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    ‘Zona cero’: Las coordenadas de una tragedia

    La novela ‘Zona cero’ (Random House, 2020) del periodista, productor y guionista Gilberto Villarroel (también autor de ‘Cochrane vs Cthulhu’ y ‘Lord Cochrane y la hermandad de las catacumbas’), es uno de esos libros que acompañan los tiempos convulsos, los narran y sintetizan a través de la ficción. Es idóneo para el hoy.

    Y no porque sea profético o busque adivinar las coordenadas sociopolíticas de un territorio o momento próximo de nuestra historia, como si el acto creativo de escribir literatura se tratara de pronosticar el clima o el horóscopo en la televisión.

    Pero es claro que para un autor nacido en los años 60 del siglo pasado, como Villarroel, los horrores cometidos por la derecha pinochetista —estragos que no se han ido del todo porque quienes los cometen sólo cambian de rostro o peor aún evolucionan como esos monstruos que irrumpen la cotidianidad de su novela—, son puntuales escenarios de exploración artística.

    Esos monstruos que perfeccionan su abuso al otro, el mecanismo chupasangre que los define y envilece con cada acto de corrupción humana, y que en última instancia multiplica su letalidad, rondan La Moneda. Se adhieren a ella como osos a la miel. Como vampiros al cuello de sus presas.

    Porque, ¿dónde queda el poder de un vampiro si no tiene a quién chupar? Es a través de la tiranía, de la vejación al otro, que adquiere su señorío luciferino.

    Las protestas sociales que se observaron en diversas regiones del país a finales del año pasado y las reacciones gubernamentales para atenderlas, tanto como las consecuencias directas y colaterales de la actual pandemia provocada por el coronavirus SARS CoV-2 causante del Covid-19, sacan a relucir el comportamiento de una nación y su idiosincrasia más transparente, que un observador fino de la realidad pudo haber plasmado en la ficción previamente con cierta naturalidad.

    Desde la portada, eso ocurre en ‘Zona cero’ de Gilberto Villarroel, quien escribe con la plástica y el ritmo incesante de una viñeta. Y esa virtud tiene una explicación, ya que la novela fue concebida originalmente como una historieta que su autor quiso concretar con su amigo, el dibujante Christian Luco (autor de ‘La Grieta’). Pero la obra creció hasta alcanzar su dimensión narrativa a través de las palabras. Y le queda bien ese formato más extenso.

    Por eso, por su sintonía natural, más que extrañeza, visualizar compatriotas corriendo despavoridos por Plaza Italia o Plaza Baquedano para ponerse a salvo de esos seres vampíricos que los persiguen, es una experiencia cercana, cotidiana, incluso íntima, que le clava sus colmillos al lector.

    Esa proximidad es, además, de larga duración y no se desvanece al cambiar de página y ni siquiera al dejar el libro. Es una publicación que reverbera por las noches de insomnio e insisten en hacerle creer a las víctimas que su horror es verosímil y quizá real; y que todos los chilenos, de cierta forma, estamos en esa ‘Zona cero’ de catástrofe.

    Para su novela, Villarroel elige como criatura infernal protagonista al vampiro —en una versión que le permite conservar como recuerdo lo último que vivieron, lo que por cierto condiciona algunos aspectos de su proceder—, porque estos seres chupasangre en la literatura clásica siempre han tenido connotación y significancia social y política, como lo han demostrado John William Polidori o BramStoker.

    Y parecen monstruos temibles y capaces —en un funcionamiento de colmena en el que su comandante es el mismísimo Vlad Tepes— justos para irrumpir en un país en el que ya no se respeta “ni la Ley de la selva”, como dijera Nicanor Parra.

    ‘Zona cero’ alcanza un grado mayor en esa concepción de distopía andina y conduce al lector a un auténtico apocalipsis, en lo que es a la vez una carta de amor furiosa a los chilenos, violenta pero sensible, firmada por un autor que si bien vive en Francia desde hace varios años, no logra descalzarse los zapatos del país.

    En rigor, la realidad de esa nación secuestrada por los chupasangres es su propia piel literaria y su materia creativa. Así se percibe al atravesar sus páginas que llevan al lector a estados de sitio en la misma capital chilena, a la presencia militar de tropas extranjeras o al peligroso rescate de un cura pederasta —existe un motivo razonable para eso, en serio—, emprendido por mineros del carbón en huelga de hambre.

    La alusión política, social e incluso eclesiástica muestra, sin caer en el panfleto, la cepa periodística de Villarroel y son reflexivas, contundentes y muy entretenidas coordenadas del desastre natural y a la vez humano de la “Zona cero” en la que se convirtió el Gran Santiago en esta novela.

    Y quizá no sólo en ella.

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