Por Matías Bertucci
Nancy Stokes (Emma Thompson) es una profesora de religión, jubilada, de 55 años de edad y que, tras quedar viuda y atravesar un largo período de autoconvencimiento en torno a la posibilidad de reconectarse con su vida y sus deseos, decide contratar los servicios sexuales de Leo Grande (Daryl McCormack), un joven gigoló con el que acabará desnudándose no sólo en un sentido erótico, sino fundamentalmente humano.
Sin embargo, la inexperiencia de Nancy, quien nunca había tenido un orgasmo real –pues todo su pasado sexual se resumía a la insatisfactoria relación con su difunto marido, un hombre atento, conservador y aburrido–, termina generándole pánico escénico, situación que Leo intentará resolver a través de un diálogo amable y sensual. A partir de ahí, en aproximadamente una hora y media de largometraje, ambos personajes expondrán sus inseguridades, anhelos y frustraciones entre las cuatro paredes de la habitación de un hotel.
Camuflada entre grandes estrenos, esta entretenida película británica –con paso por los festivales de Sundance, Berlín y Tribeca–, dirigida por la australiana Sophie Hyde, ha venido cosechando una buena calificación por parte de los espectadores, quienes han tenido la oportunidad de deleitarse ante esta interesante, simple y divertida propuesta.
Son varios los aciertos que se combinan para dar como resultado una película que, sin grandes extravagancias, resulta muy agradable de ver, disfrutar y comentar: desde la simplicidad de su guion, la frescura de sus actuaciones y la construcción de un humor que va acompañando la historia en su justa medida.
La cinta aborda varios temas relacionados entre sí: las complejidades y tabúes con respecto a la vida sexual en la adultez; la presión social que, en este ámbito, recae particularmente sobre las mujeres; y la reivindicación del goce del acto sexual como un derecho humano libre de prejuicios.
La magistral actuación de Emma Thompson –que debería llevarla a postular al Oscar a la Mejor Actriz–, y la profunda complicidad que construye con su transitorio compañero de habitación, Daryl McComack (a quien ya vimos destacarse como Isaiah Jesus en la gran serie británica Peaky Blinders) nos hace “comprar” cada escena con naturalidad, al tiempo que entran en tensión los deseos más puros de la protagonista con los mandatos sociales, a raíz de los cuales se siente constantemente juzgada y reprimida.
Así pues, mientras la historia transita hacia su clímax, nos ponemos nerviosos y dubitativos junto a Nancy mientras intenta salir del estado de shock e incomodidad inicial, y la acompañamos en el camino hacia la imposición y aceptación de su propio deseo. También, nos reímos con las interpelaciones de Leo, a la vez que escuchamos sus confesiones y entendemos la vulnerabilidad que esconde tras su sonrisa y seguridad proyectada. En resumen, acompañamos cada diálogo como si estuviéramos en la misma habitación del hotel, generando una especie de simbiosis entre el magnético dúo y el espectador.