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La historieta chilena hoy: Viva a pesar de todo

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El cómic chileno está presente.

La explosión social y la pandemia sorprendieron a la historieta nacional en un momento expectante. Golpeada por un 2019 en que las ventas cayeron, principalmente por la imposibilidad de realizar eventos desde octubre en adelante, y confinada desde principios de este año, la mini industria nacional ha tenido que buscar la forma de sobrevivir a los golpes y seguir adelante con la mascarilla puesta (primero por las lacrimógenas y luego por el Covid-19). Y aunque la historia del cómic chileno se ha escrito siempre desde la supervivencia, esta vez la crisis llegó justo en un momento en que —al menos desde el punto de vista de la creación— la escena local muestra primaverales brotes verdes.

Quizá como nunca en nuestra historia reciente, se está publicando en Chile una gran variedad de cómics. Historias personales, aventura, humor, rescate histórico e incluso investigación tienen espacio en las vitrinas nacionales.

En los últimos meses—contra viento y marea— conviven los lanzamientos de grandes casas editoras, como la distopía de ‘Leviatán’, de Martín Cáceres (Planeta); las aventuras escolares de ‘Alegría y Sofía: Clase 7ºB’ (Planeta); la aventura selvática de ‘Temple’, de Alfredo Rodríguez y Gonzalo Martínez (Santillana), el humor ácido de ‘Esto no prendió’, de Malaimagen (Reservoir Books – Penguin Random House); y los desvaríos de ‘Ansiedad’ de Alberto Montt (Planeta); con una serie de cómics de editoriales más pequeñas, como ‘Freakshow’, de Álvaro Matus (Arcano IV); ‘Witranantü’, de Inti Carrizo-Ortiz y Diego Zúñiga (Aurea Ediciones); ‘Café  Amargo #5’, de Pía Prado (Wolu); ‘Maestro Gato #5’, de Paulinaapc (Visuales); ‘Cazadores’, de Víctor Abarca Lizana (Ariete);  y ‘El Último Detective’, de quien escribe y Geraldo Borges (Acción Comics).Y eso por nombrar sólo a algunos.

A ellos se suman proyectos históricos como ‘Nadie más tiene que morir’, de Malcolm Leiva y Lucho Inzunza, que relata ‘el Riñihuazo’ de los 60s en Valdivia; el compilatorio ‘Viborita’, donde Claudio Aguilera rescata al personaje de Pepo, padre de Condorito; y la autogestión con publicaciones como la imparable ‘Brígida’, encabezada por Maliki, Sol Díaz e Isabel Molina, que alcanzó su volumen #7; y ‘Que no pare la Revolución’, de Guido Salinas y Sebastián Castro, creadores de la saga Guardianes del Sur. La lista sigue y se amplía en temáticas, autores, estilos y colores, no sólo de impresos, sino también de webcómics.

La pulsión creativa de los creadores y creadoras chilenos se mantiene viva, y conquista espacios como las páginas de los diarios, los noticieros e incluso los Premios Literarios del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, que a fines de 2019 reconocieron por primera vez la categoría Narrativa Gráfica, al galardonar a Marcela Trujillo por su obra ‘Ídolo’.

Pero no sólo en Chile las viñetas locales están dando que hablar. En los últimos meses, títulos como ‘Mortis’ (Heavy Metal, Estados Unidos), ‘El Ejército de Dios’ (Heavy Metal, Estados Unidos), y ‘Los años de Allende’ (Zarabatana Books, Brasil), se sumaron al creciente número de cómics chilenos editados más allá de nuestras fronteras. Y vienen más —muchos más—en camino.

¿Qué falta entonces en la ecuación para que nuestra mini industria salga de una crisis que parece permanente, y que va más allá de la pandemia? Simple: que los lectores y lectoras vuelvan a abrir los libros y las revistas, y descubran que hay una gran historieta chilena hecha justo para ellos. Les prometo que no se decepcionarán. ¿Qué pasará con los editores, creadores y creadoras chilenos en este año incierto? Seguiremos adelante, como siempre, porque simplemente no podemos parar. Y cuando alguien nos pregunte, parafraseando a cierto monstruoso héroe, sólo diremos “ese es mi secreto, Capitán… yo siempre estoy en crisis”.

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