Cuando se habla de Edad dorada del animé, productos audiovisuales japoneses que fueron lanzados entre los años 1984 al 1992, no se puede obviar el pasado bélico de Japón trasciende y se expande en la cultura pop occidental contemporánea.
El que Japón sea un país insular, muy separado geográficamente del resto del continente asiático, ha condicionado el desarrollo de una cultura propia y el anime es un reflejo de su propia herencia. Una forma de arte que, de alguna manera, salvaguardó sus raíces del imperialismo cultural de occidente, cuando la isla fue invadida por los Estados Unidos, luego de las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima.
Después de la década del 1940, la mayoría de las películas japonesas eran animadas, muchas basadas en mangas, tal como la cinta Las águilas marinas de Momotaro (1942) un corto de 37 minutos, que a pesar de ser una película propagandística fue muy popular entre el público infantil. En la década del 1950 el animé de postguerra comenzó a evolucionar gracias al brillante corto animado Kujira del director Noburo Ofuji quien, aprovechando las posibilidades del color, quiso rehacer su película muda del año 27 (Kujira), cuyo resultado final es una obra de arte conmovedora.
En las décadas siguientes, incluido los últimos años de los 50, los relatos no estaban centrados en las experiencias de guerra, al menos no de forma evidente, de hecho a inicios de los 60 cuando el animé comenzó a generar una gran popularidad, se introdujeron nuevos géneros, como el drama rosa y la soap opera. Algunos de los títulos reconocidos que incluso llegaron a América son Meteoro (1967), Astroboy (1963), Kimba, el león blanco (1965), entre otros.
Sin embargo, fue en los años ochenta el momento en que el anime, ya consolidado en el mundo, floreció con más fuerzas y marcó un hito que se conoció como la Edad de Oro del Animé. En esos años se lanzaron las animaciones que se consideran, hoy en día, como los mejores de todos los tiempos: Robotech (1982), Súper Agente Cobra (1982), Los súper campeones (1983), Caballeros del Zodiaco (1986), etcétera.
A fines de los 80s el estudio Ghibli ya se había dado a conocer con films como Mi vecino Totoro y La tumba de las Luciernagas (1988) y Katsuhiro Otomo quien también había cementado el camino para los largometrajes con su increíble película Akira (1989), elevaron los estándares de narración y animación.
Está claro que hablar de la historia del anime de forma tan resumida es un despropósito, pero cómo reseñar una época presente sin contextualizar un poco su pasado. Desde lo posible hasta lo cotidiano. Una época que mostró a través de Akira, un futuro posapocalíptico con una identidad que se ubica y percibe en este año. Tiempos en que los fantasmas de la tragedia de la segunda guerra mundial y los bombardeos nucleares, aun ensordecían a la cultura nipona que concibió La tumba de las luciernagas; o la relación con la naturaleza, la inocencia y ternura fantástica de Mi vecino totoro; sin dejar de mencionar innovaciones como los OVAS, como Jojos Bizarre Adventure.
Historias que no sólo reflejan el pasado y las raíces de la cultura japonesa, sino que la extrapola a nuestros días y a nuestras sociedades. Sin más vueltas, los invitamos a leer nuestro especial que incluye:
En defensa del OVA de ‘JoJos Bizarre Adventure‘
OST de ‘Akira‘: La atemporalidad musical de un mago llamado Shoji Yamashiro
‘Mi Vecino Totoro‘ y ‘La Tumba de las Luciérnagas‘: Los clásicos de Ghibli