Una década después del debut de Dying Light, Techland demuestra que su fórmula de supervivencia, parkour y horror visceral todavía tiene sangre en las venas con Dying Light: The Beast, disponible para PC, PlayStation 5 y Xbox Series X|S.
Juego que no busca reinventar la saga ni eclipsar a sus predecesores con un mundo más grande, sino concentrar toda su energía en una experiencia más intensa, enfocada y brutal.

Lo que nació como una expansión para Dying Light 2 terminó convirtiéndose en una entrega independiente que respira el espíritu del original, pero con una madurez narrativa y una ferocidad pocas veces vistas en la franquicia.
El regreso de Kyle Crane, protagonista del primer juego y figura casi mítica para los fans, es el corazón que bombea esta nueva aventura. Su retorno no obedece a la nostalgia fácil, sino a la necesidad de cerrar un ciclo: The Beast es tanto una historia de redención como una inmersión en la monstruosidad humana.
A través de él, Techland explora la frontera difusa entre lo que nos mantiene vivos y lo que nos convierte en bestias, en un relato más íntimo y sombrío que cualquier entrega anterior.

El título es una mezcla única de mundo abierto y survival horror de acción, que se desarrolla en el hermoso pero peligroso valle de Castor Woods, ahora invadido por zombies en lugar de turistas.
En este escenario hostil, la supervivencia exige más que fuerza, ya que necesitarás tejer alianzas precarias, aprovechar cada herramienta de combate y dominar todas las habilidades de desplazamiento disponibles.
Según indicó Tymon Smektała, director de la franquicia Dying Light, durante su lanzamiento: “Dying Light: The Beast es nuestra carta de amor a la serie y a la increíble comunidad de Dying Light. Nuestros jugadores nos han acompañado en los buenos y malos momentos, y nuestra mayor ambición con este proyecto era ofrecer el juego que nuestra comunidad realmente se merece”.
“A todos los fans de Kyle Crane y Dying Light: ha llegado el momento. ¡Es hora de desatar a La Bestia!”, exclamó.
Algo que pude sentir jugándolo hace varias semanas y me ha hecho creer que con Dying Light: The Beast, Techland ha escuchado a su comunidad y ha respondido con una obra que se siente profundamente sincera.
Esto ya que cuando Kyle Crane hace que nosotros desatemos a la bestia que lleva dentro, deja en claro que a veces, para sobrevivir al infierno, hay que abrazar a los demonios.
Una historia de venganza, mutación y redención
Hablando sobre su historia, esta se sitúa trece años después de los sucesos del primer Dying Light y su expansión The Following, Dying Light: The Beast y como adelanté, retoma el destino de Kyle Crane, aquel héroe convertido en mito.
Pero el hombre que regresa no es el mismo, ahora es un ser mutado, mitad humano y mitad volátil, marcado por los experimentos del Barón Marius Fisher, un científico demente que juega a ser dios entre montañas y ruinas.

De esta premisa, la cual es una mezcla de ciencia retorcida, tragedia personal y horror biológico, nace una historia más íntima, oscura y visceral que cualquier entrega previa.
Antes de seguir, cabe destacar que aunque obviamente, haber jugado los anteriores títulos de la franquicia suma totalmente a la experiencia, Dying Light: The Beast entrega un resumen de los sucedido para no perdernos en su historia.
Junto a eso, Techland ha lanzado un video oficial pensado tanto para quienes se acercan por primera vez a la saga, como para los veteranos que desean recordar los acontecimientos clave.
La narración se despliega en Caster Woods, un valle aislado donde los fracasos de la ciencia han dado forma a nuevas criaturas conocidas como las Quimeras, las cuales son abominaciones genéticas que encarnan la degeneración del virus y del propio ser humano.
Crane, liberado por la doctora Olivia tras años de cautiverio, emprende una cruzada contra estas ocho bestias para alcanzar su verdadero objetivo, el cual es destruir al Barón y enfrentar su propia naturaleza.
Lo que empieza como una misión de venganza se transforma pronto en un viaje hacia la redención, un intento desesperado por reconciliar la memoria del hombre con el instinto de la bestia.
Este planteamiento hace que lejos de los dilemas políticos y morales de Dying Light 2, The Beast apueste por una historia directa y emocional, entregando una trama que personalmente, sentí que se mueve con ritmo de tragedia clásica, enfocándose en el conflicto interno de Crane,
Esto es su lucha entre la humanidad que intenta preservar y la monstruosidad que lo consume y, en esto, el juego aprovecha esta dualidad no solo en el plano narrativo, sino también jugable y aunque el guión no tenga ni aspire a tener complejidad, logra mantener el interés gracias a su tono sombrío y a la calidad de sus personajes secundarios.

Junto a esto, cada misión secundaria añade capas emocionales al relato, presentando historias breves sobre culpa, pérdida o resistencia que refuerzan el ambiente de desesperanza que envuelve a Caster Woods.
Es así como la historia Dying Light: The Beast no pretende ser una epopeya interminable y de hecho, no se aleja demasiado de las que hemos visto varias veces en juegos, series o películas sobre el mismo tema.
Pero de todas maneras, se vive como un cierre emocional y un relato que sentí como una fábula de monstruos, en la que el mayor horror no son las criaturas del bosque, sino el reflejo que Crane encuentra en sí mismo.
Jugabilidad entre el movimiento y la bestia interior
Techland siempre ha destacado por una virtud poco común en los juegos de acción, haciendo que cada golpe, salto o carrera se sienta físico, inmediato y visceral, lo que en Dying Light: The Beast lleva a su punto más alto.
Esto, condensando una década de evolución en un sistema de combate y movimiento que logra ser brutal, táctil y, sobre todo, adictivo, teniendo a la violencia como el alma de la saga, pero ahora combinada con un diseño más pulido, enfocado y coherente, que prioriza la intensidad sobre el exceso.

El combate cuerpo a cuerpo conserva su esencia salvaje y cada impacto se percibe con un peso real, con animaciones que transmiten el dolor y la contundencia de cada golpe. Las armas improvisadas, desde machetes oxidados hasta sierras eléctricas o bates modificados, vuelven a degradarse con el uso, obligando a una gestión constante de recursos y a un ritmo de combate impredecible.
A ello se suma un repertorio de armas de fuego más amplio y mejor equilibrado, que añade dinamismo sin robar protagonismo al cuerpo a cuerpo. Disparar sigue siendo un recurso peligroso, porque el ruido atrae hordas, y cada bala cuenta.

La gran novedad es el Modo Bestia, una mecánica que redefine el ritmo de la acción y que le da el nombre al juego. A medida que Crane inflige o recibe daño, su barra de furia se llena, permitiéndole desatar su lado monstruoso durante breves momentos de euforia y destrucción y en ese estado, los combates alcanzan un frenesí casi hipnótico y que es verdaderamente genial.
En Dying Light: The Beast, desmembramientos, ondas de choque y una sensación de poder descontrolado que se equilibran con un riesgo constante, ya que activar la bestia en el momento equivocado puede ser un error fatal, siendo al final un sistema tan catártico como estratégico, que encaja a la perfección con la narrativa del juego.

El parkour, emblema de Dying Light, sigue siendo el pilar de la experiencia, lo que hace que cruzar los tejados, acantilados y estructuras naturales de Caster Woods, permita conservar la fluidez y naturalidad que definieron a la saga, pero ahora con una verticalidad más orgánica.
Junto a lo anterior, la ausencia de viaje rápido obliga a moverse constantemente, haciendo del desplazamiento una parte integral del juego y, en esto, el nuevo gancho de agarre añade variedad, aunque requiere precisión y ritmo, ofreciendo un desafío mayor a jugadores veteranos.
Con el tiempo, correr, escalar y planear entre los riscos se vuelve una delicia, haciendo que en Dying Light: The Beast exista un flujo natural entre el control y el caos.
El diseño de progresión acompaña esta filosofía de concentración y ritmo, con el nivel máximo (15) siendo alcanzable en una sola partida, con tres ramas de habilidades, combate, parkour y sigilo, la cuales evolucionan de forma sencilla pero efectiva.
Las recompensas se sienten merecidas, sin el tedio de tareas repetitivas ni el relleno excesivo que lastró a Dying Light 2 y cada misión, cada enfrentamiento, tiene un propósito claro, y la exploración recompensa con materiales, historias o simples momentos de tensión ambiental.

En cuanto a contenido, The Beast se siente más pequeño que los anteriores juegos, siendo Caster Woods un entorno compacto que sustituye las grandes ciudades por una geografía alpina repleta de detalles, donde bosques húmedos, pueblos abandonados y estaciones desiertas componen un mapa que se siente vivo, cambiante y hostil.
El ciclo día-noche conserva su peso, ya que cuando cae la oscuridad, los zombis se vuelven más agresivos, y los temibles Cazadores de Sombras patrullan el terreno, devolviendo al juego su ADN de survival horror.
Las misiones secundarias, aunque menos numerosas, lejos de ser simple relleno, cada una amplía el mundo y aporta humanidad a la experiencia, algunas con historias breves de pérdida, culpa o supervivencia que dotan de profundidad a un entorno plagado de monstruos.
En definitiva, en lo técnico y estructural, Dying Light: The Beast no pretende ser más grande, sino más enfocado y sus limitaciones quedan eclipsadas por la solidez de su diseño.
Es un juego que sabe exactamente lo que quiere ofrecer, presentando una experiencia intensa, física y sin relleno, donde cada movimiento cuenta.
Arte, atmósfera y sonido: la belleza del horror
Como indiqué, Dying Light: The Beast no necesita un mapa gigantesco ni una tecnología deslumbrante para impresionar y su poder radica en la atmósfera.
Gracias a su notable diseño artístico y gráficos acordes al hardware de esta era, el Caster Woods de The Beast es un lugar que parece vivo pero moribundo al mismo tiempo y Techland logra que cada rincón del entorno se sienta como una herida abierta, una cicatriz del mundo que quedó atrás.

Lejos de la espectacularidad urbana de Dying Light 2, aquí prima la densidad visual por sobre la escala, ya que todo está construido con una precisión artesanal, con por ejemplo, rayos del sol filtrándose entre los árboles, lluvia que golpea el metal corroído de los refugios, o linternas abriéndose paso entre la niebla espesa de la noche.
Cada amanecer en Caster Woods es un respiro breve, un paréntesis antes de que el horror vuelva a despertar, siendo de alguna manera, un paisaje melancólico, casi poético, donde la belleza y la putrefacción conviven sin disimulo.
La iluminación vuelve a ser uno de los grandes triunfos de Techland, haciendo que la forma en que las sombras se estiran sobre los muros, cómo el fuego ilumina los restos de una cabaña o los reflejos del agua distorsionan las siluetas de los infectados, creen una atmósfera opresiva y cinematográfica.

El motor gráfico, aunque no de última generación, brilla por su solidez técnica, regalando animaciones fluidas, texturas detalladas y un rendimiento estable incluso en plataformas menos potentes como Steam Deck.
La versión que la compañía me concedió para esta reseña es la de PlayStation 5 y en lo visual, todo se ve increíble y funciona de una manera completamente jugable.
Como ejemplo de qué tal se ven y funcionan las versiones del juego de PS5 – PS5 Pro – Xbox Series S/X, dejo un video del canal ElAnalistaDeBits comparando estas.
Para cerrar, el diseño sonoro es una obra en sí misma, con gruñidos distantes, pasos quebrando ramas, respiraciones agitadas entre la oscuridad y el rugido interior de Crane resonando como un eco de su tormento.
Cada sonido aporta tensión y profundidad, sumergiendo al jugador en una inquietud constante y el silencio, cuando aparece, es tan importante como el ruido, convirtiendo a esa calma en algo engañosa antes de que algo irrumpa desde la penumbra.
La banda sonora, por su parte, es sutil y eficaz, alternando momentos de quietud ambiental con ráfagas de percusión y cuerdas disonantes que acompañan las secuencias de acción o los instantes de pura supervivencia.
Cuando la noche cae, la música se repliega en notas bajas y vibrantes, recordando que el verdadero enemigo siempre ha sido la oscuridad.
El resultado es una experiencia sensorial total, ya que Dying Light: The Beast transforma el miedo en una forma de belleza y aunque quizás no es el título más espectacular de la saga, sí es el más atmosférico, el más consciente de su estética y de su sonido.

En conclusión, Dying Light: The Beast es, ante todo, una declaración de principios y Techland, en lugar de apostar por la expansión desmedida, esta entrega se siente más contenida, más personal y, sobre todo, más intensa.
Es una experiencia que condensa lo mejor de la franquicia, su combate físico, su exploración vertical y su atmósfera de pesadilla urbana, en una aventura más enfocada y emocional.
Un regreso a las raíces que no se conforma con la nostalgia, sino que la utiliza como combustible para algo más potente, dejando en claro que Techland ha escuchado a su comunidad y ha respondido con una obra que se siente como un acto de amor hacia los fans.

Algo que se reflejó en apenas 48 horas después de su lanzamiento, donde el juego obtuvo una impresionante puntuación del 90% en las reseñas positivas de los jugadores en Steam y alcanzó un tope de 121.222 jugadores simultáneos durante su primer fin de semana, lo que demuestra la fuerza de su comunidad global.
El impulso positivo se extiende a todas las plataformas, con una puntuación de 4.7/5 en PlayStation, 4.4/5 en Xbox y 4.7/5 en Epic Games Store.
Tymon Smektała, director de la franquicia Dying Light, comentó: “Todo nuestro estudio ha dedicado dos años de arduo trabajo a este proyecto, teniendo siempre en cuenta a los jugadores en cada decisión que tomábamos. Hemos escuchado atentamente los comentarios de la comunidad a la hora de tomar decisiones creativas y de diseño. La acogida tan positiva que ha tenido entre los jugadores desde su lanzamiento demuestra que este enfoque realmente tiene sentido”.
Para más información sobre Dying Light: The Beast y Techland, visita el sitio web oficial y sigue el juego en sus redes oficiales en Facebook, TikTok, YouTube y X.
Agradezco a Techland y compañía con el code enviado a Nerdnews para poder escribir esta reseña.