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    Jodorowsky y la narrativa de la reparación y la descendencia

    Cristóbal Jodorowsky en “Santa Sangre”.

    Hace pocos días falleció el artista Cristóbal Jodorowsky a los 57 años. Sin duda un tremendo golpe para su familia y un nudo enorme de dolor para su padre, el gran Alejandro Jodorowsky y quien a sus 93 años sigue cruzando las constelaciones de la pérdida, la reparación y la descendencia, quizás los principales leit motiv de su soberbia producción artística en la psicomagia, el cine, la literatura y los cómics franceses. En este ensayo, se intenta comprender cómo operan sus artefactos artísticos para digerir y procesar a través de la creación la pérdida de un hijo y la reparación de un alma en pena en la ignota constelación de la descendencia.

    Por Escudo de Roble

    Abordar la obra de Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, 1929) puede parecer una tarea poco
    sencilla. Su obra es extensa: teatro, literatura (poesía, ensayo, novela, autobiografía), cine,
    cómic. Y se suman otras actividades, como su faceta de psicoterapeuta, restaurador del tarot
    Marsella, y tantas cuestiones extravagantes como casar al músico de metal industrial
    Marylin Manson, y más y más excentricidades.


    Es complejo acercase a Alejandro Jodorowsky, sin duda. Primero porque hay varios que se detienen en él, la persona, sus dichos, sus polémicas, y apuntan a lo que encuentran ridículo de él, como su idea de la anomancia (leer el ano como un tarot), salir desnudo en pantalla para pedir dinero para una película, sus polémicos tuits, y se detienen ahí y le cierran la puerta.

    “La Casta de los Metabarones” de Alejandro Jodorowsky.


    Y es comprensible que varios lo hagan y lo “cancelen”, porque es el signo de los tiempos el
    cancelar. Pero cancelar no cuesta nada, ¿cierto? Por algo todos lo hacen: porque no
    conlleva riesgo. En cambio hay otros que sí nos acercamos con gusto a ese extraño artista
    delirante, porque, como escribió Susan Sontag: el arte verdadero tiene la capacidad de
    ponernos nerviosos


    Este excéntrico latino del mundo, de 93 años, ha dado a las artes suficiente material como
    para ser un género en sí mismo. Y lo digo desde la militancia más fanática de Jodorowsky,
    pero también de una forma muy reflexiva. Aquella idea me surgió cuando en comiquerías
    comencé a ver anaqueles completos dedicado solo a la obra de Alejandro Jodorowsky, y se
    terminó por confirmar cuando vi que en la Biblioteca de Santiago también tenían un
    anaquel dedicado solo a sus novelas gráficas. “¡Vaya! ¡Pero qué nivel de cancelado es
    Jodorowsky!”, pensé.

    El afiche de la película “Dune” de Jodorowsky que nunca se realizó.


    No se saca nada con ser intransigente contra él. Si logró de John Lennon fuera productor de
    una de sus películas; si convenció a Salvador Dalí y Orson Wells de participar en la mejor
    película jamás hecha (“Dune”) y a Pink Floyd de hacer la música; si fue a las fiestas de
    cumpleaños de Luis Buñuel donde carreteabas con Julio Cortázar y Gabriel García
    Márquez; si estaba en medio de los movimientos surrealistas con André Bretón y Leonora
    Carrington; y ha logrado que los más grandes ilustradores de Europa deseen trabajar con él,
    es porque algo de auténtico genio y de loco lucido debe tener, ¿o no?

    Julio Cortázar y Alejandro Jodorowsky, asistentes al banquete de Luis Buñuel.


    En lo que coincido con los haters de Jodorowsky, es que es un genial embaucador, y
    por supuesto que lo es. Él profesionalizó el ser un embaucador y así lo ha transparentado.
    Después de todo, no hay que olvidar que si bien él es un hombre del mundo, intrínsicamente es chileno. Se ha forjado a sí mismo a punta de audacia, ingenio, picardía y
    “chispeza”.

    Y como buen chileno, también lo han cagado. Con “Dune” aprendió de mala
    forma la lección más gringa de la vida: las buenas ideas no son de quien las ingenia, sino de
    quien las patenta.

    Pero entonces, ¿desde dónde acercase a su obra? Es sencillo. Su narrativa es sobre la
    genealogía. Eso es todo. Lo que une el surrealismo de su cine, la picardía y la ciencia
    ficción en sus cómics, los personajes extravagante de su novelas, su faceta de
    psicoterapeuta, es la idea de la descendencia, el nacimiento, la historia familiar.


    En el fondo, Alejandro siempre ha sido ese niño de Tocopilla que sufre por el poco cariño
    de su padre; siempre ha sido ese niño que no se siente amado por uno de sus “creadores”:
    un hombre duro, clásica figura masculina antigua y gris, caracterizada por la poca
    demostración de afecto, un analfabeto emocional. Esa imagen que tanto daño le hizo su
    padre, es lo que traza toda la narrativa de Jodorowsky.

    Jaime Jodorowsky Groismann y Sara Felicidad Prullansky (padres de Jodorowsky).

    Por ello, al acercase a la obra de Alejandro, hay que tener claro que en ella hay una
    auténtica forma de reparar ese daño, de reencontrarse con esa herencia oscura, de sanar
    heridas a través de historias plagadas de figuras paternales y maternales idealizadas y
    trágicas, como en “La Casta de los Metabarones” (cómic), “El Topo” y “Santa Sangre”.
    Incluso las formas de divinidad que retrata Jodorowsky en su obra, también tienen ese
    contexto de gran padre-madre y se muestran como otra forma de entender la propia
    identidad, como en “El Incal” (cómic).


    Si profundizan en esta idea, se darán cuenta que no es para nada extraño que Taika Waititi,
    un director de ascendencia judía (al igual que Jodorowsky) -cuya historia en “Jojo Rabbit”,
    es interpretada por un niño judío y su madre (al igual que la autobiografía de “La danza de
    la realidad” de Jodorowsky)- sea el elegido para adaptar “El Incal”, ya que todo lo hecho en la mencionada “Jojo Rabbit” como en sus filmes de Thor, que son pura aventura espacial,
    también tratan sobre los conflictos familiares, paternales y de herencia. Si duda Alejandro
    se vio reflejado en Waititi y entendió que era el indicado para adaptar su obra maestra.


    Pero hay algo más en su biografía que también es importante para acercase a la obra de
    Alejandro. La muerte de su hijo, Teo: en 1995, a los 24 años, Teo murió de una sobredosis.
    Sobre esto, un 10 de junio del 2016, Alejandro, recordando que aquel día su hijo Teo
    estaría de cumpleaños, escribió en Facebook:

    “El sufrimiento emocional era tan intenso que el cuerpo entero me dolía. Me sentía culpable de respirar. Todo lo que fui hasta ese momento había estallado en innumerables pedazos. ¿Por qué él y no yo? La muerte brutal de mi hijo me convirtió en un espejo roto…”.


    Y agregó: “Los alimentos perdieron su sabor, el sueño se hizo pantano; desprovisto de
    palabras, la única expresión que me quedaba era el llanto. Los seres humanos, las plantas,
    los animales, los objetos, todos formando parte de él, el mundo entero era su ausencia. Esa
    inmensa desesperación hizo que me diera cuenta de mi absoluta falta de fe: si había Dios,
    Él era indiferente. Después de aquello que yo llamaba vida, sólo se nos concedía un abismo
    negro”.

    Teo, Adan y Cristóbal junto a su padre en el rodaje de “Santa Sangre”.


    Jodorowsky ha contado varias veces cómo ese episodio lo marcó. La muerte de su hijo
    cambió de forma total su mirada de cómo y para qué hacer arte. Desde esa tragedia es
    dónde comienza a formarse ese Alejandro chamán, psicoterapeuta, que a varios le produce
    distancia.


    Alejandro dice que a raíz de este episodio su ego se rompió en mil pedazos. Incluso se
    volvió un crítico de su propia obra, acusando que sus creaciones estaban hechas “desde el
    ombliguismo”; eran ególatras, realizadas por pura vanidad. Y desde ahí su máxima fue que
    el verdadero arte sirve para sanar.


    Puede que lo que escriba suene a defensa, y claro, porque lo es: y que uno no es quién para
    decirle a un artista el porqué tiene que hacer su obra. Si el camino de la psicomagia fue el
    camino de Alejandro para sanar, me alegro que esa decisión le sirva, porque además, desde
    esa época hasta ahora ha realizado obras increíbles como “Los Borgia”, “Bouncer”, “Los
    Tecnopadres” y tantas otras.

    Todas impregnada de ese Alejandro místico, más esotérico que ocultista (como buen latino) y que siguen derrochando genialidad con 93 años a cuesta.


    Pero hay algo más por lo que amerita entender en estos tiempos cómo acercanos a
    Jodorowsky. Con todos estos antecedentes, que ya eran una potente carga, el 15 de
    septiembre varios fanáticos nos enteramos de la muerte de su hijo Cristóbal Jodorowsky a
    los 57 años.


    Jodorowsky tuvo cuatro hijos: Brontis Jodorowsky, que se dedicó a la actuación e
    interpretó a Nicolás Flamel en “Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald”, 2018; el fallecido Teo Jodorowsky, que también se dedicó al cine; su hijo menor, Adán
    Jodorowsky, que se dedicó a la música y es conocido como Adanowsky; y el reciente
    fallecido Cristóbal.


    Cristóbal se definió en su página web, como un “ser humano con un caudaloso camino
    terapéutico, artístico y espiritual a sus espaldas”. Pero además, en entrevistas dijo que
    siguió el camino de su padre Alejandro, de quien “aprendió la lectura del tarot y técnicas
    del masaje iniciático, también fue quien le transmitió la psicomagia y el psicochamanismo”.
    Para los que les gusta el cine de Alejandro, lo recordamos por su papel en “Santa Sangre”
    como Fénix (adulto).


    Por estos días, quienes abrazamos la obra de Jodorowsky, nos da vuelta la idea de qué
    pasará de aquí en adelante con él, con su vida, con su quehacer como artista, con ese
    hombre de 93 años que podría vivir mil años y seguir creando. Sabemos que la vida no es
    justa y no tiene sentido hablar de ello. Pero hay golpes en la vida de gente que uno admira
    que también a uno lo remecen, sobre todo cuando obra y biografía han estado tan
    vinculada.


    No sabemos cuántos años de vida le quedan a Alejandro, ojalá que varios, y esperamos que
    nos siga dando obras y que su corazón jamás se detenga, porque mientras respire jamás
    pararemos de leerlo. Así que simplemente no queda más que daré un abrazo a la distancia
    al maestro Alejandro y un saludo a Cristóbal, esté donde esté. Y por favor, no teman,
    acécense a su obra.

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