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    ‘Last Night in Soho’: Atmósfera alucinante, estilizada y no menos terrorífica

    Calificación:

    «Primero quería crear belleza y después matarla con un cuchillo»

    Darío Argento

    Eloise “Ellie” Turner (Thomasin McKenzie) es un encantadora y sensible adolescente contemporánea que irrumpe en la pantalla con un estiloso vestido de periódico que ella misma diseñó. Tiene discos L.P. y su tocadiscos infunde sonidos directamente a su espíritu. Baila. Gira, como sus acetatos en el reproductor. Vive en Redruth, con su abuela (Rita Tushingham), pero eso cambiará pronto, porque recibe una carta de aceptación para ir a estudiar al London College of Fashion. Su mayor sueño es convertirse en una célebre diseñadora de moda. Londres y los sesenta son su fascinación.

    Ellie, por cierto, es el personaje protagónico de ‘Last Night in Soho’El misterio de Soho’), la nueva cinta del cineasta, productor y guionista inglés Edgar Wright (‘Baby Driver’, ‘Ant-Man’, ‘The World’s End’, ‘Scott Pilgrim VS The World’), está en los cines chilenos desde el pasado 11 de noviembre.

    La abuela advierte a Ellie sobre los peligros de Londres, el riesgo de agobio que puede provocar una ciudad así y “blablablá”: todo lo que la joven de provincia se sabe de memoria porque se lo ha escuchado miles de veces.

    Lo cierto es que al llegar a la capital inglesa, candorosa y con un par de maletas —sus L.P. y su tornamesa apenas si dejan lugar a unos cuantos calcetines—, Ellie comprobará que, en efecto, Londres es una urbe que con sus luces ilumina el glamur, el progreso y la moda que tanto le atrae, pero también una soterrada vida nocturna, múltiples acosadores y asesinatos.

    La personalidad angelical y hasta cierto punto pueblerina de Ellie contrasta con la de la mayoría de sus pretenciosas compañeras de escuela. Por ejemplo, con la de su roomie “Huracán” Yocasta (Synnøve Karlsen): liberal, sexualizada y parrandera chica que no tarda en marcar territorio, practicarle bullying e interrumpir su sueño con escandalosas fiestas de las que Ellie sólo consigue fugarse a través de sus audífonos para escuchar “música de abuela”, como le echa en cara algún fiestero colocado.

    Ellie requiere espacio, distancia, para enchufarse con su mundo; para vivir sus fantasías y no la de los demás. Por ello decide rentar un viejo apartamento con olor a ajo de restaurante francés, establecimiento vecino cuyo anuncio de colores neón se cuelan a la habitación tiñendo su interior e incluso a su joven habitante, la talentosa diseñadora en ciernes.

    Para granjearse su libertad, la muchacha debe dejar como depósito dos meses de renta a su anciana casera Ms. Collins (Diana Rigg – QEPD), quien la recibe bien —o al menos mejor que “Huracán” Yocasta—, aunque le advierte, eso sí, que nada de chicos por la noche.

    Por algo será.

    A partir de ese punto, el filme toma vuelos fantásticos y surrealistas y se desdobla a la usanza de ‘Coraline’, ‘Alicia en el país de las maravillas’, ‘Alicia a través del espejo’ o cualquier otra obra de esa naturaleza en la que conviven y se confrontan sus mundos paralelos.

    En ‘Last Night in Soho’, todo un universo sesentero se despliega al margen de la realidad aparente, que apenas si es un pretexto para conocer algunos precios modernos de la fama o el empedrado camino hacia ella.

    Si hasta entonces la película de Wright ha mostrado una impecable fusión entre la escena y la música como si fuera un musical encubierto, además, claro, de la actuación entrañable de Thomasin McKenzie —¡cuánta expresividad en la entonación de sus diálogos!—, esa semilla de historia aspiracional de Ellie germina en un agobiante thriller con cálidos y vívidos saltos al pasado: a los años sesenta, ni más ni menos.

    Ahí, en una atmósfera alucinante, estilizada y no menos terrorífica, conocerá a Sandie (Anya Taylor-Joy), una joven, bella, talentosísima y seductora cantante que busca triunfar en el Café París. La espectacular chica en vestido rosa: rubia, segura de sí misma, de su arte y del impacto que produce su imagen, confiará en Jack (Matt Smith) para que la ayude a conquistar su sueño.

    ¿Pero Sandie no se parece demasiado a Ellie? Físicamente es distinta, claro, igual que lo es su personalidad introvertida y casi apocada; sin embargo, ¿dónde radican las diferencias de fondo si en ese mundo alterno parece su doble, si transitan por los mismos lugares, si tienen las mismas aspiraciones y eso se refleja en los espejos, en las superficies de los objetos en escena, en los diversos juegos de cámara? 

    Al tiempo que homenajea y recrea obras como ‘Suspiria’, ‘Phenomena’ y otras cintas del director romano Dario Argento —y en general del cine giallo—, ‘Last Night in Soho’ deslumbra con una hermosa y colorida fotografía, con su cálida y energética puesta en escena.

    Y continúa, por lo demás, con actuaciones fantásticas no sólo por su solvencia, sino también porque son las de personajes que parecen cobrar vida en un universo oscuro, distante e irreal.

    La indudable apetencia estética de Edgar Wright —altamente gozosa para el espectador que ha entrado en esa realidad fabricada donde resuena con bellísimo poder dramático la música de Petula Clark, Sandie Show y otras luminarias de los sesenta que integran un cuidadoso soundtrack—, no olvida que la prioridad de ‘Last Night in Soho’ es desarrollar una historia que para entonces ya ha planteado numerosas interrogantes que retienen el interés del público por la trama.

    ¿Es posible que Sandie sea una suerte de doppelgänger de Ellie? ¿Ellie, la joven diseñadora que se obsesiona con esa cápsula retro que revive en sus sueños, lo es de la cada vez más burlada cantante cuyos anhelos se estrellan con una realidad dolorosa y denigrante?

    La cautivadora historia que atestigua Ellie parece demasiado real para ser sólo una fantasía, sobre todo porque es posible que abandone el ámbito onírico de su mente y, como en ‘A Nightmare on Elm Street’, los horrores la persigan en la vigilia de su vida, a cada momento más trastornada.

    Pero todo es aparente. Nada es real. ¿O sí?

    ¿A quién podría recurrir Ellie para desvelar el misterio de Soho?

    ¿A la policía, tal vez? ¿Pero le van a creer sus historias vintage? Quizás a su casera, Ms. Collins, que a lo largo de la cinta ha sabido y escuchado sus pesadillas, pues a final de cuentas viven en el mismo edificio ¿A su abuela, Peggy Turner, que le ha dado todo el amor necesario para que le afecte lo menos posible el suicidio de su madre, que se apunta desde el principio de la cinta?

    Con ‘Last Night in Soho’, Edgar Wright —también guionista, en colaboración con Krysty Wilson-Cairns— se ha inscrito en automático en la historia de las películas de culto. Lo hace, además, con una entrega fascinante y deliciosa, que si bien en su tercer acto parece algo apresurada —corre, Ellie, corre—, sortea con maestría los diversos géneros que toca con el cercano resplandor de un cuchillo homicida.

    Visualmente es hermosa y, en el apartado técnico, su filmación deja en claro que su director ha visto mucho cine. Y que reverencia, desde luego, el que lo ha inspirado, lo que quizá consiga inspirar a otros. Para empezar a su público.

    Pese a cierta precipitación de tiempos en el desenlace —algo moralista—, su final —demasiado Disney— y de hecho su argumento en términos generales, no resulta más inverosímil de lo que habría sido si lo hubiese expuesto en un poco más de metraje. Cierto ritmo pausado habría contribuido a digerir mejor los giros de tuerca, eso sí.

    Pero, aun si se repara en el uso manipulado de personajes algo accesorios, lo importante es que las transiciones de su conclusión no hacen olvidar la fuerte experiencia estética que ha brindado al espectador.

    Y ello no es un asunto irrelevante o menor. Porque, sin afán de spoilear, ‘Last night in Soho’ es una serie de puñaladas nocturnas y en primer plano a la realidad. Y más aún: es la estilizada belleza del horror.

    Ficha Técnica

    Título original: ‘Last Night in Soho’.
    Año: 2021.
    País: Reino Unido.
    Dirección: Edgar Wright.
    Reparto: Thomasin McKenzie, Anya Taylor-Joy, Matt Smith, Terence Stamp y Diana Rigg.

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