que de verdad cree en la decencia de la ley para vencer a los invencibles carteles.
Su viaje durante la película es literalmente el descenso a un inframundo corrupto e infernal. De hecho, la partida de la película presagia el tono religioso con la leyenda que abre la historia: La palabra sicario viene de los zelotas de Jerusalén: asesinos que cazaban a los romanos que invadían su patria.
Los buenos en Sicario en verdad no lo son tanto. Aunque la fotografía de Roger Deakins registre una celestialidad teatral como las siluetas de agentes con cascos recortando el atardecer mientras descienden a un túnel en el bando protagonista, Benicio del Toro, un hitman latino que trabaja ilegalmente para los gringos con tal de eliminar a un cartel, es en realidad un ángel exterminador desatado. Se mueve como un igual entre los agentes estadounidenses que se internan en Ciudad Juárez en una de las secuencias más impresionantes de acción de la última década.
En plena frontera gringa-mexicana, en una fila de autos esperando su turno para cruzar el borde y bajo la estruendosa banda sonora de Jóhann Jóhannsson, estalla una violencia milimétricamente calculada. Una coreografía de tiros y muertes comparable a las secuencias de La Pandilla Salvaje de Sam Peckinpah o Heat de Michael Mann.
Las cámaras cenitales de Villeneuve abundan en Sicario, vista áreas de una cartografía usada por los agentes especiales a cargo de Josh Brolin, Benicio del Toro y la recién sumada Emily Blunt en esta cruzada que tiene la forma de una guerra santa.
También el uso de las vistas cenitales están en Dune, la mirada área de kilómetros y kilómetros de infinitas dunas, y la construcción de una guerra santa se anuncia como presagio para lo que vendrá en las visiones que Paul Atreides: una segunda parte que, según el director, promete ser mejor que este notable arranque de la saga.
Desde el cielo no sólo se marca un punto de vista crucial en Villeneuve. También se construye un ethos. La peregrinación en Incendies (2010) por ejemplo de dos mellizos desde Canadá a sus raíces en Medio Oriente, se torna en una trágica revelación que, como un apocalipsis personal, no deja cimiento moral en pie. Valga el comentario: en esta película Villeneuve aprovechó de rodar en Jordania, su tierra prometida fílmica desde que el director vio Lawrence de Arabia siendo un adolescente en Montreal.
Y hablando de revelaciones, estas son el tema principal de Arrival (2015). El que parecía el relato de ciencia ficción imposible de adaptar al cine, The Story of Your Life del escritor Ted Chiang, pudo finalmente tener una excelente ejecución en su traslado al lenguaje audiovisual de la mano de Denis Villeneuve. Amy Adams interpreta a Louise Banks, una académica estudiosa del lenguaje que es requerida con urgencia por fuerzas militares para decodificar el idioma de extraños seres que han llegado a la Tierra en también singulares naves.
Villeneuve aborda por primera en su filmografía la ciencia ficción y su excelente oficio y talento narrativo nos ofrece uno de los mejores trabajos del género de los últimos años. El montaje, la delicadeza de la interpretación de Amy Adams y sin duda la reflexión profunda acerca del espacio y el tiempo, son parte de los componentes que convierten a Arrival en un clásico instantáneo y que trafica con un referente místico casi obligado: Hablar en lenguas.
La tradición cristiana explica la existencia de este don amparada en la Biblia y se trata de facultad transmitida mediante el Espíritu Santo que permite entender y hablar el idioma sagrado de ángeles, arcángeles y la casta celestial. Cuando la lingüista protagonista comprende al fin que el idioma de los aliens es en el fondo al arma que le va a permitir salvar el mundo, porque ese idioma es la clave para comprender pasado, presente y futuro literalmente al mismo tiempo, se subraya el regalo de los dioses que, claro, además de bendición puede ser una maldición. ¿A quién le gustaría vivir sabiendo el día exacto en que va a morir una hija mientras se la ve crecer?
Además de las recién estrenada Dune, Denis Villeneuve ha expandido los terrenos de otra franquicia de ciencia ficción que marcó su adolescencia. Tomando las bases y personajes del clásico Blade Runner (1982) de Ridley Scott, lleva la historia treinta años después. En el año 2049, K (Ryan Gosling) es un replicante o humano artificial que trabaja para la policía capturando a otros replicantes. Haciendo un retiro, se topa con un descubrimiento que podría cambiar el curso de la historia de la humanidad: un milagro sin explicación científica en medio de una sociedad hipertecnologizada en donde las máquinas parecen ser más humanas que las mismas personas.
En este sentido, el milagro ocurre bajo la figura religiosa de la Virgen María. Estudiando y analizando los restos óseos de la androide o replicante Rachael, K descubre que una vida artificial se ha salido de los márgenes de lo posible y no sólo ha simulado a la vida a la perfección, sino que además se ha atrevido a engendrarla.
Ese milagro es lo que ha estado buscando el empresario de la vida sintética Niander Wallace (Jared Leto), el único en Blade Runner 2049 que es humano y máquina al mismo tiempo: es ciego pero posee ojos artificiales que revolotean a su alrededor.
Ese pasto estéril. Vacíos y salados. El espacio muerto entre las estrellas. Aquí mismo, recita Wallace en la película y sigue: Y esta es la semilla que debemos cambiar por el Cielo. No puedo criarlos. Así que ayúdame, lo he intentado. Necesitamos más Replicantes de los que jamás se puedan reunir. Millones, por lo que podemos ser billones más. Podríamos asaltar el Edén y recuperarlo.
Blade Runner 2049 es una película imprescindible, que sigue sorprendiendo y que se instala junto a Dune y Arrival para comprender cómo Villeneuve ha instalado en sus filmes, especialmente los de ciencia ficción, una idea tan atractiva como escasa en el cine actual.
Denis Villeneuve filma con convicción de peregrino caminando sobre las dunas la misma idea una y otra vez: somos testigos de cómo el halo celestial se encuentra soplando a favor de un milagro a punto de acontecer, somos testigos del nacimiento de un estado de gracia al que llegan sus protagonistas para apreciar de mejor manera el regalo de los dioses.
Somos testigos, sentados al borde frente al gigantismo de los hechos, de cómo El durmiente debe despertar.