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    Un tesoro oculto frente a nuestros ojos

    A raíz de leer recién Sgt. KirkPrimera época 1’, Norma Editorial), la tira editada en Argentina en 1953 y pionera en el revisionismo sobre la épica del Lejano Oeste gracias a la visión política de Héctor Germán Oesterheld (HGO) y al arte de Hugo Pratt y, no puedo dejar de hacerme una pregunta. ¿Por qué la historieta trasandina tuvo un mayor impacto mundial,en comparación con nuestros artistas en la época dorada? Una interrogante sincera y sin reivindicaciones chauvinistas y que tampoco se simplifica ni se ejemplifica en que ‘Pobre diablo’ se editó dos años después que ‘Rico tipo’.

    Sí, no hay duda que Condorito es un equivalente a Mafalda, con su particular micromundo y personajes, además del similar impacto en la lectoría hispanoparlante. Es cierto, Chile junto a México y Argentina dominaron el mercado editorial latinoamericano del Noveno arte durante 30 años; por masa crítica, influencia y producción de artistas. Sin embargo, hoy ese pasado glorioso no se aprecia ni de lejos en su total magnitud,más allá de nuestras fronteras. Pareciese ser un enorme tesoro escondido en una cueva.

    Sobre la primera pregunta, hay datos que pueden esbozar una respuesta a medias, arbitraria y hasta mala leche. Tal vez, nos faltó un revolucionario de la imagen como Alberto Breccia (uruguayo de pasaporte solamente) o un revolucionario a secas como HGO con sus relatos, o quizá porque no llegó el “grupo de los venecianos”. Tampoco tenemos un fenómeno como ‘El eternauta’, y la realidad es que hasta hace poco se hacían reediciones masivas en Argentina de ‘Misterix y Vito Nervio’. Personajes de acción a los que nada tienen que envidiar nuestros adalides como ‘As Newman’ o ‘El Manque’ editados a fines de los mejores años.

    Por eso, cuando reviso—a diario— plataformas de venta y subastas de originales, y  encuentro un Vicar (Apodo del dibujante Víctor José Arriagada Ríos), un Arturo Pérez del Castillo, un Fantasio (allende los Andes conocido su trazo como la ‘línea Fantasio’) o un Fernando Krahn, me alegro porque entiendo que genera identidad a nuestro quehacer artístico y cultural. Que nos ubica en el mapa planetario del arte, específicamente del Noveno arte. Porque Bruselas no sería lo mismo sino es por su devoción a la bande dessinée y su idolatría por ‘Hergé y Tintin’.  De igual manera,  tampoco podemos entenderá Estados Unidos sin ‘Terry y los piratas’, ‘Peanuts’, o los universos de Marvel y DC. Sin embargo, y lo lamento, el mercado internacional de originales no está inundado por obras de Mario Igor, para mí un penciller superior a Kirby y tan habilidoso como Romita Sr. o Ross Andru, dos dibujantes gringos predilectos en la búsqueda del realismo en la armonía corporal y espacio. En ese tipo de dibujo, nuestra época dorada contó con artistas excepcionales como Máximo Carvajal, Julio Berríos, René Poblete, Avelino García, Cárdenas, Francisco Jara, Lincoln Fuentes, Abel Romero, Santiago Peñailllo y tantos otros. Sin contar a Coré y Alfredo Adduard, tal vez los ilustradores chilenos más prominentes del siglo XX.

    Lo impresionante, y a la vez doloroso por su ausencia en los remates internacionales,  es que también tenemos caricaturistas de primera línea, y en todas las vertientes de ese manantial gráfico. La sátira política, el género infantil, y el chiste picaresco fueron los barrios de Pepo, Lukas, Coke, Nato, Alberto Vivanco, José Palomo, Guido Vallejos y tantos otros. Capítulo aparte merecen las variadas aventuras de la historieta  de ‘Mampato’, gracias Themo Lobos y Oskar, y que debiese ser tan exportables como ‘Condorito’ o ‘El siniestro Doctor Mortis’.

    Esta indolencia por la invisibilidad respecto a nuestra propia cultura y pasado, y que podría ser un pilar angular para visibilizar nuestra identidad en el extranjero, sin duda, no es responsabilidad de los artistas. Somos los lectores, los coleccionistas, los profesores de arte y lenguaje,los museos,las editoriales,los medios de comunicación y el gobierno, quienes por miopía hemos despreciado un tesoro cultural sin precedentes. Claro, tampoco se minimiza el efecto del apagón cultural a partir de 1973 hasta 1990. Pero más de 40 años después aún la deuda no se salda. Todavía la ignorancia es la mayor frontera para algunos curadores de arte nacionales (no todos y por suerte cada vez menos),  a los que hay que explicar que los monitos tienen estatus de arte según el canon hace más de medio siglo. Un dilema que el teórico Oscar Masotta dio por superado en la Bienal Mundial de la Historieta de Buenos Aires de 1968.

    Así, sólo a partir de un humilde pero gozoso aprendizaje, podemos comprender que nuestros artistas durante la época dorada de las historietas en Chile—sin subestimar el diverso y fértil presente—, son de una calidad excepcional. Y cuyos personajes y arte original, pueden ser nuestros mejores embajadores culturales si aprendemos abrir los ojos y a querernos un poquito más.

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