Por Javiera Catalán Soto
Incomodidad, dolor de guata, ganas de escapar y gritar, son las primeras palabras que se me vienen a la cabeza cuando pienso en la experiencia de ver Parasite, una película declarada por muchos como la mejor del año que recién se fue. E incluso los más aventurados dicen que es la mejor la década. Lo que indudable es que hay que verla sí o sí, por su belleza estética, por la genialidad de sus actuaciones, pero por sobre todo, porque habla de una verdad universal, el capitalismo nos comió la cabeza y el alma a todos, y en estos momentos estamos viviendo las consecuencias.
No es primera vez que el director coreano de 50 años, Bong Joon-Ho, toca estos temas. De hecho, lo viene haciendo hace años, desde Barking dog never bites (2000), Memories of murder (2003), The Host (2006). Pero sus últimas dos películas, habladas en su mayoría en inglés, le permitieron aparecer en el radar del resto del mundo, y llevar su mensaje a nuevos públicos. Con Snowpiercer (2013) y Okja (2017) conquistó festivales y se ha convertido en el director coreano más prolífico de la década, ganando la Palma de Oro en el último festival de Cannes, con Parasite.
Pero vamos por partes. ¿Qué hace de Parasite la obra maestra de la que todos hablan? Todo. Simplemente todo. Es una película meticulosamente pensada, cada detalle está ahí por algo, y no como simple adorno, o para endiosar la capacidad del director de solucionar ciertos asuntos. Todo está perfectamente colocado ahí por una razón concreta. Pero para que se entienda el por qué de tantas flores, les tengo que contar que Parasite cuenta la historia de los Kim, una familia pobre, conformada por padre, madre, hijo e hija, que residen en un barrio pobre y que tienen trabajos que le dan a la gente pobre, doblando cajas para una pizzería. Viven en un semisótano – algo común en Corea del Sur – y desde su única ventana, único espacio de luz natural que entra a la casa, ven los pies de los transeúntes y a los borrachos que usan las esquinas como baños públicos. Ahí viven como pueden, roban wi-fi a los vecinos, y comen lo que les alcanza con sus míseros pagos.
En oposición, está la opulencia y magnificencia de la familia Park. Una familia compuesta por un padre empresario, una madre que intenta ser perfecta, una hija adolescente, y un niño que lidia con traumas y fantasmas. Ellos viven en un barrio más que acomodado, en una casa diseñada por un renombrado arquitecto, que tiene un ventanal groseramente grande por donde entra el sol, convirtiéndose en otro habitante del hogar, una diferencia diametral a la de la familia Kim.
Sus historias se cruzan cuando al hijo mayor de la familia pobre, Ki-Woo, se le ofrece trabajo como tutor de inglés de la hija adolescente de los Park. Con ayuda de su hermana, uno de los personajes más astutos de la película, crean una identidad falsa. En lo que avanza la trama, cada uno de los miembros de la familia Kim se las arregla para conseguir que, uno a uno, los contraten como empleados de servicio en la casa Park. Ki-woo como tutor, la hija, Ki-jeong, como profesora de artes del niño perturbado, el padre como el nuevo chofer, y a la madre, Chung-sook, como la ama de llaves. Hasta ese punto la película es pura comedia negra, donde se juega mucho con el dramatismo de la pobreza miserable en la viven.
Es así también que comprendemos el porqué del nombre de la cinta. Parásitos, que se te meten sin que te das cuenta, y cuando tienes conciencia de su presencia, ya es demasiado tarde. ¿Eso son los pobres? Para los ricos sí – comunistas, quieren todo gratis -.
A partir de aquí todo cambia. Es por eso que Parasite es tan difícil de encasillar en un solo género, y convierte a Bong Joon-ho en un género en sí mismo. Porque de ser una comedia negra se transforma en un thriller que se digiere lento. Es incómodo y doloroso, y nos llega una de las frases que nos cuela más hondo: La gente que viaja en metro tiene un olor especial. Uf, como se me puso la piel de gallina con esas diez palabras que salen de la boca del señor Park, mientras la familia Kim se oculta bajo la mesa, luego de protagonizar una de las escenas más delirantes e inesperadas de la película. Una batalla campal por recuperar un celular que tiene las evidencias de sus mentiras, de sus vidas construidas para engañar.
La lucha de clases es muy potente en este relato, al igual que lo es en Snowpiercer o El expreso del miedo, como se le nombró en latinoamérica. En una sociedad distópica del futuro cercano, donde el mundo como lo conocemos tuvo su fin a manos del hombre explotador de la tierra, los únicos sobrevivientes viven en un tren, ya que se sufre una nueva era del hielo. Los ricos viven en los primeros vagones, donde gozan de comodidades parecidas a las del mundo antes de la devastación. En la cola están los pobres, los marginados, que viven en una especie de ghetto sobre ruedas, alimentados con sucedáneos. Una trama parecida se ve en Los Juegos del Hambre, donde los habitantes se dividen por distritos en relación a sus ingresos, o en el anime Shingeki no Kyojin, donde opera la misma lógica. Yo soy el sombrero, y ustedes los zapatos. Yo pertenezco aquí arriba y ustedes son los pies, dice Mason – interpretada por Tilda Swinton -, uno de los personajes más detestables de toda la filmografía de Bong Joon-ho. Y los zapatos vuelven a ser un tema; lo único que ven los Kim desde su pequeña ventana en el semisótano en Parasite, resulta que es un paralelo a sus propias vidas. Están al final, son los pies. Pero lo pies son lo que sostiene todo el cuerpo. Si los pies se niegan a avanzar todo se detiene. Y eso sucede en Snowpiercer, donde los pies inician la revolución, guiados por Curtis – Chris Evans – el vengador, perdón, el encargado de liberar a su tribu del yugo de lo más acaudalados.
Y de la misma manera en que la humanidad asesinó al planeta en la película del 2013 sobre el congelamiento de la tierra, obligándolos a vivir exiliados en un una locomotora que recorre el mundo sin descanso, en Okja, del 2017, donde el alimento escasea, una corporación comienza a crear/criar una nueva especie de súper cerdos, aptos para el consumo humano. Una especie supuestamente descubierta ni nada más, ni nada menos que en Chile. ¡CHILE! ¿Descubrieron una forma de vida perfectamente comestible en Chile?… Mmm, ya, seguro que en ese mundo de fantasía el gobierno autorizó que una corporación extranjera viniera a intervenir genéticamente a nuestros animales, alterando la fauna y flora nativa, seguro que fue eso. Pero eso en realidad no pasa en Chile, obvio que no – wink, wink-. Volviendo a la trama de la película, la joven Mija, una niña del campo de Surcorea, recorrerá el mundo para recuperar a su amiga Okja, producto de la ingeniería genética, un animal mutante pero inocente, que no es más que un medio para un fin malévolo, escondido tras un velo de solidaridad. La idea de acabar con la hambruna para llenar los bolsillos, una vez más, de los más acaudalados. La desigualdad en su máxima expresión.
Durante una MasterClass en el contexto del Festival de cine de Cannes, Bong Joon-ho, dijo: Todos vivimos en el mismo país, llamado capitalismo. Y hablando acerca de su necesidad de hacer una película hablada en coreano, con actores coreanos y ambientada en Corea del Sur, el director declaró que quiso mostrar la realidad de su país, una realidad desigual y cruel, pero que sin querer terminó haciendo una película que refleja la realidad del mundo.
Toda su filmografía transita por lugares crueles y duros, donde siempre los más pobres son los perjudicados. En Memories of Murder, basada en la historia real del primer asesino serial de Surcorea, durante el último año de la dictadura militar de Chun Doo-hwan, en el 86, un asesino y violador de mujeres, se escabulle durante meses de la policía, mientras estos se encargan de torturar a inocentes en el sótano de la comisaría. Pasando por alto pistas reales e inculpando, una vez más, a los más desposeídos, hombres enfermos y pobres.
En The Host, la película más taquillera de la historia de Corea del Sur hasta la fecha, a pesar de su estreno en 2006, cuenta, a través de la fantasía y la ciencia ficción, la historia de una familia pobre. Cuando un monstruo surge del Río Han en Seúl, luego de mutar por la contaminación de las aguas – una vez más los hombres metiendo sus manos para arruinarlo todo -, la familia hará lo imposible por recuperar a la pequeña Park Hyun-seo, secuestrada por el monstruo. En Mother, una madre viuda lucha por probar la inocencia de su hijo y redimirlo frente a la acusación de ser un asesino de mujeres. Además de ser pobres, luchan con el constante estigma de que el joven Do-joon tiene una discapacidad cognitiva, razón por la que es víctima de burlas por parte de la gente.
Bong Joon-ho está en la cresta de la ola con Parasite, y esta película le ha dado una vitrina hacía el mundo que hoy lo alaba por la belleza, en todo sentido, de su obra. Bong Joon-ho es un realizador excelente, sin duda uno de los mejores de su generación, que de seguro nos seguirá entregando películas de calidad indiscutible, donde la cada detalle esté ahí por una razón y no por una decisión antojadiza; donde la música esté perfectamente sincronizada con las emociones que busca transmitir; donde las actuaciones sean tan buenas que ericen la piel, donde el guion sea tan genial que haga que el cuerpo somatice y que logre que la sensación de miedo y agobio se traduzca en un dolor físico tangible, donde a pesar de lo odioso que pueden ser los personajes, todos tienen un lado tan humano que se vuelven identificables en nuestro entorno.
Pero por sobre todo eso, Bong Joon-ho hace cine sobre una verdad universal, habla sobre desigualdad, sobre víctimas del capitalismo tardío, sobre lucha de clases, sobre la explotación indiscriminada de la tierra. Hace cine sobre la realidad actual, independiente del país desde el que estás viendo sus películas, Bong Joon-ho está haciendo cine sobre ti, y sobre esos poderosos, que hoy, en los albores del 2020 no tienen en la incertidumbre de una posible Tercera guerra Mundial. Bong Joon-ho es el profeta de nuestros días, que en vez de parábolas, usa las películas como su mensaje.