Una de las últimas leyendas del cine salió al paso de la eternidad: Sean Connery (1930-2020). Y es imposible no sentir que queda un vacío a escala global. Es que, en mi caso, es de esos actores que estuvieron siempre ahí, abarcando toda la pantalla con su presencia.
Recuerdo haber visto todas sus películas de James Bond, durante los años 80, en televisión. Pero también en la gran pantalla, gracias a un inolvidable maratón que se proyectó durante un caluroso verano en el ya desaparecido cine Rex, en calle Huérfanos.
Y en la década siguiente, me sorprendió en Marnie (1964), en el marco de un ciclo de películas de Alfred Hitchcock.
En ese sentido, con el paso de los años, Sean Connery fue creciendo cada vez más. Y el rol del agente 007 fue quedando atrás. O, mejor dicho, en el lugar que ya tenía ganado.
Connery no le temía a los libretos ni a los personajes que lo desmarcaran del legendario agente al servicio de Su Majestad. Y eso le abrió las puertas a un abanico de roles, donde hubo de todo.
Fantasía y ciencia ficción
Tal vez uno de los más llamativos fue el protagónico en la cinta de ciencia ficción post apocalíptica Zardos (1974), dirigida por John Boorman (Excalibur, La selva esmeralda). Pero también su rol en El viento y el león (1975), dirigida por John Milius (Conan el Bárbaro), en la que Connery interpretaba al líder jerife Ahmed al Raisuli, a comienzos del siglo XX.
En esa misma línea se podría mencionar su personificación de El Caballero Verde, en la película de fantasía épica Sword of the Valiant: The Legend of Sir Gawain and the Green Knight (1984), en donde también aparecía Peter Cushing.
Es que a Sean Connery le quedaban bien los personajes épicos. Y el mejor ejemplo de eso son los últimos minutos de Robin Hood: príncipe de los ladrones (1991), de Kevin Costner. No diré más.
Otro título imperdible de su filmografía es Outland (1981), dirigida por Peter Hyams, quien siempre se desenvolvió con comodidad en el campo de la ciencia ficción, como lo demuestran cintas suyas como Capricornio Uno o 2010.
En lo personal, Outland me parece una impecable reinterpretación de A la hora señalada (1952), aquel western imprescindible de Fred Zinnemann, pero ambientada en una colonia minera en Io, una de las lunas de Júpiter. Y en la que Sean Connery fue el responsable de darle el mérito que permite verla una y otra vez.
La experiencia y la sabiduría
En ese contexto, con los años su trabajo actoral fue creciendo hacia un perfil que con matices se consolidó película tras película: el del mentor, sabio y exigente. ¿Ejemplos? Hay bastantes.
El primero, obviamente, es Highlander (1986), dirigida por el australiano Russell Mulcahy, en la que Connery interpretó de manera magistral a Juan Sánchez Villalobos Ramírez, un inmortal con suficientes siglos en el cuerpo como para entrenar al joven e inexperto escocés Connor MacLeod (Christopher Lambert).
El rol se repitió ese mismo año en El nombre de la rosa, cinta dirigida por Jean-Jacques Annaud y que estaba inspirada en la novela homónima de Umberto Eco. En ella interpretó al fraile franciscano Guillermo de Baskerville, quien llega a una abadía en el norte de Italia (en plena Edad Media) para resolver una serie de extrañas muertes. Y que durante toda la trama está acompañado por su discípulo, Adso de Melk (Christian Slater).
Lo propio hizo también en aquella joya de Brian De Palma que es Los Intocables (1987), donde Sean Connery interpreta al veterano policía Jim Malone, quien guía el trabajo de un joven Eliot Ness (Kevin Costner) en contra del crimen organizado en el Chicago de la Ley Seca (mención aparte merece Robert De Niro como Al Capone, por cierto).
Dos años después, Connery nos sorprendió a todos con su inolvidable interpretación del profesor Henry Jones en Indiana Jones y la última cruzada (1989), donde encarnaba al padre del intrépido arqueólogo. Un rol que tal vez merecía al menos una aparición más en pantalla. Y por qué no decirlo, un spin-off.
En La Caza del Octubre Rojo (1990), de John McTiernan (Duro de matar, Depredador) esto parece menos evidente, pero lo cierto es que su desempeño como el capitán Marko Ramius se acerca mucho a ese rol cuando finalmente se encuentra con un joven Jack Ryan (Alec Baldwin).
Y en La Roca (1996), de Michael Bay (Armageddon, Transformers), interpretó a John Patrick Mason, un agente secreto británico (claro guiño a James Bond) encarcelado durante décadas, quien ayuda al agente Stanley Goodspeed (Nicholas Cage) a infiltrarse en la isla de Alcatraz para desmantelar unas armas químicas que amenazan a San Francisco.
En todo caso, una variante de ese rol fueron sus trabajos en El curandero de la selva (1992), donde compartió la pantalla con Lorraine Bracco; Sol Naciente (1993), junto a Wesley Snipes; y La emboscada (1999), con Catherine Zeta-Jones.
Su último trabajo en el cine fue interpretar a Allan Quatermain (el protagonista de ‘Las minas del rey Salomón‘, de H. Rider Haggard) en La liga extraordinaria, dirigida por Stephen Norrington (Blade). Una adaptación fallida de esa joya que es The League of Extraordinary Gentlemen, de Alan Moore y Kevin ONeill, pero que le permitió un último papel, épico y emocionante.
Ya se extrañan su voz y su expresiva mirada. En ese sentido, ver al dragón Draco en Dragonheart: corazón de dragón (1996), es verlo a él. Y, nuevamente, oficiando de mentor y guía de Bowen (Dennis Quaid), un caballero desencantado devenido en cazador de dragones.
Es probable que a Connery sólo le faltara dejar su huella en alguna saga cinematográfica como Harry Potter (habría sido un gran Dumbledore), Star Wars (algún maestro Jedi o un oficial del Imperio) o Avengers (¿se lo imaginan de Odín?). Lo único cierto, en todo caso, es que alguna vez le ofrecieron el rol de Gandalf, para El Señor de los Anillos.
Cuando figuras como Sean Connery nos dejan, se vuelven leyendas. Y las leyendas, son inmortales.