“Frascos vacíos” es el tipo de historia que yo, personalmente, agradezco y valoro en el superávit de contenido críptico y de art-house grave y solemne y francamente fome que he visto crecer como maleza durante décadas en nuestra industria creativa del cine chileno.
Escrita, producida y dirigida por Guillermo Ribbeck, la película breve “Frascos vacíos” es la bendita aparición de un alma nueva en el cine nacional.
Lo aclaro: su historia sobre un fantasma avivado (Luis Cerda), una mujer víctima de un engaño (Ana Burgos) y un artista pelotudo (Mario Ocampo) -y por lo general el tipo de “creador” que haría de esto un corto malo- son el triángulo de las Bermudas donde afortunadamente se hunden y pierden todos los ripios y clichés inoculados malamente por las escuelas de cine de este país.
Lo primero que quiero afirmar es que “Frascos vacíos” tiene fe en los géneros cinematográficos y merced un guion redondito, luego una ejecución perfecta y, finalmente, un tono y ritmo con rúbrica de autor, logra insuflar vida a un tipo de relato que el cineasta artishta chileno suele evitar. ¿La razón? Asumo que es más fácil aburrir con una toma de 10 minutos viendo cómo crece un cactus en una maceta que entretener usando las complejas herramientas de la comedia negra, el fantástico y el suspenso.
La protagonista es una mujer solitaria y carente de amor, a cargo de una notable Ana Burgos, una sobrina que se responsabiliza por la atención de una vetusta pensión porteña perteneciente a su tía enferma y ausente. Los pasajeros son vagonetas en eterno carrete y uno de ellos, una promesa del arte que jamás se cumplirá, es el narrador en voz en off de un relato que se cierra perfecto y que, además, se abre con aún más perfección como primer acto de algo mayor.
Aunque se trata de una película breve que transcurre básicamente en una sola locación, esta pensión de Valparaíso de techos altos, ventanales viejos y pasillos sin fin, el registro estético elegido y ejecutado permite apreciar una infinidad de capas sensoriales. Un degradé virtuoso de tomas, colores y soluciones visuales sobrias, pero de alto impacto narrativo, que le entregan una calidad superior al promedio cuando hablamos de cortos chilenos.
No soy amigo del director Guillermo Ribbeck, no sé si es buena persona o si lo han funado. Solo sé que su trabajo habla por sí solo y para mí, “Frascos vacíos” se trata de los primeros 20 minutos notables de lo que podría ser una película o largometraje aún más notable. Podría ser el tipo de vida que necesita el cine chileno para conectar con su ignorado público chileno.