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    ‘La Lanza Rota’: Bienvenidos al imaginario y heroico universo de Alberto Rojas

    A principios de este año, Editorial Planeta lanzó la versión definitiva de ‘La Lanza Rota’, del escritor y periodista chileno, Alberto Rojas. Esta última edición, que cuenta con las ilustraciones de Félix Vega —autor de ‘Buscamares’—, celebra 25 años desde su primera edición y en NerdNews, nos unimos a esta conmemoración, publicando un fragmento de esta épica novela que trasciende tiempos y espacios, desde un mundo mágico y muy lejano llamado Kalomaar.

    ‘La Lanza Rota’ surgió por el interés del autor en la fantasía, la ciencia ficción, el terror, la fantasía épica y todas las mezclas que existen entre los géneros. “Y, de alguna manera, La lanza rota es una novela juvenil de fantasía donde está muy plasmado el arquetipo de lo que es la novela de aventura; la búsqueda de los personajes en función de un objeto mágico que representa una amenaza, es más bien clásico”, explicó el autor el 2013, en entrevista para NerdNews.

    Esta increíble historia, relata las aventuras de la heroína, Shara: jefa de la guardia de Varkaang, quien ayuda a escapar al único heredero del reino de Antilón, antes de caer prisionera en manos de Kargan, uno de los hombres del malvado hechicero Rizalés. Cuando logra escapar, Shara, tiene como único objetivo regresar y vencer al malvado hechicero. Y es, en ese punto en que se encuentra con un aliado, el pirata Akerón, capitán de El Intrépido, barco tripulado por un variopinto grupo de personajes, entre ellos, su mano derecha, el supuesto príncipe o tal vez, el único sobreviviente de una raza extinta de guerreros: Gor.

    Rojas,cuando publicó por primera vez ‘La Lanza Rota’, declaró que era el libro que a él le hubiese gustado leer cuando tenía catorce años. Edad en la que —al igual que, muchos niños retratados por la ficción—, se hallaba solo con sus mundos imaginarios. Alberto es hijo único. Sus nulos atributos para el deporte tampoco le ayudaron a generar lazos con otros niños de su edad.

    Por ello, su rutina básicamente consistía en ver televisión, comer las mermeladas de mora que cocinaba su abuela y leer mucho. Así pasó mucho tiempo, hasta que a su casa llegó una máquina de escribir.

    Y es que los días de verano que antes reservaba para leer los destinó a pasar a máquina las historias que escribía a mano, en las hojas sobrantes de los cuadernos Austral que utilizaba durante el año escolar. Cuando tomó práctica en la digitación, Alberto se aventuró en dos cuentos originales, que mostró a su madre dejándola sorprendida y, a la vez, orgullosa de la exquisita imaginación de su hijo.

    “Todas las historias que escribí de niño las guardo como elementos de nostalgia”, explica el autor. “Ahora las he releído y hay cosas que reflejan quién era a los 12 o 13 años. Tengo una narración como de monstruos en el espacio y en el fondo, tiene una trama muy parecida a las películas que veía en ese tiempo. Vi muchas cintas de ciencia ficción de los años 70 y creo que de ahí partieron en mí varias ideas muy buenas que creo que en algún momento voy a explotar. Hay una historia, y esto lo cuento con mucha vergüenza, que es sumamente parecida a Avatar: trata de la colonización de un mundo por parte de los exploradores terrestres pero a gran escala; ellos se están instalando en ese planeta y entran en conflicto con los nativos” cuenta el autor.

    En general, Alberto no mostraba sus textos. De hecho, los escribía para él. De esa forma llenaba aquel vacío que dejaba la inexistente literatura de ciencia ficción que era de su gusto. El proceso que lo llevó a convertirse en el escritor que es actualmente, fue muy parecido al ejercicio que hace un atleta antes de competir las olimpiadas. Entrenó, entrenó y entrenó. Escribir, desde su punto de vista, es un acto muy empírico, porque tampoco existe un manual que diga cómo hacerlo.

     “Sentía que al escribir a tan temprana edad, de algún modo era más que un reto; era decir: ‘¿sabes?, yo puedo hacerlo. No soy Ray Bradbury, no soy Asimov, pero puedo armar una historia’. Tampoco he estado nunca en un taller literario; comencé de a poco y de repente me lancé en esta aventura que nace, más que nada, desde mi inquietud personal”.

    Rojas, a la fecha, ha publicado ocho novelas, entre las que están ‘La Lanza Rota’, ‘La Sombra de Fuego’, ‘El Misterio de la Biblioteca de Lima’, entre otros. En conjunto, se trata de obras que son una rareza dentro de la narrativa chilena, en la medida de que invitan a sus lectores a una habitación de extrañezas. Y, muy probablemente, ése es el distintivo que lo ha convertido en un autor único en su género.

    Historias con universos paralelos, mundos fantásticos, personajes identificables y recreaciones históricas independientes de los manuales de Sergio Villalobos o Gabriel Salazar, trazan bosquejos históricos que producen la sensación de estar delirando.

    De esa manera, Alberto Rojas hace un homenaje a sus influencias, a sus gustos e intereses; y al mismo tiempo crea un universo personal, alucinante, en el que sus personajes se comunican entre ellos y con su autor: “De hecho, creo que esta fantasía que escribo es mucho más tributaria de este tipo de literatura que me interesa tanto. Me siento mucho más cómodo pensando en Michel Murdcoock y Howard, que es el creador de Conan; definitivamente, ése es el tipo de fantasía que me gusta más”.

    A continuación, los dejamos con el fragmento del Capítulo 2 de ‘La Lanza Rota‘.

    Félix Vega.

    II

    A ORILLAS DEL MAR ESMERALDA

    El sol llenaba el aire con su calor. Y sobre la cubierta del Intrépido, su capitán conversabaanimadamente con su artillero, mientras el resto de la tripulación deambulaba por la cubierta realizando diferentes tareas. Ambos vestían inconfundiblemente como hombres de mar. Pero no de cualquier clase. Camisa de anchas mangas, pantalones oscuros, brazaletes de metal en ambas muñecas y botas altas delataban, junto al hecho de usar un pañuelo verde amarrado en la frente, que eran piratas.

    En las costas del ducado de Antilón la piratería estaba penada con la muerte, pero hacía años que nadie habíasido colgado por tal delito. Ese tipo de leyes estaban casi obsoletas desde la caída del Imperio. Ahora, pocas naves se aventuraban en mar abierto, ya que existían muy pocos marinos competentes y las tripulaciones no contaban con los medios para proteger los navíos.

                    —Creo que deberíamos buscar nuevas costas, capitán —dijo Wamba, quien como artillero, era uno de los miembros más antiguos de la tripulación.

                    —Sí, creo que tienes razón —repuso en tono melancólico el capitán Ákeron.

    Apoyando sus manos en la baranda de estribor, miró el horizonte de manera extraña, como si presintiera algo. Una sensación que Ákeron había aprendido a tomar en cuenta. Las cosas no andaban bien, porque sin barcos que robar, no había botín. Y sin botín, no había ganancias que permitieran mantener una tripulación adecuada ni una nave tan grande como el Intrépido.

                    —Mañana —dijo el capitán—pondremos proa a las costas de Leturia, donde me han dicho que es fácil volverse rico.

                    —También es fácil morir —repuso el artillero—. Allí sí cuentan con una gran flota que vigila los cargamentos de piedras preciosas que vienen desde las Islas Azules. Podríamos perder algo más que el palo mayor.

                    —No lo dudo, pero un buen botín vale un poco de riesgo —contestó sonriente—. ¿O prefieres seguir los pasos del último tripulante y bajar a tierra a buscar “trabajo”?

                    —Capitán, mi lealtad a usted es incondicional y mi único hogar es la cubierta del Intrépido.

                    —¡Así se habla, mi amigo! —dijo Ákeron dando unos golpes en la espalda del artillero—. Entonces buscaremos nuevos horizontes… este barco ha permanecido demasiado tiempo sin un poco de acción.

                    Ambos reían de buena gana cuando se acercó un hombre alto, calvo, cuya piel curtida estaba cubierta de tatuajes. La mayoría de ellos eran signos que solo él comprendía, aunque en algunas partes de su cuerpo se podían apreciar animales míticos. Era el segundo al mando del Intrépido, después del capitán Ákeron, y todos le decían Gor.

    Nadie sabía qué significaba su nombre, o si era realmente un nombre, pero todos lo llamaban así. Y con mucho respeto. Hábil tanto en la lucha cuerpo a cuerpo como con armas, Gor había sido salvado por el capitán cuando estaba a punto de ser decapitado en la plaza mayor de Urn, capital de Zanbricia. Estaba condenado a muerte por golpear a un traficante de esclavos y de no ser por Ákeron, no habría vivido para contarlo.

    Desde entonces servía bajo las órdenes del capitán y le era totalmente fiel. Sin embargo, ni siquiera el mismo Ákeron sabía mucho más de Gor. Algunos aseguraban que era un príncipe en el continente congelado de Borelia, mientras que otros sostenían que se trataba del último miembro de una raza de guerreros ya extinta, que había habitado la Isla de la Niebla.

                    —Capitán —dijo con voz ronca—, el vigía manda decir que ha visto a un caballo en la playa. Un caballo negro junto a un bulto que podría ser una persona.

                    —O una trampa… —dijo en tono grave el artillero.

                    —¿Y quién podría querer tendernos una trampa? —repuso Ákeron en tono sarcástico, mientras llevaba su mano derecha al ancho cinturón del que colgaba su espada, famosa por su hoja con dos filas de dientes. Un durísimo acero que más de alguien había conocido en sus entrañas, incluso antes de que su padre se la heredara.

    Desde uno de los pequeños estuches extrajo lo que podría llamarse un catalejo. Lo desplegó en tres segmentos y lentamente comenzó a enfocarlo hacia la blanca playa que tenían a estribor. Allí efectivamente observó un caballo negro que parecía comer algo en la arena. Y junto a él, un bulto oscuro e inmóvil que podría haber sido cualquier cosa.

                    —Artillero —ordenó Ákeron—, dispara justo en la línea que divide el mar de la playa. Si es una trampa, pronto descubrirán que es mejor huir.

                    —De inmediato, capitán —dijo Wamba, quien corrió hasta uno de los cañones laterales.

    El Intrépido contaba con dos hileras de cañones, tanto a babor como a estribor. La primera línea estaba en cubierta, mientras que la segunda se ubicaba en el primero de los tres niveles inferiores. Así, la potencia de combate del Intrépido claramente era de temer.

    Con la rapidez que da la experiencia, el artillero cargó, cerró y disparó el cañón. Una columna de agua verde claro se levantó justo donde cayó el proyectil. El caballo relinchó y se levantó desafiante sobre sus patas traseras. Pero el bulto no se movió.

                    —Bien… O son muy valientes o son muy estúpidos —musitó el capitán mientras guardaba su catalejo.

                    —¿Bajamos a tierra? —preguntó Gor.

                    —Sí, bajaremos a tierra —dijo Ákeron—. Gor, tú vendrás conmigo; el resto se quedará a bordo. Y si es una trampa, el artillero les dará de comer nuestra metralla.

    Ákeron podría haberse quedado a bordo, ya que era el capitán, pero no le gustaba eludir el peligro. Además, algo le intrigaba. Los dos hombres bajaron un bote y comenzaron a remar hasta la playa. El mar Esmeralda estaba tranquilo y con poco oleaje.

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