De ciencia, mitología, apocalipsis y otras cosas, escribe Félix Vega. Aprendió a ilustrar y contar historias al lado de su padre, y con una bibliografía compuesta por Juan Buscamares, Duam, Vinland es uno de los historietistas más prolíficos del país. Ahora, trabaja en una biografía no autorizada de Pinochet.
Juan Buscamares
Somos buscamares, dijo uno de sus hermanos un día que estaban jugando en la playa. A Félix le quedó dando vueltas esa palabra: buscamares. Años después, eso que a él le sonaba como un apellido sacado de Macondo, le serviría para nombrar al protagonista de su primera novela gráfica.
De niño era curioso. La naturaleza, en especial, era algo que le inquietaba. Había visto expuesto el esqueleto de la ballena del Museo de Historia Natural y la imagen le quedó grabada. Otra cosa que recuerda, fue el hallazgo de unos tiburones muertos en la playa. Les hizo una autopsia, les tomó fotos y los dibujó. Le fascinaba ver a los animales representados en un papel y pensaba que quizás podría dedicarse a algo así.
Mi sueño era poder hacer alguna vez una historieta como la de ‘Mampato’, una historia fantástica pero en el estilo de Eduardo Armstrong, en un estilo realista, podríamos decir de ilustración científica, dice Félix Vega.
Nació en una casa de artistas, así que mientras crecía, ganaba tiempo y aprendía del trabajo de sus padres. De su madre, Ana María Encina aprendió el uso de colores y de su padre, Oskar Vega cocreador de la revista Mampato absorbió el conocimiento grueso de lo que hoy es su oficio.
Antes quiso ser científico, paleontólogo o astrónomo, pero finalmente, la opción fue otra. La ciencia en general le apasionaba, pero por sobre todo, quería contar historias, y el cómic le daba la libertad para poder combinar ambas cosas.
Las influencias
Yo no soy un gran lector de cómics, reconoce Félix. Nombra a Mbius como su mayor referente, pero revisando a los autores que lo han marcado, la mayoría viene del cine o de la literatura. Específicamente Casa tomada y la Autopista del sur’ de Cortázar y El almohadón de plumas’ de Horacio Quiroga. Siempre me inspiró más la literatura y el cine, eso es lo que me nutre a mí, cuenta.
Ha descrito su trabajo como una mezcla entre fantasía, mitología, magia, terror, zombies, Pinocho y ciencia ficción. Y podemos meterle más cosas, dinosaurios, y otras cosas más, bromea. Tiene la cosa pulsional que viene mucho de trabajar con imágenes del inconsciente, oníricas, y con esa especie de tormenta de imágenes que puede venir en los sueños… o pesadillas, reflexiona.
Dice que su proceso creativo es como un revoltijo de influencias, pero luego, lo comparará con la cocina. Voy probando sabores. Pienso, ¿por qué no le pongo esto? o No, eso no se mezcla, Bueno, probemos. Y ahí tienes cosas nuevas y entretenidas, comenta. Si no, uno se aburre. Uno pasa tanto tiempo no solamente ideándolas, escribiéndolas, sino que dibujándolas y pintándolas, en mi caso. A veces son años, y uno se puede aburrir haciendo una historia y terminar abandonándola o haciéndola a desgano, justifica.
Empezar por el final
A veces no sabe exactamente de qué va a tratar una historia, pero tiene claro cómo terminará y desde ese punto, empieza a trabajar en la trama que lo llevará hasta allí.
Lo mejor de las historias es disfrutar del camino. En las series, por ejemplo, uno nunca se acuerda tanto del final, sino de me gustaba tanto esa serie que me vería de nuevo todas las temporadas. Moebius tenía historias que no terminaban. Él tenía una premisa que decía que una historia no tiene por qué ser como una casa, con una puerta de entrada, una distribución convencional, ventanas para mirar y que entre luz y una puerta de salida. Decía que una historia puede tener forma de elefante, de oso o de distintas cosas. Y él hacía eso, historias que no tenían final, y yo lo encontraba fascinante, explica
Odia los finales felices o trágicos, dice. Prefiere que sean tristes o abiertos. Hay gente que se ha vuelto muy literal y ha perdido la capacidad de captar sutilezas, la ironía. Entonces qué pasa, que cuando hay un final abierto, lo entienden como que no se les ocurrió nada mejor, cuando un final abierto es un regalo, una invitación al lector o al espectador a que termine la historia a su manera, reflexiona.
La novela gráfica
En los 90, recuerda la industria como un terreno árido. Una travesía por el desierto, dice. Ahora, cree que se ha abierto mucho más.
Antiguamente el cómic era una cosa de parias, recuerda. Según sus cálculos, cuando se acuñó el término de Novela gráfica, ocurrió un fenómeno. Empezaron a aparecer en los anaqueles y en las vitrinas de las librerías mainstream. A mí me encantan las librerías de cómic, pero lo que me interesa son los lectores que llegan a las librerías mainstream. Es algo que estaba pensado para el mundo exo nerd, y así fue conquistando a los libreros, a los lectores y a las editoriales, continúa.
Según Vega, fue eso lo que incidió en una mayor visibilidad de la novela gráfica en Chile. Decían que se venía un boom pero ojalá que no fuera así, porque como dice la onomatopeya, son muy rápidos. Meten mucha bulla pero se terminan rápido. Afortunadamente ha sido una cosa paulatina, que ha costado mucho, pero creo que se puede ir consolidando, en la medida que lo permitan las condiciones distópicas que estamos viviendo, reflexiona.
Después de la pandemia
Por estos días trabaja en conjunto con Francisco Ortega en una historia sobre la vida de Pinochet. Obviamente es una biografía no autorizada, dice. No puede revelar demasiado, pero cuenta que la historia aprovechará las libertades de la novela gráfica. Se le puede hacer un juicio, por ejemplo. Que haya muerto no es problema, en una novela se puede hacer cualquier cosa, explica.
No cree que el encierro le haya afectado de una manera particular, porque según dice, su trabajo siempre ha sido en cuarentena. Eso sí, no quita que piense que el mundo del cómic va a dar un giro.
Yo creo que una de las pocas cosas buenas que pueden pasar con la pandemia es que se van a desmitificar un poco los superhéroes, los seres perfectos y toda esta épica media fascista, Yankee, que nos ha bombardeado tanto este último tiempo. Quizá porque, ya quién va a creerse que Estados Unidos va a salvar el mundo. Ya quedó en evidencia que no, argumenta.