Dentro de su extenso trabajo como escritor, esta es una de las obras que más me impactó y sobrecogió. Un título que mantiene una vigencia inalterable más allá de las hojas de papel.
Hace ya demasiadas décadas, en mis años de escolar, dos libros de Ray Bradbury abrieron una ventana llena de luz y aire fresco en medio de tantas lecturas que nunca dejaron huella. Me refiero a Fahrenheit 451 y a Crónicas marcianas, que me sorprendieron desde sus primeras páginas y cuyo recuerdo sigue vivo como el día en que los leí por primera vez.
En el caso de Fahrenheit 451, fue la aproximación a una distopía que me asombró y conmovió de una manera distinta a lo que me habían producido otros títulos semejantes, como Un mundo feliz, de Aldous Huxley; o 1984, de George Orwell.
En un futuro cercano, todos los contenidos e informaciones se consumen a través de pantallas de gran tamaño ubicadas en hogares y lugares públicos. En esa sociedad los libros impresos están prohibidos por el gobierno porque supuestamente hacen infelices a las personas y fomentan las diferencias entre la población. Y los encargados de hacer cumplir la ley son los bomberos. Esa sola idea me pareció aterradora y de una vigencia permanente.
¿Y el título del libro? Simple: 451 grados Fahrenheit (unos 233 grados Celsius) es la temperatura a la que se quema el papel.
Publicada por primera vez en 1953, desde entonces ha vendido más de 10 millones de ejemplares, está traducido a 33 idiomas en 38 países y jamás se ha dejado de imprimir. ¿Por qué? Tal vez, precisamente, por su singular trama distópica.
El protagonista es Guy Montag, uno de esos bomberos que, tras acudir a un llamado en el que una mujer prefiere quemarse viva con sus libros, se queda furtivamente con un ejemplar. Una decisión que le cambiará la vida para siempre a un hombre acostumbrado a no cuestionar los mensajes oficiales, la historia ni mucho menos la autoridad. Después de todo, lo que él y esa sociedad necesitan saber es lo que entregan permanentemente las pantallas ubicadas en cada calle, esquina, casa y departamento.
En 1966 la novela de Bradbury fue adaptada al cine por François Truffaut, transformándose en un clásico instantáneo. Y en 2018, la cadena HBO se arriesgó con un remake escrito y dirigido por Ramin Bahrani, protagonizado por Michael B. Jordan (Pantera Negra, Creed), Michael Shannon (Hombre de acero, La forma del agua) y Sofia Boutella (Kingsman, Star Trek Beyond).
Hay que decirlo: el remake es bueno, sobre todo porque tomó la misma historia y la transformó en una versión para este presente, en el que por ejemplo los drones acompañan a los bomberos en sus misiones y transmiten los allanamientos en tiempo real a la sociedad, casi como si fueran un reality.
En 2009, Fahrenheit 451 también se publicó en formato de novela gráfica, cuyo guion estuvo a cargo del propio Bradbury, mientras Tim Hamilton se encargó de las ilustraciones.
Sin embargo, más allá de las adaptaciones, lo cierto es que esta novela mantiene su vigencia por todos los temas que aborda: la desaparición de los libros impresos (cuando se publicó aún no se soñaba con los ebooks), la fragilidad de la cultura y el conocimiento, la capacidad de reescribir la historia, así como la ignorancia como instrumento de dominación y control de las sociedades.
Pero también porque rescata lo más profundo de la esencia humana: la sensibilidad, la curiosidad y la capacidad de asombro.
En ese sentido, el mundo de Fahrenheit 451 ofrece una densidad que pocas obras de este tipo pueden ofrecer. Es difícil saber si Bradbury alguna vez consideró volver al universo que había creado en 1953, pero resulta indudable que asumiendo que se trata de una novela icónica no resulta difícil pensar en que podría inspirar una secuela, una precuela e incluso un spin-off. Algo similar a lo que Amazon hizo con El hombre en el castillo.
Todo esto y más encierran las páginas de esta famosa novela de Ray Bradbury, quien irónicamente durante años fue muy crítico de internet y de los libros digitales. Y que recién en diciembre de 2011 (un año antes de su fallecimiento) autorizó que Fahrenheit 451 tuviera una versión digital y se distribuyera en formato ebook.
Tal vez consideraba que el libro impreso, con su textura y olor, era el mejor soporte para una obra imperecedera como esta; ciertamente, una novela incombustible al paso del tiempo.