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    Kaijus y la venganza de la naturaleza

    Gracias a ‘Titanes del Pacífico’ del año 2013, dirigida por Guillermo del Toro, la exitosa trilogía animada de Netflix: ‘Planeta de monstruos’, ‘La ciudad al filo de la batalla’ y ‘El devorador de planetas’, y la nueva serie que llegará en algún momento del 2021, ‘Godzilla Singular Point’, los Kaiju (monstruos gigantes) han regresado al centro de atención entre los aficionados de la ciencia ficción.

    En un principio, ‘Titanes del Pacífico‘ se basaba en la idea de la culpa, pues la trama principal discurría sobre un piloto que perdía a su compañero. Sin embargo, cuando Del Toro entró en el proyecto (frustrado por no poder conseguir auspicio para adaptar al cine la novela ‘En la montaña de la locura‘ de H.P. Lovecraft), es cuando comenzaron a tomar importancia esa característica que predomina en sus filmes: la fascinación por los monstruos.

    Como subgénero, el Kiju Eiga se originó en los primeros años de la segunda mitad del siglo 20, en esa década de los años 50 de post-guerra y post-bombas atómicas lanzadas contra Japón. Cuenta la leyenda cinéfila que en la primavera del ’54, Tomoyuki Tanaka, productor de Toho Motion Picture Co., regresaba a Tokio desde Yakarta, luego de que sus planes para realizar ‘In the Shadow of Honor’, un proyecto de película japonesa-indonesia, se fueran por el caño. El viaje de retorno de Tanaka no fue tranquilo, ya que en Tokio los directivos de Toho Motion lo esperaban con el proyecto casi terminado, del que sería para la productora el lanzamiento del año.

    Tanaka estaba nervioso, bebía y la presión apenas lo dejaba respirar. Era imperativo que llegara a la capital con una idea que fuese lo suficientemente buena para reemplazar la que acababa de frustrarse. Mientras bebía el trago de cortesía, pasaban por su cabeza miles de imágenes e historias con las cuales trabajar. Ninguna que valiera la pena hasta que tuvo una epifanía: “Siguiendo el ejemplo de la exitosa película de ciencia ficción estadounidense ‘The Beast from 20,000 Fathoms’ (1953), en la que un dinosaurio es resucitado gracias a las pruebas atómicas realizadas en el Ártico, nada hacia al sur para aterrorizar Nueva York, Tanaka decidió hacer el primer monstruo gigante del celuloide japonés”, escribe Steve Ryfle autor de Japan’s Favorite Mon-Star: The Unanthorizer Biography of ‘The Big G’. Sin embargo, la criatura de Tanaka no sólo sería un monstruo reanimado por las armas nucleares, sino que también serviría como metáfora de las genocidas bombas que provocaron el terror en Hiroshima y Nagasaki, heridas que seguían abiertas en la conciencia del país nipón.

    —”El tema de la película, desde el principio, trataba del terror de la bomba”  —dijo Tanaka décadas después del estreno a la revista People—, “la humanidad ha creado la bomba, y ahora la naturaleza va a vengarse de la humanidad” —concluyó.

    Para dar forma al proyecto, Tanaka se contactó con Eiji Tsuburaya, experto en efectos especiales que por esos años trabajaba en la compañía. Más tarde se unió otro colaborador activo de Tanaka y Tsuburaya: el director Ishiro Honda (quien vivió en carne propia las atrocidades de la guerra); el círculo creativo lo cerró el importante compositor Akira Ifukube, el mismo que creó el mítico rugido de Godzilla.

    La bomba atómica y la ambivalencia nipona

    Durante la guerra, la industria del cine japonés fue próspera, en gran parte gracias a que el gobierno usaba los estudios de cine para difundir la propaganda nacionalista. Por esas fechas, un montón de películas que hacían referencia a la bomba y a la guerra comenzaron a aparecer en las salas de cine, algunas con enorme éxito como la cinta ‘Hiroshima’ de Hideo Sekigawa, también del año 1952. Una historia directa, sarcástica y rabiosa que retrataba los bombardeos atómicos como un acto racista en el que los japoneses eran ratones de laboratorio en un experimento de los Estados Unidos.

    Sin embargo, después de la derrota del régimen militarista nipón, las potencias aliadas cerraron estudios, censuraron películas y otros medios de comunicación. Sorprendentemente, cuando las fuerzas norteamericanas se retiraron y la censura fue levantada, pocas películas abordaron directamente la situación de Japón, único país que, hasta el momento, ha sido atacado con armas nucleares.

    Según Steve Ryfle, los “estudiosos del cine, culpan de este fenómeno al sentimiento predominante de vergüenza, represión y culpa, pero no pueden explicar completamente la ambivalencia del cine japonés hacia la bomba”, un tema que parecería ser material de películas vendibles y convincentes.

    Durante los años ’50 y ’60, muchas películas japonesas hicieron referencia a las bombas atómicas, específicamente a las secuelas y enfermedades provocadas por la radiación; pero sólo dos películas abordaron las bombas gemelas como tema. De las dos, la más aclamada por la crítica fue la de Akira Kurosawa ‘I live in fear’ (1955), en la que Toshiro Mifune interpreta a un hombre paranoico que vive asustado por un inminente ataque nuclear sobre Japón; fue la película más exitosa después de la alegoría disfrazada de Kaiju que creó Tanaka de la bomba.

    Espíritu kaiju

    La devastación que las películas cincuenteras mostraron de Tokio va de la mano con las plagas naturales que azotaron la versión más agraria de la sociedad japonesa de esos años. Fenómenos naturales como tsunamis, tormentas de arena o la peste, se manifestaban en forma de espíritus que viven en la naturaleza. Monstruos gigantes que los humanos eran incapaces de ver, pero que asociaban y percibían en la fuerza vital  que producía abundantes cultivos. Esta idea, de hecho, se relaciona con el animismo, es decir, la atribución de un alma para la vida vegetal, objetos inanimados y fenómenos naturales.

    Según Ivan Vartanian, autor de ‘Killer Kaiju Monsters Strange Beasts of Japanese Film’ “El subtexto de Godzilla es un lamento de la sociedad japonesa por la pérdida de conexión con la naturaleza. Antes existía un respeto por la tierra, demostrado por innumerables ceremonias regionales y rituales que estaban destinados a salvaguardar el bien de los pobladores y agricultores, además de garantizar cosechas abundantes”.  La religión de las primeras generaciones estaba poblada de criaturas misteriosas y endiosadas como Kappa (una rana mutante), Kamaitachi (una comadreja – demonio), Tanuki (un mapache travieso); y era también, en contraparte, rica en demonios y monstruosos fantasmas.

    La modernización de Japón y la expansión de sus ciudades impulsaron un cambio en la naturaleza de la sociedad y la identidad de su pueblo, por lo tanto el kaiju que destroza al Japón actual es el equivalente moderno de los espíritus y las fuerzas demoníacas que en tiempos anteriores sacudía a los japoneses. En otras palabras, los ataques kaijus a las ciudades son emblemas del mayor miedo de las personas: la venganza de la naturaleza.

    Kaijus por tonelada

    Los kaijus son monstruos surgidos de las profundidades del mar o de la tierra, formados por la horrorosa secuela de la reacción nuclear. En términos biológicos convencionales es imposible que exista un ser vivo con esas condiciones. Muchas de las dimensiones de los kaijus sobrepasan las miles de toneladas de peso. De acuerdo a J.D. Lees, autor de ‘Godzilla Compendio’, Anguiras pesa entre 33 mil y 23 mil toneladas; y Godzilla en todas sus reencarnaciones oscila entre las 20 mil a 60 mil toneladas. Si alguno de estos animales existiera, su peso destrozaría al instante los huesos de sus piernas. Ni siquiera alcanzaría a dar un paso, porque tampoco podría soportar el peso del pie, incluso si sus piernas fueran columnas sólidas de hueso. Y más allá de los límites estructurales, de ligamentos y tendones, si este animal tropezara, la fuerza de la caída le rompería la cabeza.

    Un kaiju a diario tendría que procesar miles de toneladas de alimentos, sólo para mantenerse y no morir de hambre; aun así, la energía resultante de la ingestión y digestión no proporcionaría la fuerza suficiente para el movimiento, por lo que tendría que ser alimentado como si este fuese una mascota inválida. Para que el kaiju pudiera tener cualquier tipo de movilidad, tendría que consumir millones de litros de gasolina para cohetes intergalácticos.

    Tampoco existe una explicación biológica para responder por qué estos animales tienen aliento radioactivo, ni se puede explicar su habilidad para vivir en la tierra y bajo el mar, nadar a través de la lava, sobrevivir décadas, siglos o milenios de inactividad, o incluso volar como en los casos de Mothra, Rodan o el Rey Ghidorah.

    Por lo tanto, hay una pregunta esencial: si no son animales biológicos qué son: ¿Demonios? ¿Aliens? ¿Robots? ¿Fantasmas?

    Fósiles atómicos

    La respuesta está en la historia geológica de la Tierra. En 1972, los geólogos descubrieron un reactor nuclear natural en Oklo en Bangombé, Gabón (antigua colonia francesa en el África ecuatorial occidental), en las minas de uranio de Franceville. No hay nada extraordinario en eso, ya que antes de su descubrimiento científicos norteamericanos ya habían teorizado al respecto.

    En realidad, es bastante simple: los átomos están compuestos de protones, electrones y neutrones. El número de ellos determina el elemento. El más ligero es el hidrógeno, luego por orden ascendente está el oxígeno, el carbono, el hierro, el oro y el plomo.

    Los compuestos del átomo se atraen entre sí, lo que le da estabilidad y resistencia, haciéndolo perdurable a través del tiempo. La atracción de la partícula contiene almacenada energía y si un átomo se vuelve inestable (generalmente son átomos de elementos pesados, como el uranio) sufre un cambio en su estructura; o sea, está propenso a liberar energía. Algunos átomos son tan grandes que la atracción de sus partículas no es suficientemente fuerte para mantenerlo unido por lo que parte del átomo puede escapar en todas direcciones, proceso llamado radioactividad.

    Un átomo fisionable es inestable y radioactivo; si se le acerca un neutrón libre, este puede ser atraíble hacia otro átomo fisionable. De esa manera se vuelve mucho más inestable para finalmente dividirse en dos nuevos átomos que, a su vez, liberan nuevos neutrones ocasionando la fisión de otros átomos. Este proceso se llama reacción en cadena, que al no ser controlada provoca lo que conocemos como la bomba de fisión nuclear.

    La naturaleza no tiene las condiciones adecuadas para generar esta reacción en cadena, al menos no ahora, pero sí hace 1700 millones de años. De hecho, actualmente existen elementos radiactivos que se producen en la naturaleza. La clave es que los elementos radiactivos se desintegran con el tiempo, como pasó con el uranio del reactor nuclear natural de Oklo. Como se explicó anteriormente, al ser naturalmente inestables pierden sus neutrones extras y se degeneran trasformándose en elementos más livianos, para finalmente transformarse en elementos inertes, comunes y corrientes como el plomo.

    Una teoría radioactiva

    Hace millones de años, estos reactores naturales eran muy parecidos a los lagos o estanques, pero con temperaturas altas, a veces a punto de ebullición. Y por estar contaminadas con radiación carecían de vida. Teóricamente, podríamos suponer que si un animal prehistórico bajaba a beber de esas aguas obviamente resultaría envenenado y terminaría muerto en las costas, o quizá sería arrastrado por las corrientes hasta el centro del estanque. 

    El animal muerto quedaría flotando en las aguas con altos niveles de concentración de metales pesados como hierro, oro, plomo, plutonio y uranio. El estanque, entendiéndolo como un reactor nuclear natural, se habría calentado de manera uniforme provocando intercambios de electrones que dejarían las aguas llenas de cargas eléctricas a la espera de tierra. El animal continuaría permutando con el agua azarosas cargas eléctricas, lo que induciría el movimiento del cuerpo.

    La electricidad y el movimiento provocarían espasmos cardíacos y una lenta circulación sanguínea; el sistema digestivo, antes permeable, ya no estaría activo por lo que no mantendría el agua fuera del órgano, sino más bien ofrecería una vía para que el agua radiactiva se infiltrara en el cuerpo. Los pulmones, ahora llenos de agua contaminada, proporcionarían una ruta directa a la penetración de las venas y arterias. Poco a poco, a través de procesos naturales, el cuerpo del animal muerto se convertiría en un saco de órganos inútiles, mantenidos por la radiación, los minerales, elementos, isótopos y todo tipo de compuestos extraños.

    El animal, antes de morir, era una máquina biológica construida para procesos autosostenibles. Muerto, habría dejado de trabajar, pero todos los órganos estarían dispuestos para volver a funcionar con nuevos agentes. Las bacterias que son responsables de la descomposición no pueden sobrevivir en esa sopa radiactiva. El medioambiente es estéril, el animal prehistórico se mantiene intacto a nivel celular al menos, porque a nivel molecular o atómico, la criatura estaría gestando una especie de fosilización nada convencional.

    Normalmente, “el proceso de fosilización comienza a partir de la desaparición de las partes blandas y el relleno de los huecos por el sedimento circundante. En ese momento empiezan a producirse una serie de transformaciones químicas que poco a poco van sustituyendo los compuestos orgánicos de esos restos por minerales. El material orgánico se infiltra por compuestos inorgánicos, sustituyendo molécula a molécula, hasta los huesos e incluso trozos de carne se convierten en piedra”, explica D.G Valdron en Fossils.

    Sin embargo, nuestro animal se encuentra en un ambiente estéril (la parte inferior del reactor nuclear natural), por lo tanto, los minerales que sustituyen a las moléculas de las células muertas tienen una vida totalmente distinta a la ya conocida. Algunos de sus compuestos son elementos radiactivos, que decaen lentamente liberando energía en forma de radiación. Paulatinamente, las células muertas se reactivan, las estructuras, los canales y mecanismos, ahora son utilizados para reacciones nucleares, la célula reanuda su forma y funcionamiento.

    El animal en cuestión contiene miles de millones de células, e inevitablemente algunas de ellas empezarían a funcionar con éxito y algo similar a un proceso biológico comenzaría nuevamente: el corazón bombea, las células se reproducen, o tal vez sólo infectan a otras células; el hígado y los riñones se activan, los pulmones bombean, y lo que no se adapta se deja llevar devorado por la nueva forma de anti-vida.

    Luego de millones, billones de interacciones, ensayo y error, el cuerpo se adaptaría a las nuevas funciones. Los músculos, ahora mezclados con plutonio, uranio, cadmio y carbonizado de acero, comienzan a interactuar con las partes blandas del animal. La interacción de las cadenas de carbono con las proteínas y los lípidos contaminados con átomos de plomo, oro y hierro, comienzan a cristalizar hasta convertir los huesos en duros diamantes.

    Sin vida, pero inmortal

    Después de millones de años de mutaciones, renacería de las fuentes nucleares un animal que se asemeja al que era antes de morir. Tiene vida, pero no es la vida normalmente reconocible; se mueve, ruge, desafía la existencia de la humanidad, su sinapsis neuronal choca con su memoria instintiva. Como escribe Valdron “su carne, ahora es una mezcla de plomo, grafito, metales, cristales de carbonos y elementos radiactivos. Se ve como un animal, pero los elementos de sus tejidos son más parecidos a los de un gran volcán. El animal más que una entidad viviente es un gran reactor nuclear de alta tecnología. Su cuerpo se autorregula con torpeza, pero en el trayecto perfecciona sus procesos”.

    Su fuente de energía es obviamente nuclear, sus huesos cristalizados, su carne antinatural, no tienen límites biológicos. El crecimiento está fuera de control, miles de células muertas, células defectuosas, son consumidas y reemplazadas por las células nucleares, y la criatura crece rápidamente hasta alcanzar un tamaño que le permita llegar a la homeostasis, para regular y controlar su metabolismo atómico.

    Su ADN habría mutado completamente, evoluciona. La criatura todavía se parece a sus antepasados, a sus especies ancestrales, pero adopta nuevas características, como espinas, armaduras y estructuras que se asemejan a las capas de un armadillo. Aparecen nuevos órganos, nuevas habilidades y facultades. Algunos poseen un conjunto de espinas dorsales o placas para la descarga y la regulación del calor, otros pueden poseer mutaciones aleatorias, como dos cabezas, múltiples extremidades, hasta dar origen al kaiju que se conoce ahora: un ser sin vida, pero inmortal.

    Desafío kaiju

    La estructura nuclear del kaiju desafía las consideraciones biológicas normales. El kaiju no necesita respirar como nosotros. Sus metabolismos no se basan en reacciones químicas, por ello pueden existir bajo tierra o en el fondo del océano. Tampoco necesitan alimentarse, hay casos de kaiju que exhiben comportamientos de alimentación, sin embargo, D.G. Valdrun atribuye este comportamiento al instinto sobrante en su memoria genética. “Algunos kaiju comen porque cuando fueron criaturas vivientes, estaban programados para comer. Es simplemente un hábito”.Lo anterior indica que la agresión, territorialidad, dominación y caza, viene de su existencia como animal biológico. O sea, se siguen comportando como lo hicieron sus antepasados, a pesar de que no lo necesiten.

    El estudio sobre criaturas extrañas de Steve Ryfle plantea la posibilidad de que los kaijus consuman lo que llamamos radiación ambiental. Si la proporción de elementos radiactivos en el suelo, la atmósfera, el agua, es lo suficientemente abundante, el kaiju puede ser capaz de ingerir y metabolizar a través de la respiración. “Sus pulmones son enormes, tienen un aparato digestivo inmenso por lo mismo pueden ser capaces de filtrar grandes cantidades de aire irradiado o agua”, escribe Ryfle. En este sentido, los análogos biológicos más cercanos del kaiju podrían ser animales filtradores como la ballena azul o el tiburón ballena.

    El mismo estudio, indica que el kaiju pudo haber evolucionado las técnicas de alimentación por filtro, haciéndolas más sutiles. Por ejemplo, Godzilla se alimenta directamente de las plantas de energía nuclear, esto indica que el kaiju o algunos de ellos pueden estar generando campos electromagnéticos o quizás algún otro tipo de campo de fuerza que canaliza la energía radiactiva.

    Otro aspecto interesante es la sensibilidad térmica del kaiju; a muchos de ellos, por lo general, no parece molestarles el calor, pueden caminar cómodamente a través del fuego o incluso pueden nadar sobre la lava. Sin embargo, son vulnerables al frío. Por ejemplo, Godzilla al ser enterrado en un glaciar queda inactivo. En la misma línea, el kaiju es asociado al agua: Manda, Ebirah, Hedorah, Varan, Titanosaurus y Godzilla parece pasar en tierra, el mismo tiempo que pasan en las profundidades del mar. No es al azar que las ciudades que son víctimas de sus ataques, están rodeadas de agua, ya que la necesitan para controlar los procesos atómicos de su cuerpo y mantener su funcionamiento en equilibrio. Algunos de los kaiju más activos y agresivos deben sumergirse en grandes cantidades de agua para mantener o recuperar la estabilidad.

    Para terminar, podría anotarse que los Kaiju son reactores nucleares caminantes; sus procesos son autónomos, aparentemente dejan poca o ninguna radiación residual, dentro de sus células se esconde los secretos para controlar la reacción en cadena y la radiación como energía limpia, la anti gravedad o tal vez muchísimos secretos más. Valdron dice que “si los procesos de las células de los kaijus pudieran reproducirse, sería un gran avance para la tecnología humana”.

    Queda por el momento en un desafío tan grande que alcanza dimensiones kaiju.

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